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La medicina cubana en los días de Playa Girón

Un ensayo histórico-social inédito de la licenciada Gladys Pérez Rivero, muestra la valentía de la retaguardia médica durante los trascendentales combates

Autor:

Hugo García

MATANZAS.— La salvación de combatientes cubanos y de mercenarios estuvo en la actitud asumida por profesionales o no, de las distintas instituciones hospitalarias de Matanzas y de otras provincias durante los sucesos de Bahía de Cochinos en 1961.

La medicina cubana en los días de Girón, ensayo histórico-social inédito de la licenciada Gladys Pérez Rivero, muestra una dimensión poco conocida del arrojo con que el pueblo y el personal médico cubano prestaron servicios durante los acontecimientos de Playa Girón.

Como personajes anónimos, los trabajadores de las ciencias médicas, desde la retaguardia dejaron una trascendental huella en la historia Patria.

«A las cuatro de la madrugada del 17 de abril, el jefe de los Servicios Médicos de la provincia de Matanzas, el profesor Modesto Piñón Hernández, solicitó la presencia del doctor Leopoldo Tápanes Tápanes, director de la Clínica Militar del Regimiento No. 4 Plácido», narra Gladys en su libro.

El doctor Tápanes recibió las orientaciones del jefe inmediato superior; la urgencia médica era vital. Similares escenas fueron presentándose en otras ciudades; en Cienfuegos, por ser un lugar también cercano al punto en que se produjo la entrada de los legionarios, el jefe de Sanidad del Cuerpo de Ejército, Guillermo Rodríguez del Pozo, orientó la estrategia que se debía seguir.

«No se perdió tiempo; a la par se fue designando a los médicos, sanitarios y transfusionistas que iban a estar en los Puestos Médicos de Batallón y en las zonas cercanas a la batalla», agrega la investigadora.

La disposición fue masiva. No hubo descanso a partir de aquel amanecer; se materializaron cada una de las órdenes sin que mediara distinción entre profesionales, técnicos o choferes de ambulancia, porque todos se irguieron como soldados de la Patria.

Uno de ellos fue Fernando Martínez Villalonga, quien contaba con 22 años de edad y trabajaba como técnico de Rayos X de la Clínica Militar. En la madrugada del día 17 de abril se encontraba de guardia en la institución; su selección para ir como sanitario de los estudiantes del segundo curso de la Escuela de Responsables y Oficiales de Milicias no fue discutida.

«Fernando avanzó con el Batallón de la Escuela recogiendo heridos y trasladándolos a los puestos médicos. Con él, cargaba una norma de guerra que consistía en una bolsa con rollos de gasas, curitas, esparadrapo, antisépticos, calmantes… Hubo intervalos de tiempo en que escaseó el material imprescindible, y tuvo hasta que romper su propia camisa para resolver la situación de los casos críticos».

18 de abril

El día 18 de abril los combatientes del Batallón de la Escuela de Responsables de Milicias fueron sustituidos por tropas frescas; Fernando continuó sus funciones como sanitario, porque fue designado para trabajar en el Hospital de Sangre en Playa Larga hasta después de la victoria.

«Cualquier equivocación en la retaguardia médica podía traer consecuencias fatales», asiente esta especialista en temas históricos relacionados con la Ciénaga de Zapata.

Los puestos más cercanos al conflicto bélico recibieron casos graves; en la mayoría de ellos se precisaba de la intervención quirúrgica y se procedía con rapidez a la evacuación, mientras otros llegaban destrozados.

La llegada a Jagüey Grande imponía detenerse en el Puesto de Mando del Central Australia. El Comandante Oscar Fernández Mell, como jefe nacional de la Sanidad Militar del Cuerpo de Ejército, les comunicó que ya la Escuela Nacional de Responsables de Milicias tenía el personal sanitario; que siguieran hasta Playa Larga.

Ataques y vuelos rasantes, acompañados de bombardeos y disparos de metralletas se sucedieron hasta la llegada a Playa Larga. Ya en esta zona integraron una Unidad Sanitaria con médicos de Ciudad de La Habana.

