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El pan enflaquece

El pan normado de 80 gramos va a aumentar de precio a partir del 1ro. de enero de 2021, pero lo preocupante para René Valenzuela Acebal es que ya hace un tiempo este cada vez pesa menos.

 René, quien reside en Lacret No. 265, entre Juan Bruno Zayas y Consejal Veiga, Santos Suárez, en el municipio capitalino de Diez de Octubre, refiere que con su balanza pesó uno de esos panes normados, de los que le corresponde comprar en la panadería de Lacret y Figueroa, en el mismo Santos Suárez. Y apenas alcanzaba 47 gramos. Y lo más triste, según él, es que la mayoría de los consumidores lo adquieren así, sin protestar ni reclamar.

Además, señala, han eliminado el surtido de panes que se vendían liberados con precios diferenciados: el de molde, que valía seis pesos; el «desmayado» a tres pesos y las barras de corteza dura.

  Y añade que alerta, porque esa puede ser la realidad que sufren muchos consumidores en el país.

 «Creo que hay que ponerle coto a este actuar de las panaderías y de la Cadena del Pan, que no ven lo que pasa o no lo quieren ver —afirma—. Antes de dirigirme a usted busqué la manera de ir por los canales oficiales y llamé a un número que se publicó para quejas y la compañera que me atendió me dio dos teléfonos de Atención a la población del Mincin: el número 7868-3549 dice que está fuera de servicio y en el 7868-3536 no contestan».

 Ojo: con los aumentos de los precios y tarifas, las entidades del comercio y los servicios están más que obligadas a respetar el bolsillo del consumidor. Y este no tiene otra alternativa que volverse más intransigente en hacer valer sus derechos. Lo que no puede suceder es que con mayores precios, el engaño siga.

 Damnificada desde 2012

 Rosa Pérez Vega (San Germán No. 3, entre Peralejo y Jesús Menéndez, Santiago de Cuba) es una damnificada del huracán Sandy, en 2012, que sigue esperando para que algún día le hagan justicia.

Cuenta Rosa, una anciana de 74 años, que el Sandy le derrumbó el cuarto donde vive con su hijo, que presenta problemas mentales. Entonces unos constructores de Mantenimiento fueron, le pusieron el techo y le dejaron una pared sin levantar. Montaron una taza sanitaria a la entrada del cuarto y le instalaron una puerta de zinc.

La señora le escribió el presidente del Gobierno Municipal, quien remitió su carta al presidente del Distrito 26 de Julio.

 «Ahí comenzó mi odisea —afirma—; el presidente del Distrito y la presidenta del Consejo Guillermón Moncada me visitaron, tomaron imágenes del cuarto y vieron que mi situación era crítica.

«Después de varias llamadas telefónicas al presidente del Distrito, me dijo que había gestionado mi caso con Vivienda y Mantenimiento Constructivo. Y ahí quedó todo. Pero lo más triste de mi caso es que el Banco me cobró como una obra terminada».

Insiste Rosa en que en todas las cartas siempre aclara que no quiere casa, sino que le arreglen su cuarto, para poder vivir como una persona.

Una historia parecida cuenta Gladys Amaya Macías, una señora de 87 años, sin esposo ni hijos, sin visión del ojo derecho y con incontinencia urinaria, que vive sola en La Mambisa, Veguitas, municipio granmense de Yara.

 El 15 de septiembre de 2015 una tormenta severa local le derribó el techo de su casa, y un familiar le hizo gestiones en la Dirección Municipal de la Vivienda para un crédito. Y se lo negaron, con el argumento de que no tenía derecho, por no ser propietaria de la tierra donde está enclavada la vivienda.

«Actualmente tengo que dormir en casa de un vecino, por temor a un aguacero, pues mi vivienda no tiene techo. Yo no pido que me hagan una nueva casa, solo quiero que me reparen el techo, pues soy una persona humilde», concluye. 

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