Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Cuando la libertad iluminó la madrugada

Comandada por el genio estratégico de Fidel, el coraje y la entrega de todo un pueblo, se consumó la victoria en la capital de Oriente

Autor:

Odalis Riquenes Cutiño

SANTIAGO DE CUBA.— A medianoche del 2 de enero de 1959 el Parque Céspedes fue un jubiloso abrazo. Desde uno de los balcones del Ayuntamiento se alzó erguida la enseña nacional y las notas del Himno de la patria surcaron el aire. El arzobispo de Santiago, Monseñor Enrique Pérez Serantes, deseó la paz a los hogares cubanos y Raúl saludó al pueblo.

Una ovación interminable, cual trueno, iluminó la madrugada cuando tomó la palabra el Comandante Fidel Castro. La voz del líder fue ancha, viril, casi mítica: «¡Santiagueros, largo y duro ha sido el camino, pero al fin hemos llegado…!».

Cinco años, cinco meses y cinco días después de que al frente de un grupo de jóvenes como él, asaltara el cuartel Moncada para iniciar la lucha que cambiaría los destinos de su país, y tras casi dos años de combates y hombradías al frente de unos 3 000 hombres en la Sierra Maestra, sin apenas disparar un tiro, y en medio de la emoción desbordante, entraba a Santiago para consumar la libertad.

Camino a Santiago

Diciembre del 58 era casi historia. Las columnas rebeldes avanzaban en todas direcciones sin que nada ni nadie pudiera detenerlas. Tras las victorias en Jiguaní, Baire, Contramaestre, El Cobre, Palma Soriano y Maffo, el camino hacia el triunfo era expedito.

La capital de Oriente se encontraba sitiada por las tropas rebeldes desde hacía semanas; solo mantenía comunicación marítima y aérea con el resto del país, pues los centros poblacionales más importantes de la provincia —Holguín, Guantánamo, Bayamo y Manzanillo, aún en poder del ejército—, se hallaban aislados entre sí.

Las tropas del Primer, II y III Frentes, bajo el mando directo del Comandante en Jefe, ultimaban detalles para el ataque a la urbe, donde el enemigo contaba con alrededor de 5 000 hombres perfectamente armados, convenientemente situados y con un adecuado sistema de comunicaciones.

Fidel había elaborado un plan de ataque consistente en cercar los batallones localizados en Boniato, El Escandel, el aeropuerto y Quintero, y luchar contra los refuerzos que acudieran en su auxilio. Se preveían no más de siete días de combates, detallaría él mismo años más tarde.

Mas el empuje de las tropas rebeldes era ya indetenible. Eso, entre otros factores, hizo al Mayor General Eulogio Cantillo Porras, jefe del Estado Mayor del ejército batistiano, iniciar gestiones para entrevistarse con el Comandante en Jefe.

Las fuerzas rebeldes estaban listas para la toma de Santiago cuando en la mañana del 28 de diciembre de 1958, en las ruinas del antiguo central Oriente, en las cercanías del recién liberado Palma Soriano, se produce la entrevista entre Cantillo y el líder rebelde.

Los acuerdos fueron claros: el 31 de diciembre, a las tres de la tarde, el General haría el llamamiento para la renuncia del Gobierno, los criminales de guerra serían detenidos y los cuarteles del Oriente se rendirían a los rebeldes. Explícito quedaba además el compromiso de no golpe de Estado y de no dejar escapar al tirano.

Sin embargo, cuando todas las decisiones habían sido adoptadas, el líder revolucionario recibió una nota de Cantillo que daba cuenta de un cambio de circunstancias.

La respuesta de Fidel fue inmediata: «El contenido de la nota (…) me ha hecho perder la confianza en la seriedad de los acuerdos. Quedan rotas las hostilidades a partir de mañana (31 de diciembre) a las 3.00 de la tarde…».

La orden a los Frentes fue avanzar sobre Santiago. Sin embargo, el ataque no se produjo el 31 por diversas razones, entre ellas, que el jefe militar de la Plaza, coronel José M. Rego Rubido, estaba muy interesado en llegar a un acuerdo.

¡Revolución sí!

Esa era la situación cuando al amanecer del 1ro. de enero de 1959 Fidel conoce de la huida de Batista y del golpe de Estado que se fraguaba. Respondiendo rápidamente a las noticias procedentes de La Habana, y previendo lo que se gestaba, partió hacia Palma Soriano, adonde había enviado desde el 30 de diciembre, empaquetada sobre un camión y procedente de Charco Redondo, la planta de Radio Rebelde.

