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Otras familias, otros problemas

Como viene ocurriendo desde anteriores ediciones, en este festival los conflictos familiares signan las películas

Autor:

Frank Padrón

Como puede apreciarse con solo revisar algunas de las muestras en competencia, los conflictos familiares signan las películas, como viene ocurriendo desde anteriores ediciones.

En Los silencios, coproducción entre Brasil, Colombia y Francia, lo dicho entronca directamente con el conflicto armado en el segundo país, cuando los adolescentes Nuria y Fabio llegan con su madre a una isla desconocida en la frontera del gigante sureño, de donde procede el padre que a su vez ha desaparecido, hasta que un día retorna.

Se pone una vez más sobre el tapete el dolor que ha dejado en no pocas familias de allí la inútil guerra que ensangrentó a Colombia durante décadas. La directora Beatriz Seigner logra plasmar con acierto la atmósfera de angustia, pobreza extrema, desempleo y falta de perspectivas en el lugar; el peculiar universo infantil también es captado como víctima aún mayor de la contienda y sus secuelas. También se inserta con propiedad el elemento mítico: la isla está llena de fantasmas, pero ello detenta asimismo una connotación metafórica que alude a la muerte, la desaparición y el vacío, sin embargo presente y pesante. Filme duro y sensible, resulta una ópera prima atendible.

Con Las niñas bien, de México, asistimos también a una decadencia durante la crisis económica de 1982: Sofía, líder de un grupo de amigas de clase alta ve resquebrajarse poco a poco, junto con la familia, su ostentosa prosperidad financiera.

Alejandra Márquez Abella, quien dirige Las niñas bien, ha logrado, mediante la conjugación eficaz de los recursos (planos generales dilatados, zooms expresivos, dirección de arte rigurosa), transmitir la frivolidad y el sinsentido de esas vidas, en realidad patéticas, que cifran todos los valores en las posesiones materiales, mientras alerta sobre la relatividad y fragilidad de las mismas; con notales actuaciones, se trata de otra película para buscar.

Dentro de la tradición cinematográfica que implica la reunión de toda la familia (lo cual equivale a estudiar caracteres diversos, contextos, situaciones reveladoras) la brasileña Domingo (Clara Linhart, Fellipe Barbosa) se acerca a una de ellas, clase media, agrupada para un almuerzo ese día de la semana en el viejo caserón rural que les pertenece hace años, y donde habita uno de los hijos de la dueña con su mujer y adolescentes herederos. La obra no aporta nada nuevo al operar con tópicos y tipos que han nutrido decenas de textos semejantes dentro y fuera de Latinoamérica: enfrentamientos de clase (pues no pueden faltar los criados), madraza posesiva y controladora; hijos y nietos con sus mentiras, secretos y choques, etc. Solo que esta vez, aunque dentro de una narración fluida que mantiene el interés hasta el final, se echa de menos una mayor profundización en los conflictos, un mejor delineado de los personajes, la mayoría de los cuales se quedan en el mero esbozo.

Cierto que este tipo de filme privilegia el ambiente, la coralidad del grupo, y eso está conseguido, pero no hubiera venido nada mal un desarrollo más afilado en la diégesis y los no poco atractivos caracteres.

Una nieta y su abuela; un padre y una hija, quienes no se ven hace tiempo, dan pie, respectivamente, a las cintas Las rutas en febrero (Uruguay, Canadá) y la argentina Sangre blanca. Dirigida por Sarasola-Day, esta última despega con la desesperación de Martina, quien al cruzar la frontera con Manuel descubre su muerte, y solo tiene como posible auxilio al progenitor, con el cual no tiene trato.

Aunque notable la plasmación del suspense en que se envuelve esta historia de «mulas», drogas, situaciones límite y, sobre todo, la posible (o no) reunificación afectiva (padre con la hija abandonada), Sangre blanca queda por debajo de sus posibilidades, no trasciende el mero esbozo de los conflictos insinuados; muestra, no obstante, sólidas actuaciones de Eva de Dominici y el veterano Alejandro Awada (El aura, Día de pesca, Nueve reinas…).

Las rutas…, ópera prima de Katherine Jerkovic (Uruguay, Canadá), desenvuelve mejor el restablecimiento de otros nexos interruptos: una joven que visita en un gris pueblo rural a la abuela, aún afectada por la muerte de su hijo: la abulia, la soledad, las heridas, el deterioro y las segundas oportunidades se dan cita en esta película minimalista, sencilla y, sin embargo, llena de sugerencias y alusiones que el espectador avisado seguro captará.  

Las herederas (Paraguay, Uruguay, Alemania, Brasil, Noruega), de Marcelo Martinessi, contaba con una historia suficientemente original y motivadora para haber redondeado una significativa obra: una mansión que se deteriora como la vida de sus habitantes, una pareja de mujeres maduras, y la necesidad de reinventarse (laboral y existencialmente) de una de ellas cuando la otra va a prisión, pero la ausencia de un mejor amarre en el diseño de situaciones y personajes, un montaje innecesariamente sesgado y las cacofonías diegéticas (abundantes) impiden que el relato despegue como Dios manda, por lo cual queda apenas en una conseguida ambientación y un satisfactorio nivel actoral.

La cinta mexicana Las niñas bien está dirigida por Alejandra Márquez Abella.

En Domingo se echa de menos una mayor profundización en los conflictos, un mejor delineado de los personajes.

El dolor que ha dejado en no pocas familias la inútil guerra que ensangrentó a Colombia durante décadas se pone sobre el tapete en Los silencios.

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