Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

De casta viene el anapismo…

JR dialoga con jóvenes campesinos de varias provincias que llevan al campo lo aprendido en la familia, la universidad y la ANAP

 

Autores:

Odalis Riquenes Cutiño
Hugo García
Dorelys Canivell Canal
Laura Brunet Portela

Pudo haber sido un médico exitoso, sueña con la locución y cursa el primer año de licenciatura en Ciencias Sociales, pero él insiste en autodefinirse como un «guajiro nato». Acaba de cumplir los 30 y quien lo provoque sabrá de su apego a la tierra y ese insaciable hábito de aportar que de manera natural le inoculó su abuelo paterno, Rolando Blanch, socio fundador de ese referente del movimiento cooperativo indómito que es la cooperativa de crédito y servicio (CCS) Seguidores de la Generación del Centenario.

Entre los trillos y potreros de la finca Bella Vista, en La Punta, de camino al parque santiaguero de Baconao, aprendió en el ordeño de las 3:00 a.m. desde adolescente que «solo del sacrifico nacen los resultados» y «el orgullo vale, cuando es hijo del sudor y la entrega», dichos del abuelo.

«Yo quería ser veterinario o abogado, así que muy a pesar de mi mamá abandoné Medicina en tercer año y me fui a la cooperativa de producción agropecuaria (CPA) Abel Santamaría, en la que militaba en la UJC. Empecé a los 22 añitos como comprador, pero eso no era lo mío. Luego me vinculé a la reproducción ovino-caprina. Cuando entré había 28 chivos y al irme dejé unos 200, y más de 600 ovejos.

Desde hace tres años Evin Blanch Chacón ocupa el cargo de ideológico del Comité Municipal de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP) en Santiago de Cuba y es uno de sus dirigentes más jóvenes, pero eso para nada lo ha desvinculado de la finca de la familia.

«Me levanto a las 4:00 a.m. a ordeñar, después me baño y vengo para mi trabajo. Añoro el sábado para pasármelo en la finca junto a mi hermano Ever, que trabaja con mi abuelo a tiempo completo. Siempre estamos innovando algo».

De la mano del mítico Paquito (Juan Francisco Pérez), vecino y presidente de la Abel Santamaría, dio sus primeros pasos laborales: «Muchas veces iba para la minindustria. Creamos una brigada FMC-ANAP e incentivé a las mujeres que trabajan allí para que llevaran donativos a los hogares maternos. Por tres años fui secretario del comité de base, que llegó a ser vanguardia nacional, y logré vincular a la cooperativa a muchachos de los alrededores.

«Allí constaté la valía de contar con una cooperativa diversificada, algo que no logran todas las estructuras… no porque los presidentes no tengan el deseo de hacerlo, sino porque, como me enseñó Don Paco, si no empiezas a ejecutar las ideas que tienes, si no rompes esa inercia, nunca obtendrás resultados.

«Hoy soy cuadro, pero fui formado por campesinos y tengo el regocijo de que en la zona donde nací y en la que todo el mundo me conoce, me ven como un campesino. Las cooperativas que atiendo están intrincadas, por la Gran Piedra, así que salgo tempranito, cojo una guagua, camino kilómetros, y muchas veces me quedo en sus casas. Si hay que ponerse a ordeñar, ordeño; y si hay que desyerbar, lo hago… Soy fanático a desyerbar y a ordeñar», aclara entre risas.

«El año pasado fui cuadro destacado a nivel nacional y lo asumí con la satisfacción de que en la atención a las estructuras campesinas llevo el sentido de compromiso que me inculcó Don Paco y las enseñanzas de mi abuelo Rolando».

Fiel a su máxima de que en la vida vale incursionar en
varios campos, sueña con ser locutor y conducir un programa en el que los productores exitosos expongan las esencias tras cada resultado y hablen de las trabas burocráticas que aún desvían y desaniman, de la importancia de superarse y de cómo poner la ciencia en función del surco.

