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Un chance por atrás

Mi vecino Carlos me comentó en días pasados: «¡Lo único que falta es que monten un caballo por atrás en el P12!».

Autor:

JAPE

La frase es harto conocida, sobre todo si le agregamos la palabra «chofe». ¿Quién no ha pedido que le abran la última puerta del ómnibus (o la puerta del centro) para bajar o subir algo?

Hasta aquí nada novedoso, lo que realmente preocupa es lo que me ha contado mi amigo Floro en su más reciente misiva, que de manera casuística coincide con lo que mi vecino Carlos me comentó en días pasados: «¡Lo único que falta es que monten un caballo por atrás en el P12!».

Floro narra en su epístola: «Amigo Jape, la semana pasada tuve que hacer un largo viaje en el P1 desde el municipio Cotorro hasta Playa. Casi dos horas de viaje en las que pude observar algunas escenas que parecen sacadas de una película surrealista de Buñuel, o de lo más reciente de Almodóvar. No haré extensa esta carta contando los pormenores de la travesía, sin embargo, no puedo evitar hablarle de lo que más llamó mi atención. Es inaudito todo lo que logran meter por las puertas traseras de los ómnibus articulados.

«Todo comienza cuando, mientras sube la gente (o te sube la gente) por la puerta delantera, alguien abona su pasaje al compañero que recoge el dinero por la ventanilla (parece que eso de recoger el dinero por la ventanilla es una de las nuevas plazas creadas por el Ministerio de Transporte) y le grita al chofer: «¡Chofe, dame un chance por la puerta de atrás para subir una cajita!».

«Comienza aquí la más grande incertidumbre creada ante un acertijo. Más tensión (que no intención) que en el programa Somos Familia. Nadie es capaz de determinar qué es lo que va a subir por esa puerta. En mi recorrido vi escalar, de manos de diversos ciudadanos, una caja de aguacates, un saco de viandas, dos pollos vivos, una balsa inflada, un saco de cemento P350 y dos tanquetas de sancocho en su respectivo cochecito de manos.

Por suerte, el cubano es un ser solidario por esencia y aunque vaya en contra de su voluntad, sus principios ciudadanos y su comodidad plena, ayuda a subir el objeto terrestre no identificado hasta colocarlo en un lugar donde no estorbe mucho. En realidad, la mayoría de las veces se queda en el medio molestando el tráfico de personal por el estrecho pasillo de la guagua. Y ya saben lo que dicen al respecto cuando alguien se queja: «¡Al que no le cuadre que se compre un carro, o se monte en un taxi!». ¿Qué piensa usted estimado Jape?».

Amigo Floro, y vecino Carlos, realmente es complicado, como complicado es el tema del transporte en nuestra ciudad. Es cierto que no hay manera de trasladar objetos pesados sin que te cueste mover villas y castillos, como decían nuestros abuelos. Conozco de casos en que es más caro alquilar una carretilla para llevar unos materiales de construcción por unas cuadras, que el precio de un par de sacos de cemento y varios bloques. Ni hablar de los camiones. Si te vas a mudar es preferible ir llevando los muebles a pie, uno a uno, aunque demores dos años, que fletar un camión de mudanza.

Aun así, nada justifica el uso y abuso del transporte colectivo, ni el maltrato a la propiedad social. Si no ponemos un control a estas indisciplinas, llegará el momento en que, como dice mi vecino Carlos, alguien podría preguntar al chofer: «¿Chofe, puedo montar el caballo por atrás?» A lo que quizás el conductor, de manera suspicaz, le responda: «Si el caballo no se queja!».

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