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¿Las máquinas pueden ser artistas?

La Inteligencia Artificial posee un potencial extraordinario para generar arte. ¿Estaremos en presencia de los primeros pasos de su evolución en las diversas manifestaciones?

Autor:

Emilio L. Herrera Villa

«Me retorcí de alegría, la que experimenté por primera vez, y seguí escribiendo con entusiasmo. El día en que una computadora escribió una novela. La computadora, dando prioridad a la búsqueda de su propia alegría, dejó de trabajar para los humanos». Este es el final de El día en el que un computador escribe una novela, una obra que casi logra ganar, años atrás, el concurso literario Nikkei Hoshi Shinichi, de Japón.

Lo singular de esta obra fue la sorpresa que generó cuando se dio a conocer que fue creada por una Inteligencia Artificial (IA). Resulta impresionante que este robot, concebido por Hitoshi Matsubara y un equipo de la Universidad de Hakodate, triunfara en varias etapas del certamen hasta ser finalista.

«Nos encontrábamos sorprendidos con lo bien estructurada que se encontraba la novela. Pero aún existen varios problemas, como la descripción de los personajes», explicó uno de los jurados.

Cuatro años después, The Guardian mostraba un artículo de 500 palabras que parecía redactado por un ser humano. En esa ocasión, una IA escribió al mundo un mensaje claro y coherente de por qué nuestra especie no debía temerle. «La IA no destruirá a los humanos. Créanme», acotó. Y nosotros nos fiamos, siempre que no pensemos en la saga Terminator.

Por lo pronto no debemos entrar en pánico, pues ya es bien común que las máquinas produzcan textos, imiten múltiples estilos pictóricos o generen música. ¿Podrá la Inteligencia Artificial alcanzar y superar nuestra creatividad? ¿La supremacía de los robots llegará, también, en el arte? O como dejó plasmado el gran Philip K. Dick en una de sus principales novelas ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? ¿En qué momento comenzaron a hacerlo? Y, ¿por qué no le concedemos toda la importancia? 

Con batuta y pincel

Casi todos los robots orientados al arte poseen una red neuronal compuesta por decenas de miles de datos, palabras, imágenes, notas musicales u otras informaciones que les permitan construir, corregir o solucionar determinadas secuencias. En las artes plásticas, por ejemplo, se le introduce a la IA toda la información necesaria para que la máquina identifique patrones establecidos y pueda imitar (o intentar imitar) el estilo de cierto pintor. Con la música sucede lo mismo, pues los componentes de ritmo, armonía, melodía y timbre se pueden convertir en números que se transforman en algoritmos.

A estos sistemas o software se les conoce como deep learning (aprendizaje profundo) y permite que cada IA alcance los objetivos para los que fue creada. Por tanto, el «proceso creativo» de la máquina es funcional, orientado a cumplir metas específicas.

En este sentido la empresa Huawei finalizó la 8va. sinfonía inconclusa de Franz Schubert. La melodía, generada por IA, fue tan sorprendente que varios musicólogos se mostraron impresionados por el resultado, a tal punto que catalogaron esta obra como una posible solución pensada por el mismo compositor austriaco.  

David Cope, con su proyecto EMI (Experimentos en Inteligencia Musical, por sus siglas en inglés) ha creado piezas que imitan a Bach, Mozart y Vivaldi a partir del reconocimiento de patrones musicales. Asimismo, la canción Daddy’s car —que intenta duplicar el estilo de Los Beatles— causó cierto revuelo, aunque muchos especialistas y fanes destacados notaron que el programa no captó la esencia de Lennon ni de McCartney.

Otra pieza muy publicitada fue Blue jeans and bloody tears, primera canción participante en un concurso de Eurovisión generada por IA. Para esta creación se realizó un aprendizaje profundo con cientos de letras y melodías que habían participado años anteriores en esta competición. Esto concibió un variado cúmulo de versos y melodías que se seleccionaron y apartaron para confeccionar la canción. El resultado final fue una pieza musical pegadiza al estilo de los éxitos de Eurovisión. 