A sus dos hijos, Evin Lester y Nalia Lixa, les enseña que como campesinos tienen un compromiso con Fidel: «Nacimos con una Revolución que siempre les ha dado oportunidad a los jóvenes. Nacimos con una Reforma Agraria… Hoy nos toca producir y garantizar la alimentación del pueblo».

No pensar en obstáculos

La matancera Joanna María tiene 18 años y pasa el día entre sus cerdos, conejos y vacas, produciendo alimento y bienestar. Foto: Hugo García Fernández.

Siempre anda de prisa. El tiempo no le alcanza para todos sus empeños. Con apenas 18 años afirma que cada día le encantan más el campo y los animales. Joanna María Pérez Delgado vive en la finca El Conde, cerca de la ciudad de Matanzas, donde se dedica a la cunicultura, la crianza de cerdos y la producción de leche de vaca.

De estatura mediana y ojos claros, nadie pensaría que tras esa apariencia citadina hay una campesina auténticamente cubana: «Desde niña he sentido amor por los animales», dice. Su abuelo le regaló hace varios años una vaca llamada Lola: «Yo la llamo y viene a comer de mi mano pedacitos de pan o yerbas. Me enseñó a ordeñarla
y diariamente da diez litros, y en invierno cuatro. Esa leche la entrego junto con la que aporta mi abuelo a la cooperativa.

«Nosotros no creemos en obstáculos, como la gente que oigo a veces lamentarse: construimos la nave y nuestras jaulas, y buscamos los alimentos. Hemos sembrado plantas proteicas forrajeras, como king grass, tictonea y caña de azúcar, que mezclamos con hierba de guinea, moringa y un poco de miel de purga, con las que producimos un pienso en un molino artesanal construido por nosotros mismos.

«El trabajo en el campo es duro y recaba dedicación diaria. Me levanto a oscuras todos los días, en muchas ocasiones ayudo a mi abuelo a ordeñar algunas vacas, limpio la nave de los conejos, les echo comida y reviso si hay alguno enfermo, y atiendo a los cerdos. Eso es una rutina que no puede fallar. Les doy comida dos veces al día.

«Yo hago de todo, no descanso, pero la cría de conejos me gusta mucho, la disfruto al margen de que brinda dividendos económicos, porque sé que parte de mis producciones ayuda a la alimentación de otras personas y a la sociedad.

«Me siento feliz porque me hicieron miembro de la ANAP en la CCS Ciro Redondo, y aunque priorizo la atención de los animales, no descuido mis estudios en la facultad Julio Antonio Mella».

Joanna María sabe manejar una volanta, y no le gusta mucho montar a caballo. Practicó tenis de campo durante tres años en la EIDE Luis Augusto Turcios Lima, y participó en juegos escolares nacionales, pero el deporte no era lo suyo.

De momento aspira a hacerse técnico de nivel medio en Veterinaria, y en un futuro seguir esa carrera en la universidad: «Hay que estudiar, porque todo conocimiento que uno adquiera es útil en el campo», nos dice esta joven que vive feliz en su entorno campestre y aspira a producir más alimentos.

Código para programar una tradición de familia

No ha habido paisaje desierto en la finca El Marañón, del batey Chafarinas (Aguada de Pasajeros), desde que el más viejo de esa estirpe de agricultores decidió poner allí la primera mota de arroz.

Desde los cinco años, para Luis Gustavo Morejón Santos la mejor diversión la proporcionaban los campos donde la familia cultivaba el grano. «Mis primeros recuerdos son de una siembra directa, y veo claro, como ahora, que mi abuelo lo mojaba para sacar los vanos y lo ponía al calor para que pregerminara», cuenta hoy, con 28 años y graduado de Informática en la Universidad de Cienfuegos.

En los albores de 2021 el juego se ha puesto serio, pero todavía le apasiona y divierte: «Es el placer de hacer lo que me gusta», dice. Por eso siempre reverdecen los diques de El Marañón preñados del cereal, de lo cual dio muestra la campaña de frío en manos de la tercera generación de esta familia, que casi completó una decena de hectáreas.

