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Actuemos a tiempo

El consumo de sustancias sicoactivas aumenta considerablemente entre adolescentes y jóvenes, y es preciso que desde la familia, la escuela, la comunidad y los propios semejantes, logremos identificar tempranamente el fenómeno y ayudar a los que sucumben en él

 

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

 

«El químico» le dicen, precisamente porque es el que más consume la sustancia llamada de la misma forma. Cada vez que aparece, los demás lo reciben con euforia. «Es que él aguanta cantidad, el que más puede mantenerse bien aunque consuma bastante...Está escapa´o», me dice uno de sus «admiradores».

El muchacho, orgulloso de su apelativo, se muestra retador con los que no han probado todavía. Incita, convence, aconseja sobre los mejores vendedores y muestra la cara más triunfal. «Ustedes no saben lo que es la vida... hasta que no se sientan en las nubes de verdad».

Ataviado con pantalón ancho y camisa estampada semiabierta que deja ver sus cadenas doradas, tenis llamativos y «el último iPhone que trajo el barco». Moto eléctrica, gafas rimbombantes, «y siempre con olor a perfume caro, para que las chicas huelan rico y se queden», este muchacho proyecta una imagen que, para sus coetáneos, es lo más parecido a la de un tipo exitoso.

«La marihuana es cosa de niños, de principiantes. Eso no te pone arriba, como lo otro. Y es más fácil de encontrar y de repartir. Lo importante es flotar, volar, sentirte alto, capaz de todo y ser atractivo para los demás, y lograr lo que quieras. La “muela” esa de la gente en el televisor es pa´ asustar porque aquí estoy yo, vivito y coleando, y no me ha pasado nada».

Lo peor es que ese «discurso» suyo convence a los demás, y comparte el contacto del mejor proveedor y ya es un grupo, cada vez más grande, el que le acompaña en su consumo. «Me siento bien porque soy líder, porque los guío para que se diviertan mejor», dice con el sarcasmo de quien bien conoce lo que puede resultar de esa «diversión».

Me gustaría ver a este muchacho, que dice tener 16 años, más adelante. Quisiera verlo para constatar cuán alto ha llegado, según sus aspiraciones, y hasta dónde la «muela» de quienes advierten los riesgos del consumo de drogas y sustancias estupefacientes es cierta o no, como él pone en duda. Me encantaría, en unos años, encontrarme con sus «amigos» para que me explicaran el límite de esa amistad y cuán bien se sienten después de todo.

Lo que parece, no es

A bajos precios se vende «el químico», y me refiero no ya al adolescente eufórico, sino a la sustancia mezclada con otras, cuya base es el cannabis. En forma de cigarro, fundamentalmente, acceden a ella y lo hacen por imitación, por embullo, por probar qué sentirán... Pocos realmente analizan el por qué de consumirla, y qué le aportaría. ¿Serían los más inteligentes? Al menos los más sensatos, a quienes la vida les importa más.

Es muy peligroso este «invento», y las advertencias aumentan por parte de la comunidad científica. Con efectos adictivos, al fin y al cabo, sigue ganando terreno en quienes creen que, con solo una probadita, saldrán airosos. Y como lo prohibido es lo más llamativo, se sienten seducidos por esa sensación de ser «atrevidos, valientes, desafiantes, transgresores de lo establecido». Los efectos duran poco y se sienten rápido, no provoca resaca al día siguiente y se puede adquirir fácilmente. ¿Qué más pedir?

Muchos se enriquecen con la ingenuidad ajena. Y aunque se desarrollan estrategias en la sociedad con la participación de todos los sectores
para prevenir y enfrentar el fenómeno, ya sabemos que siempre hay quien burla la cerca y salta. Siempre.

Cada vez que abordo el tema, recuerdo cada conversación con el especialista de segundo grado en Siquiatría Ricardo González Menéndez, quien fuera jefe del Servicio de Adicciones del Hospital Psiquiátrico de La Habana, y siempre me advertía sobre el peligro del consumo de las denominadas drogas porteras, es decir, el alcohol y el tabaco. «De ellas se pasa al consumo de otras más dañinas, pero lo llamativo es que como, a nivel familiar, muchas veces no existe el rigor para evitar que el adolescente fume o tome de vez en cuando, es más difícil percatarse de su iniciación en otro consumo».

La detección temprana es vital, subrayaba siempre el también profesor e investigador. Destacaba la función importante que puede asumir la escuela, «porque cada maestro es capaz de conocer a sus estudiantes con un nivel elevado de profundidad, pues con ellos pasa ocho horas cada día y conoce bien las relaciones que se establecen entre ellos».

Además, señalaba González Menéndez que a diferencia de lo que muchos creen, «no existe un esquema familiar que propicie más o menos el consumo porque en muchas ocasiones, en los hogares de mayor solvencia económica encontramos más casos de adicción que en aquellos que, con condiciones tal vez más precarias y con disfuncionalidad parental, creemos que los muchachos están más “perdidos”».

En poco tiempo, sus patrones de vida se modifican y nada les resulta tan importante como adquirir la sustancia. Después, ellos y sus seres queridos sufren las consecuencias. Pero no es imposible salir del ciclo fatal. Solo hay que proponérselo.

El mismo experto en el tema elogiaba a quienes lo habían intentado y llevaban años «limpios». No es sobrevalorado el esfuerzo, al contrario, es cual hazaña de titanes. «Cuando ellos se percatan del verdadero valor de la vida y del daño que se han causado a ellos mismos y a sus familiares, se puede empezar el camino de la recuperación. En ese sendero, la familia también debe reconocer sus “lagunas” y sumarse al proceso». La ayuda especializada siempre está disponible pero el primer paso les corresponde a ellos mismos.

Los adolescentes, en esa etapa tan compleja de la vida, desean ponerse a prueba, demostrar su valía ante sus semejantes, rebelarse ante las normas sociales y familiares, y, sobre todo, demostrar que son infalibles. Acompañarlos desde la confianza, la comunicación, el aporte de elementos que les permitan valorar y analizar es fundamental, «porque un adolescente, un joven e incluso un adulto sin herramientas para vivir con un objetivo o meta, se convierte en un ser que deambula entre esto o aquello, sin medir consecuencias, o peor, creyendo que puede enfrentarlas sin dificultad», precisaba González Menéndez.

«El químico», aquel muchacho con dinero en mano y reflejo de una felicidad ¿real? por consumir la sustancia cuyo nombre le ha servido de apodo, se multiplica en cada uno de los que como él se erigen en el molde a imitar. No quedan exentos del peligro, pero todos creen que nada les sucederá, y por tanto, lo siguen en sus pasos. Actuemos a tiempo.

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