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Dame lo que tú quieras…

En muchos lugares no existen los precios oficiales de los servicios que ofrece la entidad, ya sea estatal o particular, y por ende no tienes ni siquiera un referente

Autor:

JAPE

Hace algún tiempo esta frase podía escucharse a menudo, cuando aún las cosas no tenían tan marcados los precios. Si, al decir del trovador Tony Ávila, «Regalao murió en el 80», entonces ahí está posiblemente la fecha que determina que esta forma de decir se haya convertido en la ambigüedad más grande del idioma.

Antes, si te ofrecían un servicio de reparación, de consulta, esfuerzo físico… de cualquier índole que mereciera una gratificación o remuneración, al concluir preguntabas: «¿Cuánto te debo»? Era normal que te manifestaran: «¡No es nada mi hermano, eso no vale nada!». Si entonces, profundamente agradecido, insistías, algunos te alegaban con cierta pena: «Está bien, dame lo que tú quieras».

Esa era una respuesta esperada, y por eso con anterioridad ya habías repasado en tu memoria qué cosa podría ser ese pago no pactado y la «liquidación» de la cuenta podría oscilar entre diez, 15, o 20 pesos, o una caja de cigarros, una botella de ron, e incluso eran bien recibidas un par de entradas para ver un concierto de los Van Van.

Ahora es mucho más complejo este proceso, partiendo de que en muchos lugares no existen los precios oficiales de los servicios que ofrece la entidad, ya sea estatal o particular, y por ende no tienes ni siquiera un referente.  Algunos de los sitios en que existe un cartel de precios, este no ha sido actualizado con las cotizaciones del mercado a partir del ordenamiento económico y el cambio de la moneda fuerte que, aunque está puesto en las tablillas de cambio en los bancos, todo el mundo sabe que no es ese.

Es por eso que se entabla la guerra interior de cuestionamientos. Por ejemplo, si llevas a arreglar una olla, un ventilador, una arrocera… comienzas por mirar a la cara del mecánico y piensas: «Tiene cara de buena gente, a lo mejor no es un apretador… de igual forma, si arreglar esto antes costaba tres pesos (CUC), ahora debe estar en el triple… quizá más… o sea nueve o diez pesos (CUC), que al cambio serían unos 250 en moneda nacional… pero ellos siempre dicen que eso era antes, que ahora las piezas de repuesto tienen que comprarlas en MLC, que al cambio es… ¡Ño! ¡Casi que es preferible comprarla nueva! ¿Nueva? ¡No, ni pensarlo! En fin, déjame preguntarle».

Una vez lanzada la interpelación, entonces viene el punto de giro que te lleva al clímax dramatúrgico de la «película». Si el precio que te dice es aceptable y coincide con tus ahorros, no hay problema. Si te dice un precio exorbitante (como ocurre a menudo), no te quedará más remedio que retirarte masticando mil improperios o asumir el costo con la plena convicción de que deberás rebajar un paquete de pollo y dos latas de puré de tomate a tu próxima visita a la tienda. Si por casualidad te indica: «Dame lo que tú quieras», estás en tremendo aprieto. Es evidente que piensa que tú tienes más dinero del precio que él te pudiera cobrar, o del que está establecido, y como antes dije: ¡esa cifra no la sabe nadie!

Nunca podrás descifrar qué cantidad es la que satisface esa «propuesta». Al decir de un amigo, es tan ambigua y complicada como cuando un amigo del exterior te pregunta: «¿Dime qué te hace falta?». Es el momento de responder, tal cual dicen los devotos: «¡Lo que se sabe, no se pregunta!».

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