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Luz y retorno del poeta Pablo Armando Fernández

Como homenaje al poeta Pablo Armando fernandez, quien falleció en la noche de este miércoles en La Habana, Juventud Rebelde reproduce esta entrevista, realizada al escritor en el año 2006

Autor:

Aracelys Bedevia

Luego de más de medio siglo de intensa actividad creadora, el príncipe de la poesía cubana, Pablo Armando Fernández, ha detenido su oficio de escribir. Maruja, su musa y compañera, la inspiradora del más hermoso poema de amor de Pablo, se fue «hacia la luz»; y con ella, una parte de él se ha marchado también.

«Mi esposa me acompañó siempre. Mucho de lo que tengo se lo debo a ella: me impulsaba a escribir (...) La perdí el 2 de agosto (...)».

Se le ve triste. Un velo vítreo cubre sus ojos lánguidos y azules. Suspira a ratos. «Ella está aquí, en Cuba, conmigo», afirma, y se le pierde la mirada. Extraña, supongo, verla volver «a casa con los pies mojados/ la falda llena de guisazos ásperos/. Begonias sin olor en los cabellos/ y entre las manos, romerillo y malvas».

Extraña, supongo, su canto «por el patio saliendo del brocal» (...); o la llegada de la noche: (...) «Cuando anochece/ espero confiarte de una vez todo el espanto que hay de día en mi pecho (...)». (Suite para Maruja).

¡Tantos recuerdos!: Nueva York, ciudad donde se casaron y les nació la hija mayor; la familia; el reino habanero que juntos habitaron... «Ahora estoy tratando de recuperarme y de “salvar” mi obra. Tengo cientos de poemas escritos sin publicar».

Un dolor infinito acalla sus palabras. Aun así, cumple con los compromisos que le impone su condición de «príncipe» y con la sencillez e hidalguía que le caracterizan llena como siempre de besos la cara de sus amigos y amigas, y una vez más, ofrece declaraciones a Juventud Rebelde.

—Usted nació en el central Delicias, conocido hoy como Antonio Guiteras. Allí transcurrió su niñez. ¿Qué recuerdos marcaron para siempre su vida?

—Te diría que mi casa. Éramos nueve hermanos, mi madre y mi padre: una familia extremadamente unida, con abuelos y tíos que nos rondaban, primos hermanos. Mi hermano mayor era poeta. Tenía una buena biblioteca y en la casa, los sábados, se reunían sus amigos a leer poesía: a Machado, Lorca, Martí, Rafael Alberti, Miguel Hernández, a los poetas de la generación del 27.

«Me hice escritor cuando tenía como 10 años y escuché por la radio el primer capítulo de la novela de Emily Brontë Cumbres borrascosas. A partir de entonces fui otra persona y me preparé para ser un inglés pobre, abandonado, triste y solo.

«La lectura está en la voz de mi hermano y sus amigos. Pero a través de la radio descubrí mi ser, algo que estaba en mí y definió mi destino. Todavía sueño con la casa en que nací y el medio en que viví. No importa donde yo esté: en un sueño que puede estar realizándose en París, Londres o en cualquier sitio, de momento ya no estoy allí, sino en Delicias. Siempre doy ese salto de regreso a casa. Delicias es mi hogar».

—Vivió 15 años en Nueva York. Allí se consolidó su carrera como escritor. Háblenos de esa etapa de su vida y del retorno a Cuba.

—Soy una persona que se formó espiritual e intelectualmente en Nueva York (claro, con la contribución de mis ancestros y de mi memoria recuperada: que era Cuba, La Habana y el central Delicias). En Estados Unidos me hice poeta. Una gran escritora norteamericana, Carson McCullers, leyendo un texto mío en inglés dijo que eso era poesía. No entendí nada. Y dividió cada línea de acuerdo con su sentido de la versificación.

«El primer poema lo escribí en castellano y eso me hizo volver a mí mismo, a ese ser que vivía un mundo complicado y que tratando de ser simple se complicó con otros. A partir de ese momento empecé a buscar a Cuba y la encontré en su historia.

«Vine muchas veces, siempre que pude, hasta el año 56. Mi primer libro de poemas lo publiqué en La Habana, en 1953. Cintio Vitier lo presentó en una lectura de poesías.

«Con la nueva Cuba, la Cuba resucitada que ganaba rostro de voz auténtica regreso definitivamente a la Isla, porque para mí lo único cubano es la historia de los hombres y mujeres que entregaron sus vidas por hacer de este país una nación libre, independiente, soberana. Y la Revolución lo hizo. Por esa historia, que es la Revolución, es que yo estoy aquí. Eso es lo que me hace regresar.

