Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La Casa entrañable de todos

Sesenta y dos años después de su fundación (se cumplen el venidero 28 de abril) Casa de las Américas tiene que poner en práctica, tenazmente, la filosofía de Lezama: el rasguño en la piedra, para ir quebrando la piedra de la mentira, la piedra del bloqueo, la piedra del estereotipo...

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Historias personales: Abel Prieto Jiménez, Presidente de Casa de las Américas

Ser escritores: ese era el gran sueño de quienes garabateábamos poemas y cuentos, y estudiábamos en la Escuela de Letras de la Universidad de La Habana, mientras en la beca vivíamos hipnotizados bajo el mágico influjo que ejercía sobre mi generación Casa de las Américas: la institución emblemática, un símbolo del liderazgo intelectual y cultural de la Revolución Cubana sobre América Latina; un lugar de confluencias.

Era la época en que en el mismo comedor de F y 3ra. compartían con nosotros las clásicas bandejas metálicas, ilustres como Manuel Galich, el guatemalteco, que a su vez fue mi emérito profesor de Historia; Roque Dalton, Benedetti...: leyendas vivas de la cultura de esta región. Fue en la Biblioteca de Casa donde El Aleph, de Borges, me deslumbró definitivamente, como también lo consiguieron muchas otras obras representativas de la literatura de nuestra América.

De ese modo se produjo el acercamiento inicial, gracias a esa vecindad deslumbrante, luminosa, que no se puede explicar de forma racional, porque tenía que ver con el misterio que esta institución ejercía sobre los que amábamos las letras, los que creíamos en la literatura, en el arte; los que todavía no habíamos sido testigos de la vulgarización del arte degradado a la condición de mercancía.

Estar cerca de aquellas figuras tan admiradas nos marcó para siempre. Recuerdo a Roberto como mi profesor en Letras; el profesor extraordinario que traía a todas las alumnas suspirando. No quedaba más remedio que permanecer atento a sus clases por su «señorío», como diría Lezama, por su encanto.

Roberto tenía la costumbre de acercarse a los jóvenes, un hábito que nunca perdió, así que un buen día me pidió una reseña sobre el poeta Antonio Cisneros para la Revista Casa, de los primeros textos que publiqué en mi vida... Después, gracias a mi labor en la Cultura: en el Instituto Cubano del Libro, como viceministro de Hart, como presidente de la Uneac, como ministro, pude mantener una relación muy estrecha con la admirable institución que jamás hizo concesiones en términos estéticos ni olvidó su compromiso revolucionario, irrenunciable, de acompañar a lo mejor, a la vanguardia de la cultura latinoamericana y caribeña. Casa de las Américas siempre fue el lugar para sentirse espiritualmente pleno.  

A Haydée la conocí, aunque no tanto como hubiera querido. Con Mariano Rodríguez, nuestro notable pintor, quien presidió la institución a partir de 1980, compartí por más tiempo; conocí mucho a Flor, su mujer, y, por supuesto, durante tantísimos años tuve el privilegio de que Roberto Retamar, mi profesor, me regalara su amistad.

¿Qué significa entonces estar aquí? Es una sensación muy rara. Decir que uno sustituye a Retamar es un mal chiste. Retamar es insustituible. Yo solo me he propuesto continuar sus firmes pasos, y así se lo he explicado al equipo de dirección, a los trabajadores con los que he hablado: gente maravillosa que no esconde su orgullo por ser parte desde cualquier función que realice; que la defiende, la protege cuando la amenaza el mar, porque siente que les pertenece... Ese sentimiento fue cultivado por Haydée desde que Casa abrió sus puertas el 28 de abril de 1959, luego continuaron sembrando amor Mariano, Marcia Leiseca, Roberto..., el mismo Benedetti, fundador del Centro de Investigaciones Literarias, que dirige hoy Jorge Fornet, también al frente de la Revista Casa...

