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Carilda anhelaba celebrar su centenario

La Novia de Matanzas, como se le llamó a la poetisa Carilda Oliver Labra, cumpliría  este 6 de julio cien años. Su esposo y también poeta, Raidel Hernández Fernández, cuenta intimidades de la personalidad de esta excelsa cultora de las letras hispanoamericanas

Autor:

Hugo García

Matanzas.— Raidel Hernández Fernández siente que le falta algo para siempre: la presencia de su esposa y confidente Carilda Oliver Labra. Quizá la impronta de estar casado con una excelsa cultora de las letras hispanoamericanas haya representado para este poeta uno de los retos más complejos en sus 50 años de vida, tanto en el plano personal y social como en la propia esfera de la creación.

Por ese motivo estuvo siempre medrando en el silencio, con algunos pocos libros publicados en el extranjero y una labor intensa en lo relativo a la promoción de la imagen de la poetisa, lo que de algún modo nos mantiene alejados de su propia producción literaria.

Raidel, el hombre, el escritor, el poeta, ha insistido a lo largo de más de 30 años en ser uno más entre otros que sostienen los reflectores en dirección a la vida y obra de la relevante escritora matancera. A propósito del centenario del nacimiento de Carilda, el próximo 6 de julio, su viudo accedió a conversar en exclusiva con este diario sobre su relación y otros asuntos pocos conocidos de su vida.

—¿Llegó a la poesía después de conocer a Carilda?

—No creo que todavía haya llegado a la poesía. Y no creo que nunca uno pueda llegar de manera absoluta… Prefiero pensar que la poesía es un camino por el que siempre se transita.

«Yo escribía versos antes de conocer a Carilda, pero, ¿qué adolescente no los escribe? Como a los 16 años de edad llegó a mis manos un libro de Carilda que hace honor a este lugar donde estamos conversando: Calzada de Tirry 81. Fue impactante. No lo he podido olvidar.

«Tuve la oportunidad de tener como iniciador de mis tendencias literarias a un amigo que vivía en el batey del central Reynold García, en Calimete, cerca de mi casa. Acudí a él porque me hablaron que atendía un taller literario, y como me llamaba la atención la poesía, me acerqué a este escritor llamado Jesús Álvarez Pedraza.

«Me atendió en su casa pequeña, de madera. Me aconsejó que debía empezar a leer a poetas clásicos y contemporáneos, y me prestaba algunos libros… Pero Jesús tenía un grupo de libros selectos que no prestaba a nadie, y entre esos estaba Calzada de Tirry 81. Me lo puso en las manos y dijo: “Léete este libro y después me dices qué te parece”».

—¿Y qué le pareció?

—Fue estremecedor. Lo primero que me impacta, que me crea una situación de mucha extrañeza y desazón, fue cómo aquella mujer podía escribir algo desde su más corriente circunstancia. Era una reivindicación de lo ordinario, de lo intrascendente… ¡¿Qué tiene de relevante cocinar frijoles o escribir de una planta en el patio o de un gato moviendo su cola?!

«Los símbolos alcanzan una dimensión tan asombrosa en su poesía que se convierten en el centro de la presencia magistral de todo lo imponderable. Tenía una curiosidad profunda por conocer a aquella mujer tan poderosa».

—¿Cómo recuerdas el primer encuentro?

—Estuve dando palos a ciegas en la ciudad de Matanzas como tres años. Llegué con apenas 17. Desde que leí por primera vez su obra siempre pensé que algún día la conocería, porque era fenomenal, y a partir de esas primeras lecturas, cada vez que encontraba un libro de ella, que eran difíciles de adquirir, lo leía.

«Quizá no fuera tan difícil acercarse a ella, pero tenía sus complejidades, porque tampoco le abría las puertas a todo el mundo. A veces abría, otras no… Era bastante impredecible: un día podías encontrarla en la puerta de su casa, escudriñando con sus ojos la calzada, y otros la casa permanecía cerrada sobre sí misma. Como un cofre. Como una gruta mágica inexpugnable.

«Pasé muchas veces frente a la casa, pero obviamente nunca me atreví a tocar la puerta. Era un muchacho tímido. Hablé con varias personas para que me pusieran en contacto, hasta que se me ocurrió la idea de conseguir su teléfono.

«Una prima de ella me lo facilitó. Fui a una cabina pública en la terminal de ómnibus cercana. Hablé con Carilda. Me dijo que me iba a recibir al otro día por la noche. A las ocho de la noche me recibió y con esa zalamería que la caracterizó, exclamó: “Soy tuya”. Le expliqué que había leído Calzada de Tirry 81. Empezamos a hablar, a hablar… y aquella conversación se extendió hasta las seis de la mañana. Me dijo: “¿Por qué no vienes otro día…?”.

«A ella le gustaba conversar mucho: era una persona con una profunda necesidad de compañía. Le encantaba hablar de su pasado, de su familia, de su vida… una historia inusitada, con muchas subtramas. De esa manera comenzó todo. Cada semana hablábamos tres o cuatro veces. Así estuvimos como cuatro meses. En todo ese tiempo, entre una cosa y la otra, nos fuimos acercando muchísimo más y terminamos casándonos. Entonces vine a vivir a Calzada de Tirry 81».

—Tengo entendido que no fue bienvenida esa unión…

—En aquel tiempo me importó poco todo lo mal que reaccionaron muchas personas. Y cada día que pasó me importó menos. Hubo mucha gente desprejuiciada que nos saludó al paso de estos años; mucha gente que podía entender que aquel amor fue sobre todas las cosas un acto de auténtica nobleza, fabricado con una ternura legítima.

