Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Capitán de barco en el mar de la actuación

Néstor Jiménez se imagina capitaneando un barco, descubriendo los secretos del azul profundo en travesías interminables

Autor:

Lourdes M. Benítez Cereijo

A Néstor Jiménez le habría fascinado ser un hombre de mar. El rostro todo se vuelve una sonrisa cuando piensa en ese anhelo. Se imagina capitaneando un barco, tocando el mundo en cada puerto, descubriendo los secretos del azul profundo en travesías interminables… Pero quiso el destino que otra pasión tomara las riendas de su vida y se convirtiera en actor. Desde entonces, el reconocido artista cubano ha surcado con éxito las embravecidas aguas de la actuación.

Cuando Juventud Rebelde llegó a la sala Tito Junco del Centro Cultural Bertolt Brecht, Néstor se encontraba, junto a sus compañeros de Vital Teatro, en medio de los ensayos de Pladur, montaje con el cual celebra 40 años de vida artística.

—Celebras 40 años de vida artística…

—Eso es una trampa que me tendió Alejandro Palomino. Cuando empezamos a trabajar en el proceso de montaje no tenía idea de que andaba cerca de celebrar tantos años de carrera, porque no me gustan los números, suspendí siempre matemáticas y no quiero saber nada de las cuentas. El día que se hizo la conferencia de prensa para anunciar este estreno, fue que dijo lo de los 40 años y me sorprendió.

«Por un lado es superbueno que alguien te lo recuerde y aproveche el teatro como un medio para celebrar. En otro medio, como la televisión o el cine, no habría podido festejar como lo voy a hacer aquí».

—Entonces, el teatro ha sido la manera ideal para festejar.

—Sí, porque lo haré como quiero; a mi manera. Vital Teatro es un colectivo muy unido, con una dinámica especial de trabajo y mucha armonía, es como estar en un pequeño paraíso de ideas de confrontación, donde hacemos arte, hacemos teatro.

—¿Te hace sentir libre?

—Exacto. No existe ningún tipo de tiranía, ni de imposiciones. Está claro que Palomino, como director, tiene la última palabra, pero para llegar ahí pasamos por un proceso de diálogo, y eso es sumamente importante sobre todo al trabajar en un medio como el teatro. La armonía es esencial en Vital Teatro y es parte de la comunión que tenemos, de nuestra filosofía.

«Además me siento feliz, no solo por la amistad que me une a Palomino, sino porque a mis años de trabajo, a mi edad, estar en un lugar como este es una bendición y esa posibilidad no la voy a soltar tan fácil. Siempre que tenga la oportunidad de hacer teatro lo haré con Vital, siempre que siga “vital”».

—¿En cuatro décadas has hecho todo lo que has querido?

—Desde un punto de vista sí. He pasado por todos los medios. Quizá no todas las veces haciendo lo que hubiera querido o de la manera que hubiera querido, pero estoy satisfecho. En esta carrera, que es tan movida y llena de emociones, uno nunca logra esa dimensión absoluta de hacerlo todo. Hay que poner mucha energía y aun así, a veces las cosas no salen.

«Pero si lo pienso con detenimiento te digo que sí: he hecho lo que he querido, con tropiezos, equivocaciones y aciertos, pero me siento realizado en mi profesión. No soy un erudito o conocedor profundo, pero sé lo que estoy haciendo. Cuando asumo algo es siempre con el rigor que requiere, con la pasión que lleva y con la tranquilidad que te dan los años».

—¿Crees que eso se lo debes también a la posibilidad de dominar los códigos de diversos medios?

—Cada medio tiene su forma, aunque al final se resume todo en la esencia de ser actor. Cada uno demanda una energía particular. Me encanta entrar al teatro y si se trata de este, el Bertolt Brecht, más todavía, porque aquí me inicié en las lides de la escena, cuando era la sede del Teatro Político Bertolt Brecht.

«Conozco cada rincón de este edificio. Entrar aquí es como acceder a un pasado maravilloso, donde hice grandes obras y trabajé junto a figuras imprescindibles del teatro cubano como Mario Balmaseda, Luis Alberto García, René de la Cruz, Miriam Lezcano, y muchas otras. Esto era una maquinaria de hacer teatro; se trabajaba de martes a domingo. Celebrar mis años de carrera donde empecé es algo insuperable».

—¿Todavía sueñas con ser capitán de barco?

—Todavía (risas). Es un sueño que permanece, no pierdo las esperanzas de capitanear un barco algún día. Los navíos me quitan el sueño. Amo el mar. No soporto la playa, pero el mar, que es otra cosa, me fascina con su inmensidad.

—No obstante, enrumbaste tu vida guiado por otro sueño: el de ser actor…

—Tuve mi primera experiencia con la actuación estando en la secundaria básica. En aquel tiempo, a principio de los años 70, en Cuba había un movimiento de aficionados sorprendente. No puedo dejar de hablar de Pablo Dalmau, una persona que nos enseñó muchísimo a mi hermana y a mí, porque ella fue la que siempre estuvo vinculada al arte. No sé de dónde le vino esa pasión, porque en mi casa se respiraba medicina por mi padre.