Seguir, nada menos, que los pasos de alguien tan admirable, tan querido, tan entrañable para mí... ¡Qué enorme desafío! Lo hago, lo juro, con la mayor humildad, con humildad infinita, sabiendo que son tiempos difíciles, más allá de esta pandemia que nos ha complicado ¡y de qué manera!

El 2020 empezó como de costumbre: con nuestro Premio Literario, cuyo prestigio propició que el Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, hoy también Primer Secretario de nuestro Partido, se reuniera con los integrantes del jurado, que hablara con ellos y que se creara una química excepcional en ese encuentro. Luego esta epidemia terrible solo nos dio tiempo para organizar dos eventos: uno relacionado con el Programa de Estudio de la Mujer, que conduce Luisa Campuzano; y el otro con el Premio de Musicología, coordinado por María Elena Vinuesa...; después nos obligó a los talleres, a las conferencias virtuales, pero Casa prefiere el cara a cara, el abrazo a abrazo. 

Abel Prieto Jiménez, escritor y ensayista, presidente de Casa de las Américas. Foto: José Luis Estrada Betancourt

Han transcurrido 62 años y el momento actual se parece bastante a aquel fundacional: entonces tocó hacer diplomacia cultural en una etapa en que los yanquis lograron que Cuba fuera expulsada del seno de su familia espiritual. Solo México permaneció a nuestro lado, lo cual obligó a trabajar contracorriente para, más allá de la posición hostil de los gobiernos, contactar a los líderes culturales de esos países. Y hay que decir que los resultados fueron extraordinarios.

Ahí está la anécdota de la cantidad de aviones que tuvo que abordar Benedetti para viajar a Cuba; o la odisea de los manuscritos para llegar a buen puerto que refirió Cortázar. Son historias que hablan de la resistencia cubana ante lo imposible, ante las dificultades.

Hubo una etapa de oro con el liderazgo en la región de figuras como Chávez, Evo, Correa, Néstor... El momento en que América Latina derrocó el ALCA en Mar de Plata, en que derrotó a Bush y a sus planes de panamericanismo. Fue la etapa en que las comunicaciones entre gobiernos y pueblos fluyeron de una manera armoniosa.

Pero ya están de vuelta los gobiernos neofascistas, como el de Bolsonaro; los actos traicioneros como los de Lenín Moreno o siniestros como el papel de Colombia frente a Venezuela... Ha empezado a consolidarse un núcleo de ultraderecha en nuestro continente, mientras fueron dinamitados los mecanismos de integración que habían sido creados. Hoy estamos en una situación, si no idéntica, pero muy parecida a la que existía el 28 de abril de 1959 cuando quedó inaugurada Casa de las Américas. Haydée contó en una ocasión que Fidel vio venir lo que pasaría: la conjura de los gobiernos lacayos de los yanquis contra Cuba y por eso le pareció importante crear un bastión aquí, un espacio de interrelación, de confluencias.

Creo que de lo que se trata es de seguir la política de entonces: aprovechar las facilidades de comunicación que nos ofrecen las ya no tan nuevas tecnologías y mantener el contacto con esa decena de miles de artistas, escritores, investigadores, estudiantes..., enviarles información sobre Cuba, porque la campaña contra nuestro país insiste en desacreditarnos día a día.

Le asiste toda la razón a Ignacio Ramonet: la izquierda tiene el hándicap de que por razones éticas no puede mentir. Y ello me lleva a pensar en Fidel, en lo que nos enfatizaba en su concepto de Revolución: no mentir jamás ni violar principios éticos. Es decir: la izquierda no puede mentir, pero la derecha se especializa en inventar cualquier infamia, y la repite y la repite. Lo complejo, nos asegura Rosa Miriam Elizalde apoyándose en estudios, es que de cada cien personas que leen una fake news, solo 30 conocen del desmentido. ¡70 se quedan con la falsa noticia! Es un negocio mentir. Es un negocio la posverdad.

En ese contexto resulta evidente que tiene que ponerse en práctica, tenazmente, la filosofía de Lezama: el rasguño en la piedra, para ir quebrando la piedra de la mentira, la piedra del bloqueo, la piedra del estereotipo...

