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Las flores del ALBA cantadas por las abejas

Como si los líderes de la región no hubieran dejado claro qué era lo que celebraban, los niños de La Colmenita nos enseñaron que el ALBA-TCP no es más que un panal de abejas

Autor:

Enrique Milanés León

Como si los líderes de la región no hubieran dejado claro este martes, en campamento cubano, qué era lo que celebraban, los niños de La Colmenita nos enseñaron a todos que el ALBA-TCP no es más que un panal de abejas.

Con Raúl, Díaz-Canel, Maduro, Arce, Daniel y los firmes horcones caribeños en pose de amantes padres velando a la orilla, en primera fila del Palacio de Convenciones, esta suerte de surtidor de bellezas conducido por el «aguador» Tin Cremata repitió, cual si fuera nueva, su conocida fórmula de llevarnos, sin escala, de la risa suelta al lazo en la garganta.

«Yo creo que el ALBA comenzó con ese abrazo» —la gala que cerró la vigésima Cumbre del mecanismo de integración—, fue la metáfora con la cual la compañía tejió, con el primer estrechón entre Chávez y Fidel hace ya 27 diciembres, los largos brazos que en 2004 esta Alianza nos dio para querernos de un pueblo a otro.

En efecto, nos queremos tanto que en su discurso Maduro tuvo que hablar de «dos genios» —Fidel y Chávez—, mientras que en el suyo Díaz-Canel no pudo ocultar que somos herederos de ellos dos y de Bolívar y Sandino.

No asombra entonces, aunque emociona mucho, que a los colmeneros de Tin se les contagie el amor. Regalaron a los asistentes una cronología en décima de la amistad regional y cantaron —«samplingmente», con René Baños en fila— su versión de Preludio de Girón, de Silvio, otro reparador de sueños.

Como una Misión Milagro, todos vieron que María Carla, la pequeña de tres meses que Chávez arrulla aún en una fotografía, es ahora una adolescente que devuelve en el teatro, en afectos especiales, todo lo que recibió.

No, Martí no pudo más que acariciar la estatua de Bolívar, pero Cuba y Venezuela sí llegaron a tiempo para ver abrazados a Fidel y Hugo, sus hijos comandantes, los que más se les parecen. Después de eso, hasta el modesto Cauto cruzó su hilo brilloso con el torrente de Papá Orinoco.

Porque vienen de pueblo sabio, estos niños artistas saben también quiénes no los quieren y —¡hasta a ellos!— les cantan: «¿Cómo no me voy a reír de la OEA, si es una cosa tan fea?», coreaban mientras hacían del siempre discreto Palacio de Convenciones, en claves cubanas, un jolgorio muy poco convencional.

Fue la montaña rusa de la emoción: al momento llenaron la sala de ojos vidriosos con las fotos hermanas del barinés y del de Birán: Chávez en Cuba —me considero su hijo, dijo alguna vez— y Fidel en Venezuela, domando corrientes junto a su discípulo. 

«El ALBA-TCP es la patria», dijeron estos muchachos como personas, no como personajes. Y es la fuerza de un país que se extendió, con sus «vacunas» de amor cantado, a fuerza continental. Fidel, que los moldeó cariñoso con las mismas manos inmensas de frenar imperios, sabía mucho de eso cuando le dijo a Chávez que el árbol nacional de Venezuela era… Simón Bolívar.

Al final, mientras se les aplaudía, los pequeños se viraron a las fotos, de espaldas al público, para aplaudir a Fidel. A esa hora, el Comandante recordaba a toda la región el ¡Patria o Muerte! de los cubanos y, en la gran sala, su hermano Raúl, tras besar a una niña y saludar a otros, se plantaba emocionado a preguntar: «¿No emociona?». ¡Emociona! Son los retoños de pueblos, que solo se dan al alba.  

 

Mientras el imperio celebró una Cumbre de la Democracia virtual por su falsa esencia, los líderes del ALBA-TCP se reunieron en vivo para defender sus valores. Foto: @PresidenciaCuba/Twitter

 

 

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