Poco después de las nueve de la mañana ya el Jefe estaba en la casa de Aguilera 201, de la ciudad del Cauto, en la que se había establecido la planta radial guerrillera.

«El equipo tenía dificultades que imposibilitaban grabar y transmitir al mismo tiempo, evocaría años después Miguel Boffil, el técnico que hizo posible la transmisión. Así se lo expliqué a Fidel. En un principio no me entendió, pero después accedió a hacer la grabación. Como hablaba tan alto todo se oía afuera, al terminar, nos sorprendió el aplauso del pueblo, que espontáneamente congregado allí, escuchaba por las ventanas. Más tarde salió y les dirigió la palabra».

Aproximadamente a la una de la tarde del 1ro. de enero saldría al aire la histórica grabación portadora de las instrucciones que harían fracasar el golpe de Estado, la orientación de no parlamentar y seguir combatiendo, la alocución al pueblo de Santiago de Cuba y las indicaciones a Camilo y el Che para la toma de Columbia y La Cabaña, respectivamente.

«Revolución, sí; golpe militar, no. Golpe militar de espaldas al pueblo y a la Revolución, no, porque solo serviría para prolongar la guerra», dijo el jefe revolucionario. Con la firmeza de quien tiene un asunto pendiente, fue también claro en su mensaje a la urbe santiaguera:

«La guarnición está cercada (…) Si a las seis de la tarde (…) no han depuesto las armas, nuestras tropas avanzarán sobre la ciudad y tomarán por asalto las posiciones enemigas. Santiago de Cuba: los esbirros que han asesinado a tantos hijos tuyos no escaparán… ¡La historia del 98 no se repetirá! ¡Esta vez los mambises entrarán en Santiago de Cuba!».

Balcones abiertos a la libertad

En la urbe oriental en tanto, a pesar de los 5 000 efectivos de la tiranía que se mantenían acuartelados en el Moncada, en balcones y ventanas se desplegaban banderas cubanas y del 26.

Solo algunos carros de patrulla, con policías y soldados, deambulaban despacio por las calles. Por Martí, San Pedrito y otros sitios ya se mezclaban los rostros barbudos, y la acción del vigoroso movimiento clandestino se agigantaba.

Fiel a su estirpe guerrillera, la ciudad se preparaba para la anunciada batalla final. Meses antes, y como otro escalón dentro de la llamada Operación Santiago, el Comandante en Jefe le había encomendado al combatiente Reynaldo Irzula Brea la misión de armar y preparar hombres dentro de la urbe.

«La orden era tomar la ciudad, relataría luego Irzula Brea. Me dijo que hiciera de policía: controlar y evitar desórdenes, robos, asaltos, abusos... Me orientó tomar las posiciones enemigas, lo cual fue cumplido, pues se tomó la ciudad completa, menos el Moncada. Eso garantizaba que si era necesario combatir no existieran fuerzas que pudieran atacar a los rebeldes por la espalda».

Así, ante el generalizado ¡Se fue, se fue...! de aquel primer día del año, los integrantes de las Milicias Clandestinas 26 de Julio se distribuían por las azoteas de edificios como el hotel Casa Granda, la Catedral, los colegios Lasalle y Dolores, y recorrían las calles para garantizar el orden. Cuatro pelotones en los que se abrazaban el coraje de las fuerzas rebeldes y de combatientes clandestinos, extendían la libertad por Marimón, la carretera de la Refinería, Quintero.

Desde las cercanías de la ciudad y bajo el mando directo de Fidel avanzaban también las columnas uno, tres y nueve. «A Santiago había que atacarlo de todas maneras ese día, porque de lo contrario, podía consolidarse aquel golpe», explicaría años más tarde el propio Comandante en Jefe.

El jefe guerrillero estableció su comandancia general en El Escandel. Hasta allí llegó en horas de la tarde el coronel Rego Rubido para la demandada entrevista, y desde allí partió el Comandante Raúl Castro, quien un rato después entraba al cuartel Moncada y era aclamado por los soldados. La noche se esparcía sobre el lomerío cuando se produjo por fin el encuentro con la oficialidad santiaguera. Fue consenso desaprobar el golpe planeado y apoyar la Revolución.

Después de poco más de dos años de hombradía en las montañas, la libertad tomaba Santiago con rostro barbudo y su líder al frente. Lo que pudo ser una de las acciones más cruentas de la última etapa de luchas, devino jubiloso abrazo, fiesta de la libertad que iluminó la próxima madrugada.

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