Historias Personales: Jaime Gómez Triana, Vicepresidente

Me veo recogiendo café y naranjas en el 8 de Octubre, del Cotorro, el último pre en el campo que quedó en Ciudad de La Habana, y metido en la biblioteca escolar hipnotizado por las llamativas ediciones del Premio Casa, las cuales sobresalían del resto a pesar de que los libros se hallaban clasificados por autores. Allí encontré a Rayuela, la gran novela de Julio Cortázar, cuando cursaba el 12mo. grado. Después en una librería daría con Fresa y Chocolate o la salida de la guarida, el texto que tras el estreno de la película de Titón y Tabío, publicó Emilio Béjel, notable escritor cubano radicado en Estados Unidos, en la Revista Casa, un artículo enjundioso que me llevó a comprar no solo el ejemplar, sino a leer ese y otros y, sobre todo, a perseguir, por siempre, a esa publicación magnífica.

Jaime Gómez Triana, teatrólogo, vicepresidente de Casa de las Américas. Foto: José Luis Estrada Betancourt

Así inició la (mi) conquista de Casa de las Américas, que ya no tuvo vuelta atrás cuando en segundo de Teatrología, en el Instituto Superior de Arte, Vivian Martínez Tabares se convirtió en mi profesora. Un año después comenzamos a venir a este sitio de luz: a veces porque había que ver un video, otras porque Vivian quería que consultáramos algo en la biblioteca. Lo cierto es que poco a poco este lugar querido se fue volviendo mi aula.

No olvidaré las muchas ocasiones en que nos reuníamos en uno de los salones, el llamado Frutas, donde radica hoy el Archivo. Situado justo a mano derecha cuando subes las escaleras, era perfecto para mirar pasar a Roberto hacia su oficina, para encontrarnos o cruzarnos con él. Para esa fecha ya había quedado fascinado por Recuerdo a, ese emotivo libro que recoge memorias, testimonios de sus contactos con destacados intelectuales cubanos, latinoamericanos... En esas pocas páginas escritas de manera impresionante por Roberto, hallé parte de la historia extraordinaria de Casa de las Américas.

Como si se tratara de una obra del destino, defendí mi tesis de grado en la sala Manuel Galich. Ocurrió fuera de fecha, en diciembre, como la mágica solución para que el maestro Vicente Revuelta, que no podía moverse hasta el ISA, acudiera como presidente del jurado. Para ese momento ya Casa constituía un espacio entrañable para mí. Luego, en 2007, Vivian misma me pidió que viniera a trabajar con ella; poco tiempo antes ella saldría a desempeñarse como Consejera Cultural de Cuba en México.

Yo la sustituí en esa etapa en la que cumplió misión diplomática, oportunidad para conocer la Casa desde adentro. Sentí terror al principio, cuando me quedé solo, por lo que representaba ser responsable de los eventos, de las acciones cotidianas de programación, participar en el proceso editorial de la revista Conjunto..., sin embargo, encontré compañeros magníficos, solidarios, atentos, que me lo hicieron todo más fácil.

Muy bueno sentirse apoyado por los trabajadores de la parte administrativa, de servicios..., pero fue fundamental aprender de Roberto, Marcia Leiseca, Silvia Gil, Chiqui Salsamendi, Roberto Navarro, Arquímedes... Quienes entramos a partir de la primera década de los 2000, hemos tenido la suerte, el privilegio, de estar al lado de algunos fundadores con quienes comprendimos mejor la misión inmensa que realiza la institución y, a su vez, la complejidad y amplitud de sus metas, tanto por las diferentes manifestaciones artísticas que investiga, promueve y difunde, como por los temas a los que, por su importancia, se les otorga un seguimiento especial.

