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Abril de mis recuerdos juveniles

El 4 de abril de 1962 volvería a tomar el bullicioso tren de los delegados al Primer Congreso de la AJR, donde se tornó Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), convocado bajo el lema «A construir y defender la patria socialista». Aquella consigna adquiere hoy renovada actualidad y 60 años después es una suerte contemplar la joven generación que libra y triunfa en una nueva batalla por la vida

 

Autor:

Leonel Nodal

 

El  año 1961 comenzó con la gente en Cuba en estado de alerta. Miles de milicianos, la mayoría jóvenes, lo esperaron movilizados. La amenaza de una agresión directa de Estados Unidos parecía inminente.

La contrarrevolución guiada y armada por Washington recurría a todo tipo de acciones terroristas en campos y ciudades.

Los jóvenes revolucionarios —obreros, campesinos y estudiantes— tampoco se dormían. Seguíamos en pie de guerra, hombres y mujeres, cada uno en sus puestos de combate.

A finales de marzo, en vísperas de la Semana Santa —período de receso escolar— tuvimos la suerte inmensa de acudir a un encuentro con Fidel, quien se esmeró en definir el papel decisivo de los jóvenes –y en especial los estudiantes— en aquel momento crucial para la Revolución.

1961 sería el «Año de la Educación». La meta era acabar en un año con el analfabetismo, condición indispensable para adquirir cultura y desarrollar la conciencia política.

El año anterior inicié el bachillerato sin temer la burla de quienes te decían: ¿para qué? ¿desde cuándo los pobres van a la universidad? Así fue siempre. Pero ahora sería diferente, me dije. Desde que bajó de la Sierra, Fidel insistía en la necesidad de estudiar y aprender.

La entrada al Instituto de Segunda Enseñanza de Camagüey resultó en un choque inmediato con estudiantes de años superiores, casi todos de familias acomodadas (los bitongos), que, junto a profesores reaccionarios, exhibían su odio a la Revolución y el desprecio a los humildes dentro y fuera del aula.

Los que compartíamos la misma simpatía por la Revolución nos identificamos enseguida, nos sentábamos juntos y saltábamos contra cualquier provocación.

Lo primero que hicimos fue conquistar la dirección del Consejo Estudiantil. Formamos nuestra milicia y a veces nos daban las 2 de la madrugada marchando. Era la base de la disciplina militar y soñábamos con el día que nos pusieran un fusil en las manos.

Participamos en el censo de todos los analfabetos, tarea que nos llevó hasta zonas aisladas y barrios urbanos insalubres, donde pobreza e ignorancia se daban la mano.

Ya a principios de 1961 comenzamos las captaciones para las brigadas de alfabetizadores, que adoptaron el nombre Conrado Benítez, maestro voluntario asesinado el 5 de enero en el Escambray.

A mediados de marzo la dirección municipal de la AJR orientó elegir un delegado para asistir a una Plenaria Nacional Estudiantil en La Habana. Resulté electo por mis compañeras y compañeros. Momento inolvidable de mi vida.

Dos o tres días antes, abordamos un tren que se fue llenando con el alboroto de las delegaciones de todas las provincias. Al llegar a La Habana nos alojaron en una gran escuela, con dormitorios, en Rancho Boyeros, casi frente al Aeropuerto.

Allí tuvimos las sesiones de trabajo, donde se definieron las tareas. Y en la noche del lunes 27 de marzo, primer día de la Semana Santa, nos trasladaron al Cine Payret, donde nos habló Fidel.

Estábamos tan contentos que no dejábamos de cantar consignas que enseguida pegaban en un gran coro.  

Comenzó recordando que los estudiantes eran «oposicionistas sistemáticos» de los gobiernos, por su espíritu rebelde, justiciero, enemigo de los abusos, la corrupción y la politiquería. Por eso, dijo, «tiene un gran significado el apoyo de los estudiantes a la Revolución».

El texto completo de este discurso se puede consultar hoy fácilmente en Internet. Lo he leído varias veces. Es increíble la maestría de Fidel al abordar la complejidad de la «revolución social» y la «lucha de clases» en ese momento en Cuba, cuando solo contaba con 35 años de edad.

A 60 años de aquella jornada todavía guardo en mi mente aquel encuentro de manera muy nítida. Aquel teatro inmenso, de butacas anchas acolchonadas, y las paredes a ambos lados del escenario con unas esculturas que representaban las musas o diosas del arte incrustadas en las paredes, a ambos lados del escenario, donde Fidel en persona, con su traje verde-olivo, nos hablaba a nosotros, y directamente nos hacía responsables de la mayor batalla que se había trazado el país ese año. Aquello era un delirio.

Por eso, Fidel nos decía que era muy significativo, y tenía que llamar la atención de visitantes de otros países, ver en ese momento que en Cuba «cada día más, estudiantado y juventud quieren decir una misma cosa, porque si antes había jóvenes que no eran estudiantes, se debía precisamente a la injusticia que hacía que muchos jóvenes no tuviesen siquiera la oportunidad de estudiar».

Con sencillez nos hacía ver «que el apoyo de la gente joven, es decir, de la gente rebelde, es lo que más puede decir en favor de la Revolución.  Porque la gente joven siempre ha sido rebelde y la gente joven siempre ha sido desinteresada y sana».

Nos revelaba que «esta juventud sigue siendo rebelde (… ) porque la Revolución en sí misma es la rebelión contra toda injusticia».

El 2 de enero, después del primer desfile militar en la Plaza Cívica (llamada después «de la Revolución») Fidel había demandado la reducción del personal de la embajada de Estados Unidos, de más de 200 funcionarios a 11, la misma cantidad de cubanos admitidos en la misión diplomática de la Isla en Washington.

Al día siguiente, en un gesto de soberbia imperial, faltando poco más de dos semanas para ceder la Casa Blanca a John F. Kennedy, presidente electo por el Partido Demócrata, el saliente mandatario republicano, Dwight Eisenhower, dejaba la mesa servida para la agresión, con la ruptura de relaciones diplomáticas.

Eisenhower no lanzó la invasión, pero la dejó lista. Y la Agencia Central de Inteligencia (CIA) se la impuso a Kennedy como un hecho irreversible, imposible de parar a esa altura.

A poco de nuestro regreso a Camagüey, el 4 de abril de 1961, se anunció la creación de la Unión de Pioneros de Cuba (UPC) una de las tareas examinadas en aquella Primera Plenaria Estudiantil de la AJR en la que también debíamos colaborar a lo largo del año.

El 15 fue el bombardeo a los aeropuertos, preludio de la invasión. Fidel declaró el carácter socialista de la Revolución. La agresión por Playa Girón fue derrotada en menos de 72 horas.

Junto con el apoyo a los brigadistas Conrado Benítez desplegados en nuestro municipio, a lo largo del año me tocó apoyar en la constitución de los Comité de Base de la AJR en zonas rurales y centros obreros.

El siguiente 4 de abril, el de 1962, volvería a tomar el bullicioso tren de los delegados al Primer Congreso de la AJR, donde se tornó Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), convocado bajo el lema «A construir y defender la patria socialista».

Aquella consigna adquiere hoy renovada actualidad y 60 años después es una suerte contemplar la joven generación que libra y triunfa en una nueva batalla por la vida.

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