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Ana y los osos

Con ocho años de fundada, la compañía Ludi Teatro ha regalado títulos muy atendibles

Autor:

Frank Padrón

El octavo aniversario de la compañía Ludi Teatro fue celebrado por todo lo alto con el montaje de una pieza célebre, El diario de Ana Frank, texto original de Agnieska Hernández partiendo de la obra concebida originalmente por Frances Gooderich y Albert Hackett sobre los escritos de aquella niña que en un sótano, con su familia judía y varios coterráneos, logró guarecerse de la pesadilla nazi desde 1942 hasta 1944, vísperas de la derrota a las tropas alemanas un año después.

Las circunstancias y las implicaciones ontológicas y sociales del caso que diera desde entonces la vuelta al mundo gracias a las anotaciones de la adolescente, siempre son revisitables, pero en los días precedentes alcanzó una vigencia dolorosa, debido al encierro que la aún no del todo vencida pandemia generó en todo el mundo, nuestro país incluido.

La relación difícil, traumática y evolutiva entre Ana y su madre —junto a la que sostuvo con otro niño y varios adultos con quienes compartió el confinamiento— sensibilizaron a la dramaturga, la cual, como todos, vivió una pesadilla semejante durante los dos años en que la covid-19 nos limitó a espacios mínimos, nos privó de socializaciones —apenas las que permitían las redes sociales— y cambió nuestra vida, a la vez que nos condujo inevitablemente por la dolorosa escuela de la resiliencia y el aprendizaje forzoso dentro del simple acto de sobrevivir.

«El día 210 de nuestro aislamiento descubrí que mi hija había perdido la fluidez para comunicar y que le era más fácil generar un sonido incompleto o un gesto que articular una idea», cuenta Agnieska a los espectadores en el programa de mano.

De modo que Apnea del tiempo, como subtituló ella su obra, es entonces una re-con-textualización —incluido el proceso de rescritura del texto original, por ello los morfemas fragmentados— del mundo de Ana y los suyos en aquel, por tanto, no lejano subsuelo en la Alemania de los años 40 del siglo pasado. También, aunque por otras coordenadas históricas, padecimos escaseces, racionamientos, desesperación y una sensación perenne de inmovilidad, de vida estancada y trunca.

Si el hipertexto de la autora cubana logra condensar con sapiencia y tino las coordenadas de ambas historias dentro de la historia, insertar el micro en el macrorelato y diseñar los rizomas de todo bildungsroman (novela de aprendizaje, que es tanto el referente como su nueva versión), la lectura escénica realizada por Miguel Abreu con su compañía no es menos audaz, innovadora y certera.

Avezado en la conformación de un teatro musical que avanza hacia una poética propia, echando mano del cabaré político con raíces brechtianas, el reciclaje cultural, el travestismo como difuminador de clichés respecto a géneros y roles —dentro de lo cual ha sido muy válido el magisterio de Carlos Díaz y Teatro El Público, también, a propósito, de cumpleaños—, Abreu ha regalado en este lapsus títulos muy atendibles (Incendios, Bosques, Ubú con cuernos) dentro de los cuales, El diario … significa una culminación, la perla de la corona.

El diario Ana Frank por la compañía Ludi Teatro. Fotos: Tomadas de la Pistola de Monik

La música y canciones originales de Llilena Barrientos,  joven dueña de un universo sólfico variopinto e inclusivo, se sumó a la puesta no como un componente ancilar o secundario, sino como verdadera columna vertebral. La fusión entre diálogos, y en general todo lo hablado con lo cantado  o instrumental , estructura un discurso dramático único, inextricable que apunta y llega al público tal ráfaga que lo sacude, en lo cual desempeñan un protagónico papel los colegas que acompañan, en el escenario a la compositora , guitarrista y cantante.

Quizá el vestuario de la creativa Celia Ledón, esta vez deliberadamente uniforme y monocorde pudo ensayar otros matices que se sumaran al mensaje inquietante, removedor, que refuerzan a nivel de ambientación las luces del propio director (manejadas por Ricardo Luis Hernández) y el expresivo maquillaje de Pavel Marrero , junto con la producción siempre esmerada a cargo de Rafael Vega, amén de los superlativos desempeños de Alina Castillo, Arianna Delgado, Claudia Alonso, Chris Gómez, Nazareth Paumier, Daidy Carreras, Raiza D’Beche y Aimée Despaigne.

Pero no fue solo esta pieza el resultado del azote epidemiológico en la autoría de Agnieska; también Los pájaros negros del 2020, esta vez con su dirección para el grupo La Franja Teatral, trasunta desde su conformación autotextual la interferencia del flagelo.

Actualización en este caso del espectáculo Blackbirds,1928 (concebido por el legendario astro del tap Bill Robinson), la dramaturga se planteó la reivindicación antirracista que prejuicios y rezagos continúan demandando con fuerza, dentro de una sociedad que, pese al destierro «oficial» de tales males, sigue padeciéndolos en el cotidiano, mientras el mundo contempla frecuentes crímenes de este tipo (George Floyd y otros tantos).

Ficcionalizando el encuentro para un filme hollywoodense del bailarín afronorteamericano y la niña prodigio Shirley Temple, verdadero fenómeno en la Norteamérica ultra discriminatoria de principios de siglo XX, Hernández Díaz emprende un «documental escénico», una suerte de «tierra de nadie» —aunque de muchos— donde confluyen la reflexión stanislavskiana con la recreación fictiva de hechos muy cercanos y concretos, que vinculan a coterráneos afrodescendientes y blancos con otros que habitaron el mundo del bailarín negro y la niña-actriz rubia, quien nos invita subliminalmente a practicar la inocencia y la pureza con que difuminara los prejuicios de raza y clase, como se sabe, tan unidos; aquellos osos que hoy siguen acechando en un siglo XXI que no acaba de entender la importancia de mirarnos solo como raza humana, ajena a colores, géneros u orientaciones sexuales y políticas.

Todo ello, mediatizado por la interrupción del proyecto, debido a la COVID-19 —y que no deja de incluir la pieza— se amalgama coherentemente en una puesta que también incorpora la música y (¡faltaba más!) el popular baile emblemático como herramientas discursivas que inducen todo el tiempo a la reflexión y el análisis.

La creadora y expansiva utilización del espacio —que a veces genera cierta dispersión dentro del relato escénico— , el empleo pertinente del audiovisual (algo cada vez más presente en las puestas relacionadas con Agnieska) y las notables actuaciones de un amplio elenco, suman otra propuesta enriquecedora de quien, junto a la revisitación de Ana Frank con Ludi Teatro, nos ha entregado inolvidables momentos dentro de la escena contemporánea cubana, tales Harry Potter, se acabó la magia; Jack The Ripper… y El gran disparo del arte.

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