«A pesar de que hemos estado un poco enredados por el incremento de los insumos y los servicios, sembramos porque de esto vivimos», contó a JR el joven anapista.

Por cinco años «soltó el campo» para estar entre ceros y unos, pero no olvidó el código que programa la tradición familiar de los Morejón: trabajo y constancia. Y para no dejar morir la seña de sus ancestros, volvió cargado de conocimientos para repensar los modos de hacer en el surco.  

Motear el arroz, verlo crecer espigado y dominar los escurrimientos para un riego que no desperdicie agua, tipifican esta actividad que considera su verdadera vocación: «Tenemos que corregirnos en términos de eficiencia y aprovechamiento de la fuerza de trabajo, de los horarios y de la manera en que nosotros desarrollamos la agricultura», reconoce este joven cienfueguero ante el reto que impone la Tarea Ordenamiento.

Con el ahorro como constante, intensificó el riego nocturno, excepto en las áreas más secas, donde el arroz demanda agua permanente. Pero hay también un factor subjetivo depreciado por muchos ante el empuje de las carencias materiales, y tiene que ver con la forma de preparar el suelo y utilizar el conocimiento para lograr los resultados que el país necesita.

Hoy hacen muchas cosas de manera diferente, pero la sapiencia de los que antes caminaron los diques persiste de una generación a otra: «Lo que me enseñó mi abuelo se une con nuevas aplicaciones de la ciencia y la técnica y nos hace más fuertes», afirma.

Morejón Sánchez vuelve a las raíces, funde viejas técnicas con nuevos medios y hace de cada jornada una lección de vida para el futuro del más pequeño de su estirpe. 

Recompensa al esmero

En Consolación del Sur, territorio pinareño famoso por sus tierras productivas, Adrián conversa acomodado en un banco improvisado a la sombra de un árbol frondoso, este que ocupa cada mañana su abuelo octogenario, ahora que no puede trabajar en el campo, porque ayuda más con la vista que con las manos.

Para el joven, las enseñanzas del anciano han sido una gran escuela. «Él nació en estas tierras, las conoce como nadie, sabe sus características y sus mañas. Antes fueron suyas y si hoy sigo aquí es gracias a su ejemplo».

Con ese ímpetu heredado conduce la finca Morón, de la CCS Isidro Barredo, donde siembra ocho hectáreas de tabaco de sol ensartado y además cultiva hortalizas y frutales en tierras aledañas, que solicitó en usufructo.

Graduado como ingeniero agrónomo en la universidad Hermanos Saíz Montes de Oca, Adrián Franco Rodríguez (28 años), dice que con mucho sacrificio ha encontrado en el campo beneficios que quizá en otro lugar hubiese sido imposible alcanzar. Esa es la recompensa a su dedicación y esmero.

«Agradezco infinitamente el haberme graduado, porque eso me ha aportado una visión de futuro y me ha permitido pensar en otros proyectos para
diversificar las producciones de la finca. Tengo varios obreros, las mujeres se dedican al ensarte de tabaco y los hombres a otras labores. Yo soy el más joven y estoy a cargo, pero prima el respeto», narra.

«El almuerzo para todos se hace en mi casa y se trae hasta acá porque es muy cerca. Mi esposa es informática. Ahora está de licencia de maternidad y me ayuda. Es mi sostén, siempre converso con ellas las decisiones. Para emprender un trabajo así es importante contar con la familia», dice este padre enamorado de Lena y Lina.

Mientras dura la campaña tabacalera, se levanta antes de las cinco de la mañana y llega a la casa pasadas las siete de la noche, pero cuenta con el apoyo de su padre, quien se encarga de la contabilidad y «los papeles».

«Siempre he vendido el tabaco a su precio máximo y este año está muy bueno, a pesar de que la siembra se retrasó por las condiciones climatológicas y falta de algunos
insumos. Esta campaña la
hicimos a ciegas y de valientes: aún no se sabe cuál va a ser el precio del tabaco, pero había que sembrar por uno mismo, por los trabajadores que dependen de nosotros y porque es un compromiso con la Revolución».

