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Las victorias empiezan por el gimnasio

Gabriel Rosillo, novato del año en el deporte cubano, sueña con un viaje a Tokio el próximo verano

 

Autor:

Enio Echezábal Acosta

Para Gabriel Rosillo, el 2019 ha sido un año grande. Todo comenzó bien temprano en el calendario, cuando el santiaguero se marchó junto a sus compañeros a Irán, una tierra que los recibió con esa euforia que caracteriza a los amantes más acérrimos de la lucha. En la nación persa, este muchacho se alzó por encima de todos en la división de 97 kilogramos del estilo grecorromano. Pero aquello era solo el principio.

En lo adelante vendría un triunfo en el Torneo Internacional Granma-Cerro Pelado, como una prueba de lo mucho que importa ganar en casa, a pesar de que existan otros retos de mayor renombre.

Después de mucho entrenar y demostrar su valía sobre el colchón, llegó la posibilidad de buscar su boleto a los Juegos Panamericanos de Lima. En Buenos Aires, sede del clasificatorio, superó el reto con nota máxima.

El joven indómito se esfuerza a diario para seguir creciendo y ganando medallas.Foto:Osvaldo Gutiérrez Gómez.

Su mes clave de la temporada sería agosto. Primero, en la capital peruana se proclamó monarca americano de su modalidad, y luego en Tallin, Estonia, llegó a lo más alto del podio en el Mundial Juvenil, confirmando con solo 20 años su candidatura a convertirse en uno de los futuros astros de ese deporte.

Juventud Rebelde conversó con este joven atleta, noveno en la cita del orbe para mayores de esta temporada, quien entrena ahora mismo en el Cerro Pelado con la intención de enfrentar un 2020 lleno de retos superlativos.

—¿Cómo viviste tu primer año entre la élite?

—Este año 2019 para mí ha sido grande, porque desde el comienzo gané el Gran Prix de Irán. En lo adelante entrené fuerte, y gracias a mis compañeros, entrenadores y el colectivo médico, logré trazarme y cumplir metas importantes a lo largo de la temporada.

«Una de las primeras que logré vencer fue conseguir mi boleto a Lima, y luego allí peleé de nuevo contra el mismo rival del clasificatorio, el estadounidense Tracy Hancock, a quien vencí esa vez con resultado de 7-2.

«En el Mundial Juvenil me sentí con menos presión, después del panamericano, y me dediqué a disfrutar cada combate, aunque sin menospreciar a ningún oponente. Solo fue luchar e ir avanzando hasta ganar un título importantísimo, pues se trata del que me corresponde por mi edad, y no podía fallar en eso».

—¿Qué diferencias notas entre tu categoría y la de mayores?

—Sin dudas, entre los adultos la cosa es más complicada, porque tienen más experiencia y madurez para combatir, y eso los convierte en rivales difíciles. En el Mundial me di cuenta de que el nivel es parejo, y que la clave está en el entrenamiento. El que gana es el que más entrena. Si lo das todo en el gimnasio, luego allá afuera salen las victorias.

«En el juvenil no lo veo tan duro, más que todo porque aquí en el entrenamiento tengo la posibilidad de chocar con campeones olímpicos y mundiales, y eso hace que cuando me toca competir con luchadores de mi edad, ya yo tenga cierta ventaja en ese sentido».

—¿Siempre quisiste ser luchador?

—Yo llegué a este deporte por los compañeros míos de la Primaria. Cuando estaba en la escuela en Santa Úrsula, cerca de Plaza de Marte, todos en mi aula practicaban la lucha, menos yo, y así fue que me embullaron para que me apuntara también. Al principio, como mi papá quería pero mi mamá no, la madre de un amigo, a quien considero como una tía, me hizo la carta de autorización para que empezara en el deporte.

«Con el tiempo todos se fueron y entonces yo fui el único que quedé. Seguí trabajando, y me gané pasar a la EIDE, donde los profesores me ayudaron a mejorar bastante mis habilidades de combate.

«En 2016, cuando estaba cursando el 11no. grado, mi entrenador de esa época me evaluó y me dijo que podía hacer los 85 kilos para participar en el Campeonato Nacional. Bajé de peso, y me presenté en el evento. Al final me quedé con una medalla de plata que me valió para ascender al equipo de mayores».

—¿Cómo fue tu adaptación a La Habana?

—Desde mi llegada aquí, todos los compañeros, del más viejo al más nuevo, me recibieron muy bien, y debo decir que sin su ayuda no estaría donde estoy ahora. Yo no entré muy bien, y gracias a los consejos de todos ellos fui mejorando hasta alcanzar premios importantes como los de 2019.

«Siempre he sentido que el Cerro Pelado es un lugar donde se recibe a la gente con las mejores intenciones. Yo nunca me sentí diferente por ser «el nuevo», y así mismo he tratado de hacer sentir a los que han venido después de mí.

«Constantemente me miro en el espejo que son mis profesores Mijaín López, Filiberto Azcuy, Héctor Milián y Mario Olivera, y pienso que, como ellos, yo también puedo dejar mi legado en la historia de la lucha cubana».

—¿Cómo ven tus padres tu carrera de atleta?

—Cuando me tocó venir para La Habana tuve una conversación seria con mis padres. Ambos me dijeron que no me preocupara, aunque era difícil venir para acá solo, tenía que concentrarme y pensar en el camino que me había tocado en la vida, que era el de la lucha. Confieso que es difícil elegir entre tu pasión y tu familia, pero si uno cuenta con el apoyo de la casa, lo demás puede salir adelante.

—El 2020 promete ser un año grande, ¿cómo lo ves tú?

—Además del esfuerzo duro de todos los días, siento que tengo que mejorar en mi capacidad de trabajo. Me falta incrementar la resistencia, porque en los segundos tiempos me agoto mucho, y eso es un elemento fundamental para competir al máximo nivel.

«Si cumplo con todos mis deberes, creo que sí puedo estar en Tokio, y allí dar el máximo para acercarme lo más posible a un resultado bueno».

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