Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Paleografiti

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

Cavernícolas. No se me ocurre otra expresión para describir a quienes pintarrajean los lugares públicos, ya sea con sus nombres y nombretes, o con supuestas cualidades de amantes, socios o guapos de primera línea.

Fieles a sus antepasados, que manchaban la rústica habitación urgidos de posteridad y buenas relaciones con sus primitivos dioses, estos modernos raspamuros necesitan convencer al mundo de que ellos existen, que están ahí, al alcance de la mano, en tal o más cual teléfono, barrio o escuela, donde nunca descuellan, salvo, tal vez, por su pésima ortografía.

Puede ser una parada, un ómnibus, la lanchita, una escultura, el banco de un parque o un árbol de Coppelia. La verdad es que no son muy exigentes con el soporte para sus burradas, pero muchos prefieren los espacios vírgenes —aquellos recién estrenados, reparados o repintados— para dejar las huellas sin el más mínimo pudor.

Por la variedad de sus anuncios, dejan chiquitas las útiles Páginas Amarillas del Directorio Telefónico, pero en este siglo, como en el pasado (y en el otro, y el otro, y el otro…), ofender al adversario y proclamar conquistas son dos de las «funciones» más explotadas de estos grafiti.

De la primera no vale la pena ni hablar. Mi abuela dice que perro que ladra… ya usted sabe. Y en cuanto a la segunda, lo único novedoso es que suman la promiscuidad al mal gusto, pues por las tantas tachaduras para variar uno de los nombres puede deducirse que tales amoríos duran menos que una mosca en invierno.

El «Juan y María se aman» de hace un tiempo lo cambiaron por el «Yuly d’Danger», pero en esencia es el mismo mensaje sempiterno: un par de inmaduros proclaman que hoy «descargaron» juntos, aunque mañana ni sepan explicar cuáles eran los sueños y potencialidades de esa fugaz pareja.

Porque algo sí está claro: escribir nombrecitos en la pared está bien para ellos, pero de ahí a estampar sus firmas en un libro para fundar una familia, respetarse mutuamente y servir a la sociedad… Preferirían declararse analfabetos funcionales.

Cavernícolas, sí. Como aquellos que pintaban el mamut con la esperanza de comerlo. Pero entonces no estaba penado por la ley, y ahora lo está: Maltratar un bien del Estado se sanciona, y hasta cabe exigirle al infractor que pague el daño, como mínimo, borrándolo de nuestras vistas.

Y no vayan a pensar que es difícil. Ni siquiera hace falta atraparlos in fraganti, porque muchos de estos cromañones dejan suficientes datos como para que cualquier autoridad salga a discutirlos. Por eso es, además de un delito, una burla pública.

Si alguien sabe de un caso que haya sido procesado, al menos administrativamente, a esta reportera le encantaría ir a conocerlo, para ver qué tal le fue con el escarmiento.

Mientras tanto, creo que sería bueno hablar del tema en la familia, en la comunidad y en las escuelas, que son, por cierto, de las «pistas» más dejadas por los arañadores de lo ajeno. ¿Será que en primer grado, al enseñarlos a escribir, no les indicaron cuándo y dónde hacerlo, y —sobre todo—, para qué?

Sería cívico también que los espectadores reaccionaran ante tales actos de vandalismo, que pocas veces se realizan en solitario. La ley no es letra muerta, y estos dinosaurios de la incultura ni evolucionan, ni se van a extinguir por sí mismos.

Verdad que a veces, en manadas, son bastante belicosos e incivilizados, pero tiene que haber algún modo, alguna máquina del tiempo que los regrese a esta moderna colectividad, y les quite, además de la pluma, las ganas de molestar.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.