Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Sin un ápice de miedo a la muerte

No imaginaron los asesinos de Julio Antonio Mella, el 10 de enero de 1929, que su vida, obra y pensamiento se convertiría en fuente de inspiración para la juventud cubana

 

Autor:

Raciel Guanche Ledesma

Pocos hombres han marcado con tanta prontitud y perennidad histórica a los jóvenes en nuestro país como Julio Antonio Mella. De incalculable coraje, puesto a prueba incluso en los perversos contextos dictatoriales de la neocolonia, nadie en tan breve tiempo hizo más que él por la reconstrucción de un carácter revolucionario venido a menos luego del despotismo yanqui a inicios del pasado siglo.

Con apenas 20 años, ya Mella lideraba las luchas por la reforma universitaria y fundó entonces la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) como base de las justas causas del estudiantado cubano. Poco tiempo después abraza también las ideas marxistas-leninistas y se coloca como
figura cofundadora, en 1925, del Primer Partido Comunista de Cuba.

Eran claras las convicciones y el amor por una tierra que poco a poco, junto a su estirpe, iba forjándose en el camino antimperialista, rebelde y de la libertad. Del Mella periodista, del que plasmó para siempre la revista Alma Mater en el sentir universitario, quedan aquellos folletos y artículos que hablaban de un pueblo que nunca había sido libre, del imperialismo como enemigo de nuestra independencia y, por supuesto, de Cuba y su hora de lucha revolucionaria.

El peso de hacer la Revolución por la libertad absoluta, la verdadera, ha costado a este país mucha sangre y valor. Nunca ha sido fácil desde Céspedes, Maceo, Martí, hasta nuestros días. Y a Mella había que silenciarlo con su sangre, porque la oligarquía cuando siente cerca la irreverencia de los grandes líderes, delira y acude a los balazos como síndrome cobarde e impotente de la mediocridad moral.

El propio Mella lo anticipó justo al salir de Cuba a un forzado exilio: «No le tengo ni un ápice de miedo a la muerte, lo único que siento es que me van a asesinar por la espalda», dijo. Fue la forma en que finalmente actuaron el 10 de enero de 1929 los sicarios a las órdenes del dictador Gerardo Machado, quienes lo mataron justo en frente de una panadería, cobardemente por la espalda, en las inmediaciones de una apacible calle de Ciudad de México.

«Muero por la Revolución», serían sus últimas palabras recostado moribundo en los muslos de su querida Tina Modotti. Apenas contaba con 25 años aquel muchacho, aquel líder natural enamorado, aquel comunista que se desvanecía ante el crimen en un país extranjero, pero que añoraba hasta el último momento su Patria.

Tanto fue así que antes del fatídico 10 de enero, el joven revolucionario preparaba en esa época la expedición que lo llevaría de forma clandestina de México hacia Cuba para incorporarse a la indispensable lucha armada. No por extraña casualidad Fidel zarparía de esas mismas tierras tiempo después en la épica de tomar la Sierra Maestra rodeado de guerrilleros barbudos, para concretar, al fin, el sueño erigido también por Mella.

Nada importa si se muere por convicciones sólidas, he escuchado alguna vez. Y Julio Antonio Mella cayó en pleno ejercicio de una lucha que, cargada de ideales, devino arcilla histórica para derrocar a esos mismos cobardes que silenciaron su vida hace ya 94 años.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.