Su finca está catalogada de Primera por la calidad de los capotes que aporta, y ya se prepara para sembrar tabaco tapado: «Tengo el conocimiento técnico, no el práctico, pero lo vamos a hacer, empezando con una hectárea…».

También pretenden incursionar en la cría intensiva de peces sobre una membrana geoplasmática, anhelo que se materializará a través del proyecto de desarrollo local.

No tiene reparos para decir que el campesino cubano debe ir modernizándose y mantenerse informado: «Hay que trazar estrategias y lograr incentivos para que los jóvenes se queden en la agricultura, donde la Revolución los necesita. Y dar pasos en la mecanización, que es la base del desarrollo: en la universidad aprendimos que la tracción animal es para una agricultura de subsistencia.

«Es cierto que existen problemas desde el punto de vista humano, pero nosotros necesitamos ayudar al desarrollo del país desde el campo. Son muchas las cosas sobre las que hoy se vuelve con nuevos análisis, y eso genera incertidumbre, imprecisiones… pero tenemos confianza, y ya hay facilidades para la adquisición de insumos y tecnologías», afirma.

«Siempre es bueno que a uno le reconozcan el trabajo», dice sonriente. «Yo me sentí muy orgulloso el día que me otorgaron reconocimientos de la ANAP junto a importantes campesinos pinareños. Eso es también un compromiso».

El vigor y la frescura de los jóvenes en el campo

                                                                                   Foto: Cortesía del entrevistado

Para el presidente de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP), Rafael Santiesteban Pozo, los jóvenes son la fuerza fundamental que el campo tiene en las condiciones actuales para enfrentar las complejidades que inciden en la producción agropecuaria.

Aprovechando las motivaciones del aniversario 60 de la Anap en lo que va de año se sumaron casi mil jóvenes a la organización campesina y se constituyeron 97 nuevos comités de base de la Unión de Jóvenes Comunistas, con lo cual ya suman 1 608.

«Son los más nuevos la más genuina muestra de empuje y de capacidad para seguir transformando y nutriendo de conocimiento el campo, sin duda junto a otras generaciones que también son importantes por el caudal de sabiduría que atesoran», sostuvo.

La organización ha estimulado y acompañado a los jóvenes, según Santiesteban Pozo, para que siempre mantengan un diálogo diáfano con la Anap, para que no solo planteen problemas, sino que además propongan alternativas y soluciones.

Apuntó que en esta última etapa, a pesar de las dificultades y limitaciones objetivas con los recursos, los jóvenes han dado muestra de que se puede apelar a las fuerzas que subyacen, que son intangibles y tienen que ver con la gestión del conocimiento, la disciplina tecnológica y la entrega al trabajo.

«De las experiencias fundamentales que han aflorado, un porciento bastante alto la han aportado los jóvenes. Quiere decir que con ellos siempre podremos contar para seguir incorporando nuevas maneras de hacer. Maneras que estén más actualizadas, que sean más integrales y reconozcan las complejidades que tenemos hoy, sin perder la esencia de lo que se haga para seguir transformando el campo
en función del beneficio del pueblo, de la economía del país, de la economía del sector y de ellos mismos», apuntó.

El Presidente de la Anap dijo que gracias a a las nuevas generaciones se puede lograr no solo garantizar las manos que en el presente trabajen la tierra, sino las que los harán en el futuro. Gracias a ellos también se puede afianzar la labor de la familia que es indispensable, tanto para las labores agropecuarias como para las demás actividades de los otros sectores de la sociedad.

«La Anap de conjunto con los jóvenes ha constituido, y lo hará en lo delante, un factor importante para asumir los retos que el campo tiene plantado. Confiamos en ellos y en sus maneras de hacer y de actuar. Confiamos en su entereza para conservar la unidad del pueblo y seguir aportando para canalizar sus proyectos de vida, mejorar sus condiciones en la comunidad y en el seno familiar. Confiamos en ellos plenamente para ponerle al campo la frescura y el vigor que la juventud siempre tendrá», concluyó.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.