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Leer bien el metro... y la insatisfacción

El escritor y ensayista Guillermo Rodríguez Rivera llegó a preguntarse si, en un derroche de fantasía y creación, perdió el control sobre el gasto de electricidad en su hogar. Le han llegado facturas por… ¡5 000 pesos!, pero tiene las pruebas en contra:

«En vacaciones, cuando mi hijo se va a casa de sus abuelos y no utiliza televisor, ventilador ni computadora, el consumo sube. En los últimos dos años, no he incrementado mis aparatos eléctricos. Se rompió un ventilador que no he repuesto. Mi mujer limita el uso de la olla arrocera y la Reina; y el consumo sube. Hay vecinos con los mismos equipos que yo, y pagan menos de la mitad de lo que me cobran mensualmente (este mes ha llegado a 207). No tengo aire acondicionado, nevera ni cocina eléctrica.

«Aunque lo solicitamos, nunca se ha hecho una revisión de los metros del edificio. Hay vecinos que han recibido facturas por dos mil y tantos pesos.

«Estoy casi convencido de que no hay una seria lectura del contador. Cuando me llegó la factura por 5 000 pesos en un mes, lógicamente me negué a pagar. Establecieron de pronto una cifra mucho más baja. Me parece que los contadores del edificio debieran ser objeto de una inspección.

«Cuando un vecino protestó por su factura de más de dos mil pesos en un mes, el inspector que hizo la revisión lo acusó de haber alterado el reloj. ¿Alguien va a alterar un metro para pagar 40 veces más? Esa no era la cantidad que debía pagar. Hicieron un arreglo para rebajarle drásticamente el monto del recibo.

«Creo que deja que desear y tiene poca transparencia el trabajo de la Unión Eléctrica en el cobro de sus servicios. No sé si son los relojes del edificio de Calzada No. 655 los que demandan inspección, o si esta debe hacerse en la propia oficina comercial de la Empresa Eléctrica en Plaza de la Revolución», concluye Guillermo.

Cubano que gaste muchas energías intelectuales, por lo general ajenas a ciertas habilidades y negocios, no tiene bolsillo abultado para solazarse en electricidad y más electricidad… La preocupación de Guillermo (y por añadidura, la que antes tuvo su vecino) invita al análisis de qué está sucediendo en Calzada No. 655. Hay que leer el metro bien, pero mejor la insatisfacción.

El hallazgo de Chirino

Aunque interroga al pasado y descubre las trazas de lo yerto, el arqueólogo por lo general es vivaz y sensible al presente, como Eusebio Chirino, del Centro de Servicios Ambientales del CITMA en Sancti Spíritus.

Cuenta que recién visitó, en menesteres de su profesión, el municipio guantanamero de Maisí; el fin del caimán, o quizá el principio. Fue bien atendido en el Museo Municipal, «institución que resalta por su organización y cuidado, pero mucho más por la solidaridad de su colectivo». Lo acogieron los profesores de la sede universitaria, sobre todo quienes atienden el área protegida de flora y fauna, dirigidos por el profesor Alexis Morales, «hombre cargado de conocimientos y muy solidario».

Chirino oreó sus esperanzas donde «se respira aire de Revolución y de integridad humana». Visitó Patana, la zona campesina más oriental de Cuba: «En medio del bosque tropical, luego de vertical y peligrosa cuesta, una escuelita rural limpia. La bandera flotaba en el monte. El busto de Martí, un pensamiento de Fidel y los equipos que la Revolución entregó a nuestros niños: computadora y televisor, alimentados por paneles solares.

«Los técnicos del área protegida impartieron una conferencia sobre educación ambiental, por los valores naturales y patrimoniales de la zona. Había nueve niños de todos los grados, con sus uniformes y pañoletas. Y Ramón Guzmán, virtuoso maestro, hombre enamorado de su profesión. Hace 15 años baja y sube la cuesta para educar a los niños.

«Recordé mis años de maestro rural, cuando creí que hacía gran esfuerzo: ¡Virtud la de ese educador, que brinda luz en una zona antes perdida en nuestra geografía! Sentí dolor cuando reparé en que, a solo 80 kilómetros, hay tantos niños haitianos esperando por una escuela y un maestro como aquel. ¡Qué grande es la Revolución!».

Gracias, Chirino, por recordarnos lo que a veces olvidamos.

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