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Los de afuera

Una gran parte de los que abandonaron el país, son víctimas de lo que los gallegos llaman morriña, los brasileños califican como saudades, los poetas transculturizados llaman spleen y nosotros designamos con el término de gorrión

Autor:

Enrique Núñez Rodríguez

Me contaba un amigo que pudo vivir la experiencia de visitar a un familiar allegado en Miami, algo que me impresionó vivamente.

Hablábamos, a su regreso, de cómo una gran parte de los que abandonaron el país, son víctimas de lo que los gallegos llaman morriña, los brasileños califican como saudades, los poetas transculturizados llaman spleen y nosotros designamos con el término de gorrión.

Aunque algunos llevan veinte años o más en los Estados Unidos, siguen pendientes de las cosas del país que decidieron abandonar. Preguntan qué están poniendo en la televisión, quién se murió, si fulanita o menganito se divorciaron (...). Y no solo por cultivar el popular entretenimiento de la chismografía. Es algo entrañable, más íntimo y, también, más doloroso.

Una de las anécdotas que me contaba el amigo a que me refiero tiene un fondo sicológico digno de ser estudiado. Como es sabido las cosas «de afuera», como les decimos a los artículos importados, sobre todo los norteamericanos, tienen una gran demanda y aceptación en un grupo de cubanos que se han dejado ganar por la propaganda de la sociedad de consumo. Es verdad, también, que algunos de estos artículos tienen una alta calidad y que tienden a satisfacer necesidades que nuestra sociedad, empeñada en tareas más importantes en el orden económico social, no puede cumplimentar. ¿A quién se le ocurre ponerse a fabricar chiclets en un país que dedica todos sus esfuerzos a elaborar la vacuna contra la encefalitis o un factor de crecimiento contra las quemaduras graves?

Por poco que se piense, —y hay gente que sencillamente no piensa—, uno comprende que los tenis Cobra o los pulóveres del ratón Miquito, ocupan un lugar secundario en nuestra escala de valores.

Pues bien, mi amigo me contaba que se encontró, en Miami, con un viejo conocido que tomó la ruta del exilio porque extrañaba mucho esos productos de importación. Se pusieron a conversar amablemente. Y en un momento mi amigo sacó, como la cosa más natural del mundo, una caja de cigarrillos Populares. Cuenta que aquel exiliado, dando un grito de estrangulada alegría no pudo contenerse y le dijo:

—Ay, Populares, ¡Dame uno, chico!

Y lo encendió, emocionado, olvidando por un momento que se encontraba en el país de los Chesterfields, Camels, Marlboros y Lucky Strikes. Sencillamente nuestros humildes Populares eran, en aquella nación, los cigarrillos «de afuera».

Enrique Núñez Rodríguez

dedeté 1990

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