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Tomás Romay, un hombre de ciencia

El eminente científico cubano figura como uno de los principales precursores de la vacunación en Cuba

Autor:

Juan Morales Agüero

Los anales de la Medicina mundial dan fe de que la primera vacuna de la historia fue descubierta en 1796 por el médico rural inglés Edgar Jenner (1749-1823). Ocurrió cuando el humilde galeno se percató de que muchas ordeñadoras de su pueblo se contagiaban con cierto tipo de viruela por estar todos los días en contacto directo con el ganado vacuno.

A partir de la creencia popular de que quien hubiera padecido la enfermedad no volvería a contraerla, Jenner le inyectó a una persona sana un poco de fluido procedente de la llaga de viruela vacuna de una mujer enferma. Dejó pasar un tiempo e intentó varias veces repetir la inoculación. Para sorpresa suya, no aparecieron indicios de infección.

A partir de esa fecha, al método se le denominó vacuna (del latín vacca), consistente en todo preparado compuesto por microbios muertos o debilitados capaces de generar en el organismo respuestas de defensa contra gérmenes patógenos. Por tamaño aporte, al inventor se le reconoce en los círculos científicos como el padre de la inmunología.

UN CUBANO PRECURSOR

El 26 de mayo de 1804, el médico madrileño Francisco Xavier Balmis llegó a Cuba a la cabeza de un equipo que recorría las posesiones españolas de ultramar para introducir las bondades de la vacuna contra la viruela. Se sorprendió al confirmar que Tomás Romay, un médico de la isla, la ensayaba desde el 12 de febrero de ese año, a partir de lo que conocía sobre lo hecho por el doctor Edgar Jenner.

El recién llegado le propuso al Capitán General de la isla crear una Junta Central de Vacunación. Para dirigirla se designó al doctor Romay, quien asumió la tarea de conservar y propagar la vacuna en el territorio insular. En lo adelante, consagró su vida a ese propósito. Desde ese cargo clamó por la vacunación múltiple de cada individuo y por la obligatoriedad que debía tener para la población.

«Llegó a arriesgar la vida de sus propios hijos, a quienes usó como sujetos de prueba para vencer los temores, dudas y vacilaciones sobre sus experimentos», se asegura en una monografía de autores avileños. Romay los vacunó y luego, delante de público, les inoculó fluido de un paciente con viruela para probar que un vacunado no se contagiaría, aun cuando se le introdujera el virus activo de un enfermo.

La labor profiláctica del doctor Tomás Romay lo llevó a colaborar con el Obispo de La Habana en el propósito de eliminar los enterramientos dentro de las iglesias de la ciudad. Así, su participación en ese sentido influyó en que el 2 de febrero de 1806 se inaugurara el Cementerio de Espada, el primero que funcionó en la capital cubana.

«Tomás Romay es considerado el primer higienista cubano por sus acciones de prevención de enfermedades y de promoción de la salud(…). Introdujo una visión científica de los problemas de la Medicina. Sus éxitos al vencer la abierta oposición que encontró primero en su afán de convencer a la población de los beneficios de enterrar a los muertos en extramuros y luego, al demostrar la utilidad de la vacuna como medida preventiva, le hicieron merecedor de tan distintivo galardón», asegura la publicación citada.

A 172 años de su muerte, ocurrida el 30 de marzo de 1849, su impronta científica está presente en estos tiempos, cuando nuestro país investiga, sintetiza y aplica varios candidatos vacunales que pudieran contrarrestar la COVID-19.

FUENTE CONSULTADA

Tomás Romay, paradigma de la salud cubana, colectivo de autores, https://www.medigraphic.com/pdfs/mediciego/mdc-2014/mdcs141u.pdf

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