Respecto a las artes plásticas, uno de los proyectos que se robó el corazón de la comunidad internacional fue The Next Rembrandt. Desarrollado con la ayuda de Microsoft, entre 2015 y 2016, se le «enseñaron» al programa variables y patrones destacables de la obra del pintor neerlandés como paletas de colores, grosor de la pintura en determinadas áreas, proporciones faciales de hombres y mujeres, dirección de las miradas, entre múltiples elementos más. Tras el análisis de datos, la IA creó su Rembrandt, el cual pintó mediante una impresora 3D. El resultado se presentó en el Festival Internacional de Creatividad Cannes Lions y fue premiado.

CloudPainter es un famoso robot artista creado por el estadounidense Pindar Van Arman. Mediante uno o más brazos mecánicos, la máquina puede finalizar obras pictóricas de acuerdo con las técnicas que le han sido insertadas a través de algoritmos. Gracias a ello, CloudPainter trascendió en el mundo del arte por ganar la tercera edición de RobotArt, evento que premia la creatividad computacional, una rama de la Inteligencia Artificial que trata de máquinas sin conciencia, pero con potencial artístico.

Botto, famosa IA creada por Mario Klingemann, produce cada semana unas 350 obras. En la imagen se observa Broad Likeness, de la autoría de Botto. Foto: Tomado de Twitter

Respecto a estas novísimas formas de hacer arte, el mercado ha mostrado gran atracción por estas obras que quiebran los límites de lo real y la ficción. Piezas que albergan toda la maestría y destreza propias de manos y cerebros humanos.  El Retrato de Edmond Belamy, del algoritmo GAN (Red Generativa Antagónica, por sus siglas en inglés), utilizado por el colectivo Obvious, fue vendido por más de 400 000 dólares. Para conseguirlo, el programa detalló 15 000 retratos clásicos antes de iniciar su propia creación de estilo realista e insinuaciones al siglo XIX.

¿Hasta qué punto las máquinas son artistas?

De acuerdo con Margaret Boden, especialista en ciencia cognitiva de la Universidad de Sussex, «cuanto mayores son los conocimientos y la experiencia, mayores las posibilidades de encontrar una relación inesperada que conduzca a una idea creativa. Si entendemos la creatividad como el resultado de establecer nuevas relaciones entre bloques de conocimiento que ya poseemos, entonces cuantos más conocimientos previos tengamos, mayor será nuestra capacidad de ser creativos».

Si asumimos esta idea, las máquinas estarían superdotadas para la creatividad, pues son excelentes para almacenar, procesar y conectar información. A partir de las bases de datos, sí generan un contenido específico, pero son incapaces de romper reglas, crear o superar un estilo, al menos por ahora.

Por lo pronto ni músicos, ni pintores, ni escritores, ni otros artistas deben sentir peligro por sus trabajos. La Inteligencia Artificial aún no está lista, principalmente porque no puede sentir. Todavía no logra captar la esencia de una experiencia, un sentimiento, una emoción. Solo absorben la información y la calcan. Las máquinas son funcionales, programas que cumplen operaciones con resoluciones eficientes, casi inimaginables, pero dependen del ser humano para que sus acciones cobren sentido en el espectro de la creatividad.

Esto no significa que dejemos de maravillarnos porque la IA reproduzca un Rembrandt, termine una obra inconclusa de Schubert o cree de la nada una novela. Eso es asombroso, pero nunca será tan extraordinario como las imperfecciones propias de nuestra mortalidad. Las máquinas ya pueden clasificar e intentar armar emociones, pero no saben empatizar con estas porque solo las ven como números y algoritmos.

Resulta difícil no regresar a la obra de Philip K. Dick, así como enmarcar totalmente los conceptos de arte y creatividad, algo que la humanidad no ha logrado aclarar del todo. Y en esta revolución de la tecnología, en esta confusión de lo real y lo ficticio, de lo humano y lo que no… ya la Inteligencia Artificial genera arte y por qué no, empieza a soñar —tal vez con sus primeras ovejas eléctricas—, aunque no lo sospechemos todavía. 

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