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Crónica de un viaje en el tiempo

Cincuenta jóvenes, entre ellos los ganadores de un concurso de JR sobre el Mañana que queremos forjar, vivivieron momentos inolvidables en un recorrido por sitios históricos vinculados a la gesta libertaria cubana

Autores:

Mileyda Menéndez Dávila
Oscar Padilla

«A veces se nos hace imposible reconocer que somos fuertes, sin embargo muchos somos héroes», escribió en el libro de recuerdos de la expedición el espirituano Dennis, un joven que para llegar a la Comandancia de la Plata el pasado 12 de agosto trepó sobre lomas, pero también sobre sus propias limitaciones de salud.

De algún modo todos lo hicimos. ¡Ni se imagina la escuela de ballet cuántas posturas le copiamos en esas 48 horas de desafiar alturas por escarpados trillos, y aun después, durante el regreso al poblado de Bartolomé Masó a lomo de los invictos camiones serranos, o en el largo peregrinar de la Yutong 3206 por el costillar de esta insurrecta Isla!

Lo que hicimos, una vez más y gracias a la contribución  de la UJC, fue viajar en el tiempo. Ir al Ayer de una nación y respirar la atmósfera de sus grandes decisiones: La Demajagua, Manzanillo, Media Luna, la Comandancia de Fidel, el Turquino, Bayamo…

La hospitalidad de los jóvenes granmenses ya no sorprende, pero siempre conmueve a la tropa de lectores que cada año responde con sus ocurrencias a la convocatoria de JR para dibujar el Mañana que queremos forjar.

A cambio de nuestra tozudez, ellos nos impregnaron de ternura. Desde la serenata ofrecida por las cuatro pioneras de Manzanillo al filo de la primera medianoche, hasta esa capacidad contagiosa de los historiadores César y Daniel para invocar la dignidad de los héroes —algunos casi anónimos— que fecundaron las raíces de la patria.

Otra vez fuimos 50 expedicionarios. Algunos eran «expertos» de travesías anteriores, pero el concurso aportó muchos novatos, quienes muy pronto generaron sus dosis extras de aventura y espíritu de sacrificio para adaptarse a la solemne devoción por la historia que desborda la familia teclera y hace difícil despegarla de parques y museos.

Visitar el recuerdo de la humilde Celia en su propia casa, y llevar flores a esta flor de la Revolución en su natal Media Luna nos hizo a todos más sensibles, más responsables, y de algún modo también ayudó a la hora de separarnos en dos columnas para besar el firme de la Sierra, como lo hicieran Camilo y Che en su momento.

Para unos el Turquino: 26 kilómetros de ida y vuelta y una fría noche de travesuras en el campamento de la Aguada de Joaquín. El resto llegó hasta la cuna de Radio Rebelde en La Plata, a casi mil metros sobre el mar, y luego desandó a pie la carretera estriada desde el Alto del Naranjo hasta el acogedor campamento pioneril de Santo Domingo.

Pipo, alias Liam, el pichón de médico espirituano que estrenó las montañas arrastrado por la gigante Yanela, resumió el sentir de todos en una sola frase: «Nos hemos reído una cubeta de veces y caminado un saco de lomas».

Pero Yeney, la informática, fue más precisa al contar ¡34 subidas! hasta la cima de Cuba, justo el número que más bromas desató en este viaje desde que abordamos el ómnibus 1360 en La Habana.

¿Y cómo se logra tal proeza? Según revelara el camagüeyano Arcilio a su coterránea Lianet, el secreto para llegar radica «en tomarlo todo con calma y dejar que el camino pase solo».

Así vencieron «la guajira» Nubia, la incansable Eilyng y hasta el profe Julián, portador del espíritu libre de los Cinco, mientras el remolcador de la expedición halaba sin piedad a varias muchachas que entre poemas y canciones pretendían engañar al camino.

Como los barbudos, y antes los mambises, «pasamos frío, sed, tristezas, pero no nos faltó la compañía», reflexionaba Lilian Madelaine en el libro de memorias de la tropa.

Esta pionera que una vez le escribió a Fidel para enviarle sus mejores deseos de salud, promete ahora contar al padre de la Revolución su reciente experiencia en la Sierra Maestra, y sobre todo hablarle de esa esperanza suya de ser «una semilla que crece y ayuda a crecer a los demás».

«Es mi última vez», decían muchos al subir. Pero luego en el río, mientras volvía el alma al cuerpo y se recordaban las mejores anécdotas, iban tomando forma en el pensamiento de muchos las palabras escritas por la capitalina Betty: «Si somos los mismos, si tuviera la oportunidad de compartir con todos, lo haría de nuevo».

Claro que es pronto para hablar de volver. Por eso el sanjuanero Jorgito se sonríe y responde: «Pregúntame de aquí a un mes, cuando ya no me duela nada».

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