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Elvis de trapo, brillo y lentejuelas

En términos narrativos, Elvis cubre unos 20 años en la vida del famosísimo cantor y su oscuro representante

Autor:

Joel del Río

SI se quería realizar un videoclip completamente espectacular de Nicki Minaj o Bud Bunny, una de las opciones posibles para llevarlo a buen puerto sería el director, productor, guionista y actor australiano Baz Luhrmann. Una biografía de Elvis Presley, el llamado Rey del Rock and roll, requería alguien más interesado en los claroscuros del personaje, y en la complejidad de su relación con su mánager el Coronel Parker, en lugar de modelar una biografía atrayente, ostentosa, enfática y medio vacía como lo es Elvis, de estreno en salas cinematográficas cubanas del 14 al 18 de este mes; además está progamada para Arte 7 a principios de octubre.

La primera decepción para el espectador que va a ver la biografía de aquel intérprete versátil y talentoso es que la historia toda está contada, a modo de retrospectiva, desde el punto de vista del mánager sagaz y conservador, el Coronel Parker, interpretado por Tom Hanks, aquí cubierto por una gruesa capa de prótesis y vestuario que apenas le permite algo más que ofrecer una visión muy externa y física de su personaje. A esta visión exterior y simplificadora, se añade el infortunio para Hanks de que a su personaje le toca, además, la desgracia de ser tratado como el malo de la película, el hombre que usaba el talento del artista para generar un surtidor de plata, pero que nunca creyó a fondo en su talento o posibilidades.

En términos narrativos, Elvis cubre unos 20 años en la vida del famosísimo cantor y su oscuro representante, y aunque las sinopsis insistan en que el filme «profundiza en la compleja dinámica que existía» entre ellos dos, desde el ascenso de Presley a la fama en los años 50, hasta la frustración y la desconfianza que dominaron los años 70, quienes estamos acostumbrados a la explosión de chispas y lentejuelas que ha sido el cine de Baz Luhrmann, sabemos que la profundidad nunca ha sido el mejor estandarte del realizador, cuyas narraciones suelen ser bastante elementales y románticas por mucho que nos gustaran (me incluyo con toda tranquilidad) los sofisticados y posmodernos anacronismos de Romeo + Julieta, la exagerada miscelánea de referencias y cambios tonales en Molino Rojo y El gran Gastby,  o la ambición desproporcionada de Australia.

Todas las películas de Luhrmann, y Elvis ni siquiera pretende ser la excepción, se expresan en un pomposo lenguaje visual, que recuerda los códigos del típico videoclip, la publicidad, o el tráiler, con un frenético, vertiginoso ritmo del montaje, un sonido donde la música es omnipresente y la pausa o el silencio jamás resultan opciones posibles, además de una rimbombante dirección de arte marcada por el horror vacui y el exceso de ornamento. En un musical romántico y posmoderno funcionaba a la perfección toda su parafernalia de colorines, y la puesta en práctica de influencias que provienen desde la ópera italiana hasta el cine de Bollywood y las grandes revistas de Broadway, pero cuando estamos delante de la biografía de un ídolo de multitudes que encarna, como ningún otro, la revolución sexual y de costumbres, y la creciente influencia de la cultura afronorteamericana en Estados Unidos, la pérdida de la inocencia en términos políticos, el auge del rock and roll en tanto fusión de la música country y el rhythm and blues… entre otros poderosos argumentos, entonces los recursos expresivos de Luhrmann parecen desacoplados, impropios, o superficiales para una historia que asumió en líneas demasiado generales.

Sexto largometraje del director en 30 años de carrera, un periplo en que su tendencia a sobrestimular los sentidos del espectador le han valido la adoración de unos y el desprecio de otros, Elvis es una película de madurez, puede decirse que es incluso una gran película, con una portentosa actuación protagónica, un despliegue de vestuario ciertamente glorioso, y varias escenas culminantes en las que el estilo excesivo del director se combina eficazmente con la presencia escénica del biografiado, un artista que podía rozar con facilidad todas esas exageraciones que algunos llaman estilo. Me refiero a la escena clave de todo el argumento en que el Coronel Parker comprende, a su manera, el tremendo impacto, hipnótico y hasta medianamente histérico, que provocaba el artista sobre el público, sobre todo femenino, con sus famosos movimientos de caderas.

También llama la atención, en el último tramo del metraje, la exacta reconstrucción de las célebres presentaciones televisivas de Elvis Presley. En este filme Luhrmann vuelve a trabajar con su esposa, la diseñadora de vestuario Catherine Martin (a quien veremos el año que viene seguramente nominada al Oscar en ese rubro), y ella maneja con exquisito detalle las decenas de atavíos que luce el divo para diferenciar las etapas de frescura juvenil, el estrellato total, y el astro veterano que vive del reciclaje. Y tal detalle trabajaron Martin y Luhrmann que cuando se reescenifican aquellos especiales de televisión se caracteriza con virtuosa exactitud no solo al actor que interpreta a Elvis, sino también a cada uno de los extras para dotarlos con los mismos atuendos y peinados apreciables en los videos de YouTube que cualquiera puede ver actualmente.

Párrafo aparte merece el jovencísimo Austin Butler (que recordamos por un papel secundario en Había una vez en Hollywood) quien cantó con su propia voz, según anuncian los publicistas, en la etapa del Elvis más joven, y para ello tuvo que someterse a entrenamiento de voz durante un año. En la etapa de madurez, para conferirle mayor profundidad a su voz, se combinó en sintetizador con la del propio Elvis. Pero independientemente de la trivia farandulera, Butler consigue dotar a su personaje —por encima del tratamiento ligero y espectacularizante de toda la realización—, de una presencia natural y auténtica, sobre todo en la copia de la proyección escénica, y de aquellos sexualizados contoneos que, alguna vez, fueron considerados una amenaza para las buenas costumbres de las familias norteamericanas.

Poco más que decir sobre una película ciertamente atractiva, que vale la pena ver en pantalla grande, una experiencia sensorial gratificante a la que tal vez no habría que pedirle nada más: solo que entre fulgores y glamur dejaron escapar la oportunidad de caracterizar a fondo al artista que parecía representar el «sueño americano», en una época en que semejante idea naufragaba sin remedio.

Austin Butler al encarnar a Elvis Presley consigue dotar un personaje con presencia natural y auténtica.

 

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