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Por una manguera que no llega

Ana Caridad González Torres es una cubana que ha saldado su deuda con su país y hasta con la Humanidad; por eso no puede aceptar que fríamente le espeten que su problema no tiene solución y ya, como para que no insista más.

Ella es enfermera general, con 31 años ininterrumpidos de trabajo. Cumplió misión internacionalista en Guatemala por dos años, y también con el Contingente Henry Reeve, cuando el terremoto en Chile. Es fundadora del consultorio médico de la familia sito en la calle Julio López s/n, entre Progreso y General Naya, en la localidad villaclareña de Camajuaní.  Allí ha vivido, primero por contrato de arrendamiento por concepto de medio básico, hasta residir definitivamente como propietaria.

El motivo de su inconformidad es que hace más de un mes la fosa se le ha desbordado. Su familia no puede bañarse allí ni hacer sus necesidades fisiológicas, porque esas aguas sucias y malolientes suben y se despliegan por el pasillo que drena hacia la calle. Una familia con cinco niños (sus nietos), uno de ellos de un mes de edad y otra de siete años. Rodeados de excrecencias.

Ella confiesa que se ha dirigido al Gobierno municipal y a Higiene en el territorio. Y nada se soluciona. Le dicen que la fosa es inaccesible, muy distante para el carro que hace esas funciones, pues no tiene suficiente manguera para realizar la limpieza. ¿Y creen que ella puede aceptar respuesta tan insensible?

«Se nos plantea, dice, que no hay solución. Y es una situación higiénico-epidemiológica muy grave, si tenemos en cuenta que el consultorio médico de la familia es el primero que tiene que dar el ejemplo en tal sentido. Así no se puede vivir», concluye.

Sin respuestas que convenzan

Odalys Barroso Aguilar (edificio 55, escalera A, apto. 8. micro Abel Santamaría, ciudad de Santiago de Cuba) cuenta que, en medio de tantas carencias, lo que llega a las tiendas para ofrecer controladamente por bodega a cada familia  tiene mecanismos y plazos muy efímeros.

«Cuando llegan los módulos a la tienda son 24 horas y a correr. Y los que trabajamos no podemos comprar. Me dirigí a la gerente de la tienda, y me explicó que cuando ellos terminan con las bodegas que les corresponden comprar, ya les entregan los módulos que quedan  al jefe del consejo popular y él sabe lo que hace».

Odalys se dirigió al del consejo popular, quien le corroboró que era así como la gerente le había explicado.

«Cuando estábamos en medio de la pandemia, nunca hubo problema. Y ahora  no puedes comprar porque a veces ni te enteras. Y hasta ahora no tengo una respuesta que me satisfaga.

«Quisiera que se tomaran otras alternativas, porque estamos viviendo momentos muy difíciles, y el que trabaja no tiene cómo resolver. Cuando llego del trabajo ya la tienda está cerrada», concluye.

Odalys ha hablado por muchos cubanos, y eso que no lo ha dicho todo sobre los mecanismos diabólicos y oscuros laberintos  que al final promueven que la cola se haya convertido en un lucrativo negocio para unos y una dolorosa realidad inalcanzable para otros, quienes al final caen en las redes especulativas de aquellos para poder adquirir sus alimentos.

Y están los que ni siquiera pueden hacerlo. Eso es sumamente injusto en muchos lugares. Y no se le ve la punta de la solución. ¿Será posible?

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