«He ido viviendo y, con mi vida, haciendo mi obra, de acuerdo con las circunstancias y con la memoria, que nos impulsa a recuperar la historia y a entender quiénes somos y dónde estamos. En cada etapa uno va encontrando la inspiración, e identificándose consigo mismo en un medio que es su realidad.

—Usted ha aludido a la reencarnación más de una vez. ¿Es que cree en ella?

—Absolutamente. Estoy convencido por mi propia vida. Si no creyera en la reencarnación sería un falso y un malagradecido. En los lugares más remotos (de los cinco continentes) he encontrado verdaderos hermanos y hermanas que me han reconocido como parte esencial de su ser.

«Mi alma eligió a Cuba para nacer, es el alma quien selecciona el lugar y la familia de reencarnación. A mí me suceden cosas muy extrañas que tienen que ver con el karma y eso no es por gusto. Son lecciones para que tengamos experiencia de lo que hemos sido en otro momento y con quienes hemos andado».

—¿Qué piensa de la poesía cubana actual?

—Es extraordinario lo que está sucediendo. Los poetas de hoy tienen una oportunidad que no tuvo mi generación. En cada provincia hay una editorial y eso les permite publicar sus obras y darlas a conocer. Pienso que tienen una educación académica muy seria y expresan sus sentimientos con sensibilidad, dominio de la lengua y conocimiento de la poesía que los precedió.

—¿Qué prefiere: narrar o escribir poesía?

—Ya todo me da igual. Pero la poesía me resulta muy fácil porque es inspiración. Lo demás hay que formarlo, crear un argumento, personajes, situaciones, un principio, desarrollo y un fin.

—¿Qué necesita para escribir?

—¡Tengo tantas cosas que contar y escribir! Necesito tiempo y tranquilidad espiritual. Solo eso.

—¿Lecturas preferidas?

—No te puedo decir. ¡He leído tanto!: poesías en muchos idiomas, novelas (todo el tiempo), ensayos, cuentos. Mis lecturas siguen siendo todos los géneros literarios.

—¿Cuál considera el mejor de sus libros y qué poema le gusta más?

—Tampoco podría decir porque cada uno tiene su momento preciso, la etapa en que nace y se desarrolla en mi corazón y mi mente. Y hay que serle fiel a esa parte del ser.

—Durante todos estos años ha mantenido una estrecha relación con grandes pintores, entre ellos Lam. Incluso, tiene un libro de más de 50 poemas dedicado a ellos. ¿Qué es para usted la pintura?

—Es lo mayor, porque es la obra de la luz. Me seduce y atrae como ninguna de las otras artes. Son cosas que están en los sentimientos, en la imaginación, la memoria, y se revelan.

—¿Y la poesía?

—La vida.

—¿Qué cualidades debe reunir un poeta?

—Honestidad, ser limpio todo el tiempo con su imaginación y sentimientos y no hacer nada que frustre la palabra. Debe transmitir con su obra esas esencias que animan la palabra.

—Cumplió en marzo 77 años. ¿Miedos?

—No tengo. Se nace para morir. Yo no acumulo nada que no sea cultura y arte. Eso no se pierde. Están en su permanencia, donde corresponden: en el ciclo que revitaliza al ser humano.

—Usted está convencido de que volverá a nacer, en otro cuerpo o lugar. ¿Qué le gustaría ser?

—No sé todavía. Eso lo decidirá mi alma.

Una obra voluminosa

Pablo Armando Fernández ha publicado numerosos libros en Cuba y en el extranjero. Es autor, entre otros títulos de Los niños se despiden, novela con la que obtuvo el Premio Casa de las Américas 1968), Suite para Maruja (1978), El vientre del pez (1989), Otro golpe de dados (1993), El Talismán y otras evocaciones (1995), Salterio y lamentación (1953), Himnos (1962), Libro de los héroes (1964), Aprendiendo a morir (1983), Ronda del encantamiento (1990), Libro de la vida (1997), De piedras y palabras (1999) y El pequeño cuaderno de Manila Hartman (2000).

Es miembro fundador de la UNEAC y Premio Nacional de Literatura 1996. Ha recibido numerosos reconocimientos por su labor intelectual, entre ellos la Réplica del machete de Máximo Gómez y la Distinción por la Cultura Nacional.

Fue Consejero Cultural de la Embajada de Cuba en Gran Bretaña (1962-65), secretario de redacción de la revista Casa (1961-62) y jefe de publicaciones de la Comisión Nacional cubana de la UNESCO (1966-1971), miembro del Consejo Editorial de la Academia de Ciencias de Cuba (1971-1987) y director de la Revista Unión (1987-1994).

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