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Sub-23 en números

Con apenas siete partidos efectuados por la mayoría de los conjuntos pareciera difícil calificar con un criterio absoluto al sub-23, un evento donde los destellos de calidad han sido solo eso, pasajes fugaces 

Autor:

Raciel Guanche Ledesma

Qué bueno que los muchachos de la pelota sub-23 estén acumulando por estos días horas de juego, veces al bate y lances sobre la lomita. Ese es el logro más significativo que va teniendo, hasta el momento, el Campeonato Nacional de la categoría.

El retorno de la competición a la palestra beisbolera era un reclamo a voces indispensable que, por fortuna, se concretó en medio de las fuertes limitantes que padecemos. Las luces que deja este triunfo por devolverle la vitalidad a un torneo que sirve de necesario escalón para el desarrollo, no puede ocultar, sin embargo, las fisuras abiertas del relevo generacional en los terrenos cubanos.

Con apenas siete partidos efectuados por la mayoría de los conjuntos pareciera difícil calificar con un criterio absoluto al sub-23, un evento donde los destellos de calidad han sido solo eso, pasajes fugaces. 

Las alarmas no dejan de sonar alto con las carencias evidentes dentro de una categoría que nutre al mayor espectáculo del país: la Serie Nacional. Desde errores defensivos «infantiles», mala mecánica en el cajón de bateo y hasta un picheo poco dominante y descontrolado se han hecho más cotidiano y recurrente de lo que desearíamos. 

A juzgar por lo que estamos viendo durante las primeras jornadas de confrontación en el sub-23, la salud de nuestro pasatiempo nacional, como generalidad, permanece en una profunda incógnita. Claro que existen individualidades nobles en el actual campeonato, como son los casos del lanzador camagüeyano Riquelme
Odelín, que lanzó el noveno no jit, no run en la historia de estos certámenes el pasado jueves, o la del serpentinero pinareño Frank Denis Blanco, quien en 12 entradas de labor no permite anotaciones, posee dos éxitos, ha propinado 18 ponches y ha otorgado un solo boleto. A ellos hay que sumarles nombres a la ofensiva de la talla del granmense Yuliesky Remón (AVG 765, VB 17-H 13, CI 9) y del santiaguero Harold Vázquez (AVG 385, HR 3, CI 10).

Pero cuando revisamos los números colectivos de la justa, los individuales de estos hombres con experiencia al máximo nivel del béisbol cubano y otros talentosos muchachos que debutan en lides sub-23, quedan solo como átomos sueltos.

Digo esto porque las estadísticas del torneo en los tres aspectos de juego: bateo, picheo y defensa, están lejos de ser óptimo. En la ofensiva, por ejemplo, se promedia colectivamente para un pobre 259, pero equipos como Ciego de Ávila (182) o Las Tunas (175) lo hacen aún peor, para anémicos averages que no superan la barrera de los 200. 

La labor de los serpentineros (PCL 4.30), en cambio, no se puede considerar errática en lo absoluto, aunque el control sigue entre las tareas de mayor urgencia. Poco más de cinco bases por bolas regalan por desafíos, como promedio, los lanzadores que intervienen en el evento, aunque es justo reconocer también que ponchan ligeramente a más contrincantes: 6.78 por cada siete capítulos.

De pobre se pude catalogar la defensa del torneo (AVG 954), un mal arraigado a cualquier nivel de la pelota cubana dentro o fuera del patio. Equipos como Artemisa, Mayabeque o Santiago de Cuba promedian por debajo de los 940, algo impensable, incluso, para conjuntos de categorías inferiores.




 

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