«Una vez fui con mi familia al Teatro Martí a ver una obra de Enrique Núñez Rodríguez, donde actuaba Luis Alberto García (padre), que era primo de nosotros. Recuerdo quedarme fascinado con la lámpara que colgaba del techo y con la cantidad de cosas que se hacían en el escenario. Luego en la escuela, sentí curiosidad y entré a las clases de teatro a ver lo que pasaba. Estaban montando Santa Juana de América, mi hermana trabajaba ahí. Un día Pablo me invita y me da el personaje de Manuel Asencio Padilla, el coprotagónico. Ese fue mi primer papel en teatro. Desde entonces, el sueño del barco pasó a segundo plano».

—Luego llegó Para bailar…

—Fui uno de los conductores de aquel programa. La experiencia es inolvidable porque fue la entrada, siendo muy joven, a la televisión, un medio duro y fuerte. Significó enfrentarse a una responsabilidad enorme con el espectador. Me ayudó a conocer los pros y contras de alcanzar la fama, en el sentido estricto de la palabra. Hubo muchos tragos amargos, aunque fue hermoso en sentido general. Pero aquel deseo de aprender, de querer siempre conocer más, ha llegado hasta hoy.

«A veces veo papeles que hice hace tiempo y me parecen fatales. Siento que habría hecho las cosas diferentes. Eso te lo dan los años, el sentido de crítica y autocrítica que se va recrudeciendo con la edad».

—¿Sigues prefiriendo el cine?

—Sí. El cine queda, trasciende. Te ofrece la posibilidad de hacer las cosas con cercanía. Es íntimo, un proceso más pasional. Cuando la cámara se acerca y hace un close up, debes hacer todo con la fuerza interior. No es como el teatro, donde todo es más grande. El cine te sobrecoge, te aprieta, te obliga. Creo que es un medio que posee algo especial, que me hace sentir bien.

—¿Cuál es tu definición personal de lo que debe ser un actor?

—(Risas). Un actor es una bola de pasión, un tormento de situaciones en la cabeza. Es vibrar con los detalles, estar atento a todo, reproducir, interpretar, aprender, ser diferente. Los actores no somos personas normales, porque miramos la vida de forma distinta. Las cosas que pasan desapercibidas para muchos, para el actor son fundamentales: una manera de caminar, un gesto, la forma de tomar un objeto en las manos, una mirada…

—Porque se es actor las 24 horas del día…

—Eso me dice mi mujer a veces. Y no es que actúe siempre, es que estoy vibrando con algo que me conmueve, porque el arte conmueve y esa es la única manera de proyectar tu emoción hacia un público.

—A esta altura de tu madurez artística, ¿qué no ha cambiado el tiempo?

—Mi honestidad. Sigo siendo un hombre honesto. No soy capaz de hacer lo que no siento. Jamás haría algo de lo que no estoy convencido, ni asumiría nada que no me pase primero por la mente o el corazón.

—En otras entrevistas has dicho que la actuación es una carrera feroz. ¿A ti te ha afectado de alguna manera?

—Absolutamente: desde trabajos que no te gustan como quedaron, hasta situaciones que tienes que aceptar por cuestiones de respeto. El hecho de ser conocido viene con una carga negativa, pues hay mucha gente inescrupulosa, que pone en tu boca cosas que no has dicho. Hay que estar preparado y bien plantado para no sucumbir ante lo malo.

—¿Crees que el rol del actor se ha desvirtuado?

—Sin dudas. Un actor no puede ser una persona ajena, opaca. Un actor que no tenga cultura no podrá transmitir emociones. Hay que leer, escuchar música, sentirse conmovido… Si eso no pasa, no podrá demostrar, compartir sentimientos con el público. Carecemos de eso.

«Hoy mucha gente piensa que actuar es solo salir por la televisión. Eso es fatal, porque se trata de un medio muy efímero, en el que hoy estás, pero mañana puedes desaparecer sin que nadie se percate de que existes. Que la gente no entienda que hay otros caminos, es un error. Quien escoja ser actor debe sangrar, de lo contrario no logrará trascender. Cuesta sufrimiento, horas de sueño, trabajo duro, conocerte y al medio, aprender de los que tienen más experiencia. Falta humildad».

—Hablar de tu hermana Luisa María es hablar de ti y viceversa. Hay un vínculo muy especial…

—No nos propusimos esto. Mi hermana fue la que siempre llevó lo del arte por dentro, mucho antes que yo. Ella es tremenda actriz, una mujer de pasiones profundas, que se entrega a lo que hace de una manera excepcional. Es mejor actriz que yo actor. Me vanagloria mucho que me reconozcan por ella. Tú mencionaste su nombre, pero hay quien simplemente dice: «ahí va el hermano de la Tojosa». ¡Qué bueno que la gente te asocie con algo que tiene que ver con tu sangre, tu familia y con un personaje que trascendió de esa manera! Mi hermana y yo hemos tenido diferencias, discutíamos, a veces lo hacemos todavía, pero su criterio es para mí muy importante. Cada vez que voy a hacer algo, lo consulto con ella y tenerla a mi lado es una bendición. Por eso también soy feliz.

—¿Cuál es tu mayor ganancia y qué cambiarías de tu vida?

—Mi mayor ganancia es ser como soy, actuar como pienso, ser un hombre libre en ese sentido. Cambiaría unos cuantos años. Pero al final, soy un hombre satisfecho.

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