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Riesgos y fuegos de una creación

Cuando los días 16 y 17 de agosto de 1925 Mella y Carlos Baliño, junto a otros insurrectos, se reunieron en una vieja casa habanera para formar el Partido Comunista de Cuba, estaban dando un paso arriesgadísimo, que los enfrentaba directamente a Gerardo Machado

Autor:

Osviel Castro Medel

¿Cómo deben haber sido aquellas conversaciones entre un joven de 22 años y un veterano de 77? ¿Cuánto hablaron sobre José Martí? ¿Habrán tenido alguna discrepancia generacional?

Estas preguntas saltan ahora, justo a cien años de una creación que solemos evocar cada 16 de agosto sin profundizar en los problemas y sinsabores que experimentaron sus protagonistas.

Uno de ellos, el novato, se llamaba Julio Antonio Mella, y al margen de su edad era un hombre sobrado en madurez, rebelde que decía lo que pensaba, hondísimo de pensamiento. El otro había estrechado la mano de Martí en 1892, año en que se fundó un partido tan cubano como revolucionario, y se nombraba Carlos Baliño. 

Cuando los días 16 y 17 de agosto de 1925 Mella y el experimentado luchador, junto a otros insurrectos, se reunieron en una vieja casa habanera para formar el Partido Comunista estaban dando un paso arriesgadísimo, que los enfrentaba directamente a Gerardo Machado, el famoso Asno con Garras, quien desgobernaba Cuba.

Entre aquellos fundadores estuvo el profesor de origen canario José Miguel Pérez (El Isleño), primer secretario general del Partido. Unas semanas después de la histórica reunión fue apresado por las fuerzas machadistas y deportado a España.

También sobresalieron entre los precursores Alejandro Barreiro (1884-1937), líder sindical muy respetado por los trabajadores y tremendamente odiado por la oligarquía; y Alfonso Bernal del Riesgo, abogado y escritor (1902-1975), quien llegó a redactar luego numerosos textos sobre Sicología.

La procedencia de estos y otros fundadores prueba que el Partido no nació homogéneo y que el marxismo entonces no era mirado como una teoría para unos pocos.

En escaso tiempo sus miembros terminaron perseguidos, tildados de indeseables, injuriados y apresados. ¡Cuánto deben haber sufrido los hijos de esos seres humanos, sabiendo que sus progenitores tenían que darle un beso a hurtadillas por defender ideas en las que creían!

En el caso específico de Mella, fue hecho prisionero, acusado de «conspiración para la sedición» y de «infracción de la ley de explosivos». Su respuesta fue una conocida huelga de hambre ¡de 18 días! que no fue aprobada por varios de sus compañeros de filas. Eso le costaría la separación de la organización, un correctivo injusto, reparado luego. 

Ahora mismo, cuando algunos celebran mecánicamente el aniversario de esa fundación, el mejor homenaje a sus creadores no está en los monumentos de yeso, sino en hacer valer el espíritu audaz del partido originario. La lección más valiosa de aquel agosto de 1925 no es la letra muerta de los documentos, sino la convicción de que se puede transformar el mundo sin caer en los letales dogmas. 

A cien años de distancia, la especial figura de Julio Antonio sigue interpelándonos. Nunca deberíamos olvidar que las revoluciones solo sobreviven cuando son, ante todo, creación y movimiento, inclusión y bienestar, justicia y unidad. Ese acaso es el legado más profundo —y más subversivo— de quienes se atrevieron a fundar un Partido que se curtió en mil pruebas de riesgo y de fuego.

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