Allí atendieron a los combatientes de la Escuela de Responsables de Milicias y del Batallón de la Policía; estos eran los más afectados, porque con su sencillo armamento se enfrentaron a los obuses y camiones antitanque de las tropas enemigas.

También en esta batalla quedó demostrado el alto grado de humanismo de los cubanos. En total fueron atendidos 44 mercenarios en la Clínica Militar (hoy Hospital Militar Mario Muñoz Monroy). Con ese propósito se creó una sala exclusiva para los mercenarios, con un grupo de condiciones. La mayoría de las patologías estaban relacionadas con impactos de bala, fracturas y shocks nerviosos. Absolutamente todos recibieron la mejor y más calificada cobertura médica.

«La mayoría de los mercenarios llegaron a la Clínica enfangados de pies a cabeza y hasta defecados en los pantalones, por lo que hubo que bañarlos para poderlos atender», advierte Gladys.

Bajo los mismos riesgos que corrieron los que fusil en mano defendieron la soberanía nacional, los combatientes de la retaguardia médica sintieron a su alrededor el ametrallamiento desde un B-26.

El sistema de atención médica se organizó sin tener experiencia de ningún tipo. Se instaló un Salón Móvil de operaciones quirúrgicas en la zona entre Jagüey Grande y el Central Australia, el que posteriormente trabajó a plena capacidad en Playa Girón, donde llegaron las ambulancias, los carros tipo panel y hasta los yipis, que sin excepción se internaron en el frente de batalla, bajo el fuego, para trasladar heridos y muertos.

A prueba de balas

Entre los profesionales seleccionados para integrar el equipo médico en el hospital de Jovellanos se encontraba el cirujano matancero Julio Font Tió, de gran prestigio entre los profesionales de la medicina cubana del siglo XX. Como anestesista lo acompañó el doctor Humberto Rodríguez Tapia; el enfermero fue el actual médico Octavio Lorenzo, y como transfusionista actuó José María Tamayo.

El doctor Tapia no tuvo que actuar como administrador, ni llegó a trabajar como anestesista, pues por orden militar superior lo enviaron a establecer un Hospital de Campaña más cerca de la zona combativa.

Todos los combatientes operados por Font Tió forman parte de su vida. Jamás ha olvidado al niño miliciano de 14 años, Nelson Fernández Estévez. Una gangrena postoperatoria le impidió salvarlo. Llegó muy mal herido y el 26 de abril de 1961 murió Nelsito, el pequeño héroe que pasó al martirologio cubano.

Llegó a él otro joven que cayó sentado sobre una granada y todo indicaba que iba a morir. Al combatiente no se le sentía el pulso, cuando de repente pronunció unas palabras que quedarían grabadas para siempre en el recuerdo de este galeno: «¡Pero ganamos, coño!».

Conoció también a muchos jóvenes que con la muerte reflejada en el rostro querían vivir para regresar al combate, al extremo de que no le quedó más remedio que sedar a uno que presentaba una tremenda herida en la cabeza e insistía en no soltar el arma.

A Font Tió le impactaron muchísimo los quemados por napalm. Hombres que llegaban sin tener dolor y con plena conciencia, imposibles de identificar. Nadie pudo salvarlos. Los héroes y mártires que conoció en los días de abril de 1961 le ofrecieron otra graduación, según Font Tió: la de aprender a ser médico en la guerra.

Por la vida

El trato justo a los mercenarios heridos o prisioneros, ordenado por el Comandante en Jefe Fidel Castro, fue cumplido en esta institución como en todos los lugares de Cuba donde los intervinieron quirúrgicamente o se mantuvieron en recuperación.

Los heridos presentaron síntomas más o menos complicados: unos requirieron de cirujanos y ortopédicos para luchar por sus vidas; otros padecieron quemaduras hasta de tercer grado.

A partir de Girón creció la ética de los profesionales de la medicina cubana, realidad que jamás podrá ser borrada de la historia del pueblo.

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