Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Vilma desde la ternura de su sonrisa

La Heroína de la Sierra y el Llano, santiaguera orgullosa de sus orígenes, cumpliría este 7 de abril 92 años

 

Autor:

Odalis Riquenes Cutiño

 De visita en la provincia de Sancti Spíritus, como acostumbraba, llegó a un hogar de niños sin amparo familiar y sentó sobre sus piernas al más pequeño de la casa. Su sensibilidad y experiencia como madre le permitieron percatarse enseguida de que el niño tenía problemas de visión: «El me toca el collar, me pasa la mano como si no viera», le comentaría luego a la directora.

Al día siguiente, a su regreso a la capital cubana, no solo se ocupó de hacer todas las gestiones para que un equipo de especialistas de los más competentes pudieran evaluar al infante, sino que hasta le buscó para quedarse en una casa con jardín, «para que pudiera jugar durante su estancia allí…».

Esa era Vilma Lucila Espín Guillois, la heroína de la lucha clandestina, la combatiente del Ejército Rebelde, la fundadora y eterna presidenta de la Federación de Mujeres Cubanas, que por encima de todo eso nunca dejó de ser una mujer de detalles y exquisita sensibilidad.

Decía que las personas valían por sus valores, no por la posición económica y social, y detestaba las banalidades, las mentiras; «por eso creo que fue tan revolucionaria», acostumbraba a enfatizar su amiga y compañera de luchas Asela de los Santos.

Nació el 7 de abril de 1930 en Santiago de Cuba, hace 92 años, en el seno de una familia acomodada, pero como escribiría la hija de Haydée Santamaría: «Prefirió una flor de la Sierra frente a las perlas a que tenía derecho por nacimiento».

Cuando los de su posición social frecuentaban clubes selectos, ella se concentraba en el estudio, en las Matemáticas y la resolución de problemas que tanto disfrutaba, y se fue a la naciente Universidad de Oriente (UO) a estudiar Ingeniería Química Industrial, una especialidad entonces privativa de los hombres, para contribuir al futuro tecnológico del país.

Su espléndida voz la convirtió en solista de la coral universitaria, y su afición por el deporte en capitana del equipo de voleibol de la UO. Amaba tanto el ballet como el carnaval, y con toda esa cultura  también sustentó sus anhelos de una Cuba mejor, como cuando en respuesta al golpe del 10 de marzo llenó las calles de volantes con versos de Heredia, «para que la población leyera del clamor de la libertad desde la belleza de la poesía».

En días de tensiones y clandestinaje supo imponerse al dolor de la pérdida del jefe, y desde el cargo que el mismo le confiara una semana antes de morir, se ocupó de que sus decisiones rindieran homenaje al amigo: «Le mandé a poner el uniforme con el grado de coronel, la boina sobre el pecho y una rosa blanca sobre ella. Ese día Frank ganó la más grande de sus batallas con su uniforme de coronel, me hice la idea de que sonreía».

Consumada la libertad, con la misma fuerza que enfrentó un ejército en el llano o la Sierra se levantó contra siglos de discriminación y prejuicios hacia la mujer y demostró con su ejemplo que el hogar y la Revolución no eran incompatibles.

Desde sus responsabilidades nada le fue ajeno, desde la ropa cómoda y la sillita adecuada que debían llevar los niños en un círculo infantil, hasta cambiar la historia de una bailarina de cabaré discriminada, enarbolar las razones de las mujeres en la más encumbrada tribuna internacional, y atender hasta el detalle la última voluntad de un compañero de luchas.

Y es que su entrega generosa a la obra de la Revolución, su tenaz defensa de la igualdad, de los derechos de los niños, las mujeres y la familia, siempre estuvo alimentada desde la ternura de su sonrisa, y con ello, legó a las cubanas un excelso modelo de mujer.

 

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