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Espero merecer escribirle una canción a La Habana

Cuba es como una esponja que todo lo absorbe y lo reproduce con un color más bonito, afirmó el cantautor uruguayo Jorge Drexler, quien conversó con JR unos minutos después de terminar su legendario concierto en la Isla

Autores:

Marianela Martín González
Alina Perera Robbio
Susana Gómes Bugallo
Yelanys Hernández Fusté

En medio de titulares escalofriantes que hablan de movimientos humanos en masa, disloques de la naturaleza, o delirios mentales como el del pistolero que mató a nueve de sus congéneres en un campus universitario de Oregón, Norteamérica, para luego suicidarse, un hombre inteligente y sensible, el uruguayo Jorge Drexler, se presentó recientemente en la habanera Sala Avellaneda del Teatro Nacional. «Por fin», fueron sus primeras palabras como resumen del deseo compartido por encontrarse a Cuba.

Y con la misma sinceridad con la que sus canciones se estampan en el alma, con la misma devoción con la que jóvenes de este archipiélago lo han escuchado por años desde la lejanía, llegó para recordarnos que la gratitud se empoza maravillosamente en el corazón y que hay lugares donde podemos escapar de la pena, aun cuando ella casi todo lo ve.

De filosofía en filosofía, nos llevó de la mano, en irrepetibles lecciones de amor y fe. Dejó para el final del concierto a Bolivia, tema autobiográfico dedicado a la nación sudamericana que dijo sí cuando otros se negaron a dar refugio a sus abuelos y a su padre, quienes huían del holocausto del nazismo alemán en 1939.

Los aplausos y el reclamo de otra pieza hicieron que el concierto terminase definitivamente con La luna de Rasquí, pieza concebida a partir de una experiencia vivida por Drexler en el Caribe venezolano. Él contó que la luna le había susurrado que estaba sobre arena sagrada, libre de pesares, en una especie de punto ciego de la pena, donde ella no alcanzaba a mirarlo, y, por tanto, tampoco a tocarlo.

Y en medio de la energía irrepetible de quien acaba de vivir uno de los conciertos más memorables de los últimos tiempos, asintió con nobleza cuando defendimos el capricho justificado de conversar con él, más que entrevistarlo. Porque Drexler es de los que reparte amor y paz. Pero sobre todo, preserva esa conexión imprescindible entre la obra del artista y los sentimientos del ser que la defiende.

«Vivimos en un contexto de confusiones donde tener y ser están muy fusionados. Hay gente que cree ser más porque tiene más, y por eso surgen las mayores discordias que hoy se dan a cualquier escala», afirmó Drexler en entrevista exclusiva a nuestro diario, minutos después de haber extasiado al público durante cerca de dos horas con sus canciones, esas que van desde la intimidad leve de los susurros hasta la energía inconfundible de los acordes latinoamericanos que levantaron de sus butacas a los más comedidos espectadores.

«Rápidamente, ya desde la adolescencia tardía, las personas se dan cuenta de que hay muchas cosas maravillosas e importantísimas que hacen falta y que sin embargo no poseen, pero como dice la canción: uno solo conserva lo que no amarra —se refiere a Guitarra y vos, uno de sus temas emblemáticos—. Solo conservas lo que dejas libre de alguna manera. El intento de retener algo es un modo más de matarlo. A eso y a ti. Cuando le quitas a alguien la libertad estás quitándote la tuya también», aseguró.

—La historia es un péndulo, dijiste en el escenario. ¿En qué momento de esa oscilación estará ahora la historia de la humanidad?

—Esa es una pregunta de filosofía extrema. Tengo un hijo que estudia Filosofía, pero yo soy un simple estudiante de Música, de Medicina, de lo que sea. Y creo que la historia no es un solo péndulo sino un montón de ellos reciclando al unísono. La historia no se está quieta, no está en un sitio. Se repite y se renueva. Es como la vida: un equilibrio dinámico.

