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En el lente de Perfecto Romero

Muchas de estas instantáneas son icónicas. Una sirvió de modelo para construir el monumento al héroe en Yaguajay. Otra se usó en el logotipo de las escuelas militares Camilo Cienfuegos y el de la UJC

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

Perfecto Romero tenía 22 años cuando se unió a la columna del Che en Fomento, antigua provincia de Las Villas, a finales de 1958. No tenía armas y casi no lo aceptan, pero llevaba su cámara y sus ansias de participar en la contienda.

Sin vacilar, el Comandante argentino lo nombró corresponsal de guerra, y el joven asumió la misión como si fuera un veterano, no un aprendiz de fotógrafo en cumpleaños y eventos sociales.

Cuando le encargaron cubrir la toma de Yaguajay, comenzó una etapa que definió su vida en todos los ámbitos: estar cerca de Camilo Cienfuegos para eternizar su alegría, sus acciones heroicas y cotidianas, su vínculo con el pueblo y con el alto mando de la Revolución.

Muchas de esas instantáneas son icónicas. Una sirvió de modelo para construir el monumento al héroe en Yaguajay. Otra se usó en el logotipo de las escuelas militares Camilo Cienfuegos y el de la UJC. Otra da rostro al billete de 20 pesos…

«Todavía tengo fotos que no han salido en ninguna prensa», reconoce a JR, y se dispone a hablarnos del hombre fuera del lente, el que lo impresionó por su humildad y ternura; su movilidad perpetua y capacidad para orientarse en el terreno; su trato correcto hacia las mujeres y los niños; su devoción hacia Fidel y otros combatientes que con más cultura y bagaje político soñaban un país mejor.

Camilo no se sentía incómodo con aquel joven a su alrededor, cámara en ristre y atento a gestos y expresiones. Luego del triunfo revolucionario, cuando Perfecto estaba en la recién creada revista Verde Olivo, lo pedía para sus recorridos por el país. Nunca le hizo una de sus famosas bromas, pero lo trataba muy bien, como a uno más de la tropa.

No lo recuerda furioso jamás. Serio sí: sobre todo cuando dejaba lo que estuviera haciendo para oír los discursos de Fidel, Hart u otros líderes de la Revolución.

«Él mismo hablaba muy bonito, convencía a cualquiera con sus argumentos. Como la vez que les habló a los soldados del cuartel de Yaguajay para que no derramaran más sangre por gusto, y al otro día se rindieron… Aquello pudo terminar antes si los rebeldes hubieran usado el mortero, pero el hombre que manejaba esa arma tenía un hermano dentro del cuartel, sargento de Batista, y Camilo no permitió que su vida corriera más peligro», rememora.

Gente de pueblo

Como todo fotógrafo, hay momentos que Perfecto no logró atrapar. «No tenía experiencia; solo le tiraba a todo lo que me pareciera importante». Con 87 años y aún activo, hace un balance positivo de lo que sí captó, y disfruta mostrarlo.

Entre las fotos que atesora, elige la del guerrillero forrando sus piernas con polainas de material improvisado: «Es que la hierba molestaba mucho», explica, y reímos pensando en cómo esos hombres que enfrentaban las balas evitaban la picazón.

Una de las menos conocidas muestra al héroe en traje de gala, listo para asistir a una boda. En otra carga a un pequeño vestido de verde olivo, con sombrero y «barba», para parecerse a él. En la cuarta lo atrapó con gorra de teniente, y en otra se ve sentado en una hamaca casi en el piso, esperando a que herraran sus caballos.

Recuerda que en la despedida de la tropa que construiría la primera escuela para huérfanos en Oriente, el entonces jefe del Ejército habló con el conductor del tren para que fuera con mucho cuidado. «Así era, siempre dando consejos».

Encontrarse con los niños siempre fue muy especial para Camilo. Foto: Perfecto Romero

«El pueblo lo seguía a todas partes; le daban muchas cartas contándole sus problemas», dice mostrándonos otra imagen. «Él llegaba a la oficina con los bolsillos cargados de papeles, y un oficial revisaba cada carta para responderla», asegura.

«Sentí mucho a Camilo… Nos cogimos mucho cariño los dos. Él era muy espontáneo y yo no hablaba mucho, pero estaba con él», dice con tristeza. «¡De casualidad no fui a Camagüey para buscarlo! Luego fuimos a la Ciénaga con varios oficiales, y salimos en un remolcador para tratar de encontrarlo en los cayos del Sur. Dormimos en el barco, y al día siguiente fuimos en carros hacia el norte, a seguir buscando».

Trabajar en todo escenario

De la relación con Fidel tiene recuerdos nítidos. En especial del reencuentro en el Cotorro, donde por primera vez los tuvo juntos en su lente. Del discurso en Columbia y del famoso juego en que Camilo dio batalla hasta obtener su uniforme, porque si Fidel picheaba, el cácher tenía que ser él… 

Habla en particular de una jornada en la Ciénaga en la que el alto mando estaba «refrescándose». Fidel pescaba y Raúl y Camilo nadaban a su gusto. En escenarios como ese se discutía el futuro de la Revolución, se trazaban planes… Con el torso al aire, en la formalidad de los despachos o en el interior de los vehículos, siempre se trabajaba intensamente. Romero observaba callado y admiraba ese fervor.   

Camilo no se sentía incómodo con aquel joven a su alrededor, cámara en ristre y atento a gestos y expresiones. Foto: Perfecto Romero

¿Y qué pensaba Camilo de las fotos que le tomó?, preguntamos. «No sé… nunca le di ninguna en la mano. Le gustaba hacérselas, como a casi todos en la tropa, pero muchos rollos no se llevaron al papel hasta llegar a La Habana. Y luego del triunfo las veía como todos: en la revista».

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