Ello explica el surgimiento de programas como el de Estudio de la Mujer, fundado en 1994 por Luisa Campuzano (antes, a finales de los 70, había surgido el Centro de Estudio del Caribe para mirar esa región multilingüe, diversa), el de Latinos en Estados Unidos, que apareció en el nuevo siglo; el de Estudio sobre Culturas Originarias, que yo mismo coordino desde su creación en 2011; el de Estudios Afroamericanos, que lidera Zuleica Romay..., todo lo cual muestra a Casa como una institución de grandes tradiciones (ahí está su prestigioso Premio Literario), y, asimismo, muy dinámica, capaz de cambiar, de transformarse, cuando emergen necesidades específicas y temas que merecen ser focalizados desde la investigación, desde el análisis cultural, para poder atender esas realidades y contribuir a visibilizar esos desafíos tremendos que enfrentan las comunidades indígenas, afrodescendientes y latinas en Estados Unidos.

Siempre se recuerdan los tiempos de fundación, pero siento que Casa nunca ha dejado de fundar, de renovarse. Por ello Roberto velaba tanto por la relación con los jóvenes, por eso buscaba la forma de convocarlos, hacer que tuvieran responsabilidades, que aprendieran y crecieran en ese proceso. A mí me tocó, por ejemplo, cuando se cumplió el año 50, coordinar el equipo de gente como yo, contemporáneos míos, que ideó el evento Casa Tomada, con el propósito de hacer más fuertes los lazos invitando a la nueva hornada de escritores y artistas de América Latina y el Caribe: otro tiempo de fundación.

Muchos de los que han asistido a Casa Tomada han viajado a Cuba por vez primera para, de pronto, encontrarse con esta institución que de algún modo conocían: por un libro o una revista, por el famoso concierto de Víctor Jara sobre el cual le contaron, por la grabación que heredaron con el disco de Mercedes Sosa... Mas no se trata de una cita con la nostalgia, sino con un espacio vital, que llama a participar; algo que forma parte de los desafíos de ahora: Haydée siempre decía: los trabajadores de la Casa son, además de quienes laboran en el edificio de 3ra. y G, todos los artistas y escritores que pasan por aquí y nos proponen un proyecto, nos sugieren una idea... El hecho de que los objetivos de Casa también sean los de esos intelectuales, para nosotros es fundamental. 

Sucedió de esa manera cuando al principio del triunfo de la Revolución se produjo la ruptura, un quiebre de las relaciones con América Latina, pero no podíamos aislarnos, debíamos conectarnos inmediatamente con los artistas, con los intelectuales, con los pueblos mismos. Si ahora Casa atesora una gran colección de arte popular, fue porque temprano se comprendió que los cubanos debían ser testigos de las creaciones de los pueblos latinoamericanos y se decidió que aquí también se preservaran, como ocurrió con las extraordinarias arpilleras de Violeta Parra y el Árbol de la vida, dos de esas obras símbolos.

Lo que continuemos haciendo nos debe conducir a unir a la gente, a construir más puentes. Casa como el sitio de encuentro de todos. Casa capaz de pensar a América Latina, al Caribe y también a ese sur que está en Norteamérica; de visibilizar la realidad de los pueblos indígenas, de las comunidades latinas y afrodescendientes; pensarlas de manera integral, compleja como es, diversa como es, pero poniendo todos esos problemas y realidades en perspectiva, contribuyendo a encontrar respuestas.

El arte, la literatura, la manera en que esas realidades se expresan, las subjetividades de esos pueblos hechas teatro, pintura, música, poesía, novela... son fundamentales para seguir estableciendo esos puentes y para, al mismo tiempo, continuar comunicándoles a los jóvenes cubanos esa diversidad cultural cuando el imperio neoliberal apuesta con insistencia por la homogenización, la banalidad, por la simpleza, la no sofisticación: todo rápido, todo corto, todo ligero, todo light.

Nos podemos dejar de apostar por la creación artística: la más experimental, la más compleja. Es imprescindible también velar por la preservación de la memoria histórica, por la memoria cultural de este continente, y poner esa panoplia inmensa que es la cultura latinoamericana, un escudo frente a la seudocultura, a disposición de nuestros compatriotas. No somos Cuba si no somos Nuestra América.

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