«Vengo de un país muy chiquito. Es el más pequeño de América del Sur, ubicado entre los dos más grandes del subcontinente: Brasil y Argentina. Para un país así —como también lo es Cuba— no hay nada mejor que la perspectiva para poder ver las cosas de afuera. Es como más se puede ganar y aprender.

«Cuba tiene una juventud maravillosa, rebelde como es inherente a esa etapa de la vida, y con todos los tipos de juventudes. Este país tiene un potencial tremendo. Yo desde afuera y con el atrevimiento que me da la confianza, la sinceridad y el cariño, creo que el país está preparadísimo para asumir los retos del futuro que se le avecina.

«Posee una preparación elevadísima y una capacidad de integración a toda prueba, con una monumental incorporación de culturas. La Habana ha sido un nodo histórico. Todos los barcos que iban antes hacia Montevideo pasaban primero por la capital cubana.

«La Habana ha sido el centro que ha distribuido toda la cultura, todos los bienes, todas las

interacciones sociales, históricas, comerciales… Esta sociedad fue hecha para estar abierta. Entonces lo que se avizora no debería dar miedo, sino hacer pensar que las herramientas artísticas, culturales, sociales, permitirán sin dificultades la integración».

—¿Se merece La Habana una canción suya?

—Una no, muchas. Yo espero merecer escribirle una canción a La Habana.

—Cuando lo escuchábamos en el escenario pensábamos que usted debe creer en la capacidad curativa de la alegría. Tal vez por eso cambió sus consultas como médico por los escenarios…

—Creo mucho más en la alegría que en la felicidad, porque la primera es un punto transitorio. Creo en los estados en movimiento. La alegría es transitoria y la felicidad es como un estado consagratorio. Hoy me toca estar alegre, pues salí ahora de un concierto. Mañana puede que me levante triste, como se levanta uno después de un concierto bonito.

«Uno tiene que ir lidiando con lo que le tocó. Este es un mundo dinámico donde todo está conectado y no hay vuelta atrás. Nos hemos quejado de muchas consecuencias de la globalización, pero no todo en ella es malo: se han globalizado las vacunas, los derechos de la mujer, se están globalizando todos los tipos de matrimonios, se está globalizando una actitud de respeto por las distintas opciones sexuales y de otras opciones políticas.

«Uno de los hechos más lindos que me han sucedido en La Habana ha sido presenciar una rueda de casino. Me explicaron el origen de ese baile que a su vez genera la salsa, que es un fenómeno mundial. Me dijeron que surgió cuando un grupo de jóvenes de los años 50 del pasado siglo intentaron copiar los pasos del rock and roll, pero por tener cuerpos y modalidades diferentes a los de los norteamericanos convirtieron sin querer los pasos precedentes en ese magnífico suceso coreográfico que es el casino.

«Ese ejemplo es una clave para este país que puede recibir culturas de otro lado y al final terminará convirtiéndolas en algo suyo y mejorado, con un sello propio como todo lo cubano.

«Es imposible entender la música cubana sin entender la del mundo. Es imposible entender la música de Andalucía sin entender la cubana y viceversa. No puede entenderse el jazz sin entenderse la música cubana, como tampoco puede comprenderse la música de la Isla si antes no se conoce algo del jazz.

«Cuba es como una esponja que todo lo absorbe y lo reproduce con un color más bonito. Es capaz de honrar a otros, incorporar sus mejores valores, y rehacerlos a su imagen y semejanza para lograr un mejor producto», dijo Drexler, y por fin accedió a las exigencias de quienes esperaban por él para irse.

Había sido una noche larga y completa. Pero la perfección mayor estuvo en la coherencia entre el músico-poeta sobre el escenario y el hombre íntegro y sincero que, ya cerca de la una de la madrugada, dio su palabra de conversar con nosotras antes de irse. Y la cumplió.

Ya lo había cantado en una de sus composiciones más filosóficas, una de las tantas que han desvelado a parte de la juventud cubana que ha tenido la oportunidad de tropezarse alguna vez con el sentir de Drexler: «Cada uno da lo que recibe. Luego recibe lo que da. Nada es más simple. No hay otra norma. Nada se pierde. Todo se transforma».

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