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El otro mundo de Adrián Jesús

El joven Adrián Jesús Cabrera Bibilonia, ganador del Premio Calendario de la Asociación Hermanos Saíz en la categoría de Ensayo (2019), ha dedicado parte de su tiempo a investigar y escribir sobre el sistema penitenciario y la prisión en la Cuba del siglo XIX

Autor:

Yasel Toledo Garnache

No es común que un joven de apenas 25 años se mantenga aislado de las redes sociales, y prefiera adentrarse en los libros, investigar y escribir sobre el sistema penitenciario y la prisión en la Cuba del siglo XIX, con admirables conocimientos de Derecho e Historia. Pudiera parecer un bicho raro o una especie de personaje no compatible con nuestra generación.

Sin embargo, Adrián Jesús Cabrera Bibilonia, ganador del Premio Calendario de la Asociación Hermanos Saíz en la categoría de Ensayo (2019), es también un joven chistoso, a quien no le gusta hablar de su vida privada porque «eso nunca debiera ocupar lugares públicos», pero se descubre como un amante del rock argentino, la trova cubana y parte de la música de autor española. Le gusta también el fútbol y en ocasiones hasta saca melodías de una guitarra.

Narra que cuando comenzó sus estudios en la Universidad de La Habana se gestaban proyectos en torno a la historia del Derecho más como fenómeno social, más cercano a las ideas que a la ley misma. El profesor Fabricio Mulet fue su tutor casi desde el principio. Él lo acercó a los textos de la escuela florentina de Historia del Derecho. En esa etapa conoció las obras de Bloch, Febvre, Braudel… Según asegura, fue muy importante leer también a Foucault en el tercer año de la carrera.

«En ese entonces estaba interesado en saber qué concepciones de “delito” y “pena” se tenían en las diferentes líneas de pensamiento y cómo se habían desarrollado de una concepción “jurídica” a una “social”. En la indagación sobre eso me tropecé con un montón de referencias al tema de la prisión y con un debate de finales de la década de 1850 sobre la reforma a la Cárcel de La Habana en la Revista de Jurisprudencia», dice con entusiasmo.

«Me he llegado a sentir atrapado por el tema, pero lo que realmente me apasiona son las razones por las cuales la prisión logró su existencia; dígase la necesidad de crear espacios de encierro para moralizar y corregir. O lo que es lo mismo: el nacimiento de un fundamento de por qué el estado moderno puede y debe castigar: la corrección del delincuente, lo cual es perfectamente reconocible en la contemporaneidad», expresa quien recibió el Premio Obra Científica Estudiantil, por la Universidad de La Habana.

—¿Qué puede encontrar el lector de singular en tu libro Un sistema inventado para corregir. El discurso penitenciario y la prisión en la Cuba decimonónica?

—Defendemos que la prisión es un producto del discurso penitenciario y no al revés; no fue la prisión la que hizo nacer la idea de la corrección como fin. No ubico la existencia y desarrollo del discurso penitenciario en la reforma carcelaria de Tacón de la década de 1830, ni en la concepción de la construcción del Reclusorio Nacional para Varones de Isla de Pinos en la década de 1920, sino a mediados del siglo XIX en una teoría jurídica que gira en torno a la enmienda del culpable y la necesidad de construir una prisión en Cuba con las características para cumplir tal fin. 

«Abordo una serie de problemáticas que también pueden considerarse singulares, pues observo hacia lo interno el discurso penitenciario y los mecanismos que estructuró para la corrección dentro de las prisiones: el trabajo, la separación física, la instrucción moral-religiosa, los modelos arquitectónicos o la formación del funcionariado (encargado de hacer cumplir el resto de los mecanismos). Además, muestro cómo interactuó este discurso penitenciario con otras teorías penales decimonónicas y con el sistema de penas establecido hasta ese momento (pena de muerte y perpetua, destierro, azotes, multa). Por último, intento mostrar cómo la prisión, para finales del siglo XIX, empezó a dotarse de un contenido cada vez más distante de la corrección, el fin al que le debe su existencia, y con ello a ser reutilizada por otras teorías penales ya distantes del penitenciarismo».   

—En el Congreso Nacional de Historia del Derecho en 2017, presentaste la ponencia Apuntes sobre las formas literarias del castigo…

—Esa fue mi primera ponencia en un evento no estudiantil y además el primer artículo que publiqué en la revista argentina Pensamiento Penal. Analicé una serie de textos literarios e incluso hasta canciones populares en las cuales encontré aspectos disímiles. Me interesaba qué visión se podía tener del Derecho, o del castigo en específico, de la locura, de la historia, la relación entre el castigo y el amor…

«Por ejemplo, estudié El Proceso de Kafka y de cómo K., el personaje principal, a la vez que va fracasando en el amor también lo hace en un proceso penal que lo lleva hasta la muerte. Observo un poema de la primera mitad del siglo XIX en Cuba que narra un infanticidio, contado por la madre que comete el crimen, y qué papel juegan en él conceptos como el amor, la verdad, el honor, el castigo... Le dedico un acápite a Alfonso Hernández Catá y su concepción de la locura, con relación a la actitud criminosa del loco...

«Hace poco supe que otro autor referenció ese artículo, y eso me dio una alegría absurda, me ayudó a reconciliarme con ese texto, que tenía medio olvidado».  

—Fuiste corganizador del evento El marxismo en las sociedades contemporáneas en el 2016. ¿Cuán útil consideras que puede seguir siendo el marxismo hoy?

—En mi generación la mayoría de amigos y personas conocidas que escriben filosofía, quizá desde puntos distantes de interpretaciones de otras generaciones, siguen identificándose como marxistas. Creo que para construir un proyecto político que tenga como eje la emancipación humana, Marx debe estar presente y, en efecto, es útil.

—A pesar de ser graduado de Licenciatura en Derecho, prefieres la Historia, pero tus conocimientos sobre Derecho resultan muy útiles en las indagaciones y los análisis históricos...

—Me permiten maniobrar y entender con facilidad diversas fuentes (leyes, sentencias, textos técnicos-jurídicos en general) que a los historiadores les suelen dar enormes dolores de cabeza, aunque estos, por su parte, aprenden durante la carrera otras herramientas que yo no poseo. La Historia también es una herramienta para mi discurso jurídico.

—¿Qué otros temas y períodos te interesa investigar?

—Me gustan las experiencias límites. Por lo tanto, la muerte, el sexo, la locura, la guerra. En cuanto a los períodos, hasta ahora he trabajado el siglo XIX y todavía me siento un ignorante de esa etapa, que me sigue cautivando. El XX también me resulta atractivo. 

—¿Qué importancia le concedes a la AHS como impulsora de la obra de los jóvenes, especialmente en la investigación?

—Mi contacto con el trabajo de la AHS hasta el momento de ganar el Calendario era nulo. Aunque conocía su existencia, no tenía idea de lo abarcador que es su accionar. A raíz del premio he consultado el portal digital de la AHS, disponible en www.ahs.cu, y el nivel de actividades de corte teórico e investigativo que promueven es grande. En lo que a mí respecta, he estado alucinando un poco con la promoción recibida gracias a la Asociación, nunca me imaginé algo así.

—¿En qué proyectos trabajas actualmente?

—Culmino la tesis de Maestría en Historia y tengo dos artículos por terminar, que serían complementarios al libro. Uno sobre la aceptación o no por el discurso penal cubano del pensamiento de Jeremy Bentham, con énfasis en lo discursado respecto a su idea de establecer como modelo arquitectónico para la prisión un edificio panóptico con una torre de inspección central. El segundo es sobre el primer proyecto carcelario pensado para toda la «Isla de Cuba». Los otros proyectos en los que laboro son más ambiciosos y a largo plazo.

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