«Sim embargo, sucedió lo de siempre cuando algún paradigma se rompe, cuando cierto patrón en el entorno se desarma. El rechazo provenía del fenómeno de lo nuevo, y también de lo inusitado por la diferencia de edades.

«Creo que sí, que a nosotros nos persiguió esa clase de discriminación que ataca lo distópico; aquello que sin afectar a la sociedad puede poner en cuestión algunas de sus estructuras, como pueden ser la familia tradicional, la sexualidad o incluso la propia moral que rige o debe regir las relaciones de pareja consideradas “normales”.

«Todo ello condujo a un desenlace lógico: que se mistificara o se demonizara una circunstancia normal, y que durante el proceso la propia Carilda, y yo mismo, perdiéramos una adecuada visualización como individuos. Quiero decir que a partir de entonces la mirada sobre los seres humanos que éramos careció de objetividad y fue justamente nuestro matrimonio lo observado, quedándose atrás lo más importante: nosotros. Eso fue algo que tuve que afrontar.

«Después fue más complicado, una vez que ya fui entrando en conocimiento de los aspectos vulnerables que tenía Carilda como intelectual, tanto en el análisis que se hacía de su obra como en su promoción; incluso en la defensa y respeto a su derecho de propiedad intelectual. Entonces me involucré en esas cosas y creé herramientas y estrategias para defenderla cada vez con mayor eficiencia.

«Me oponía a que Carilda ofreciera recitales de poesía y no se los pagaran. No es que solo pensara en el dinero, pero sí estaba en contacto con todo lo cotidiano de la casa, y había que comprar frijoles, y los gaticos se nos morían de hambre. En el período especial fuerte muchos gaticos se desnutrieron. Claro, ella tenía más animales de los que podía alimentar.

«También a medida que pasó el tiempo le era imposible cumplir con una serie de demandas que le hacían. Le programaban muchas actividades, aunque ya no la acompañaba su salud, y yo tenía la obligación de explicarlo. Pero cuando lo hacía sonaba como a obstáculo».

—¿Cuánto añoró Carilda celebrar su centenario?

—Ella vivía con la confianza absoluta de que viviría cien años. La muerte, aunque se piense en ella, rara vez se encuentra en la mentalidad de un místico. Aunque Carilda haya abordado la muerte física, puedo constatar que tenía una fe inquebrantable en la indestructibilidad del espíritu.

«Tuvo la fe extraordinaria de que iba a llegar a sus cien años y se esforzó mucho: fallece a los 96 años totalmente lúcida, sin una enfermedad de base. A pesar de que las enfermedades crónicas son persistentes en nuestra contemporaneidad, ella tuvo un tránsito apacible, y además había realizado 15 días antes su última tertulia. Pero estaba animada con todo lo de su centenario».

—¿Intuimos que era una perfeccionista de la escritura?

—Extremadamente perfeccionista. Ella trabajaba mucho sus libros. A veces un texto podía estar tres o cuatro años en un proceso de hibernación mientras lo retocaba, revisaba o agregaba otros poemas. Muchos autores prefieren volver sobre el libro al cabo del tiempo, a ver si ese libro crece y alcanza su madurez.

«Lo sabemos porque contamos con muchos materiales escritos que hablan sobre su obsesión por la perfección. Era ese tipo de persona que se atormentaba una vez que escribía una cuartilla o un texto. Ella no se quedaba como otros autores que escriben y así mismo lo publican. Ese no es su caso. Sí te puedo afirmar que hasta el último momento de su vida ella estuvo revisando su obra».

—¿Fue una fuerte crítica de la obra de usted?

—Sí, pero no… Ella era muy dulce. Yo le mostraba mis poemas y los atendía con mucho cariño, con una mansedumbre que es para echarse a temblar. Claro que fue un privilegio que una maestra como ella me dedicara su tiempo… Eventualmente, porque yo tampoco la tenía torturada con mi poesía. Muchas veces le leía algunos poemas o le pasaba algún libro, sobre todo, o que yo fuese a presentar en una editorial, y siempre esa selección pasaba por sus manos. Antes de publicar mis primeros libros siempre ella leía los poemas y era cariñosa. Creo que para no asustarme nunca me castigó: me sugería, me decía que no usara tal palabra porque no sonaba bien, me sugería que no explicara mucho las ideas…

—¿Carilda vio una injusticia en que a usted no le publicaran en Cuba?

—Puede que ella haya pensado eso, pero yo tenía una serie de intereses. La literatura desempeña un papel importante para mí, aunque no estaba dentro del marco fundamental, no me interesaba tanto publicar. Además, sabía que no estaba preparado todavía para publicar un libro.

«Quizá en eso me haya influido mucho Carilda. De alguna manera me convertí en un observador de mi propia obra y comencé a escoger y seleccionar qué pudiera ser o no publicado. Quedé conforme con muchas cosas y otras las eliminé.

«En Cuba no he publicado nada de poesía. Solo en algunas revistas y otras publicaciones. A las editoriales cubanas no les he presentado ningún libro. No ha sido porque no haya querido presentar mi obra, sino porque los que he presentado han sido los de Carilda. Como representante de su obra siempre puse sus libros en primer lugar. Era importante para ella, para sus lectores —también para mí—, la reedición de sus textos poéticos o la selección de sus antologías.

«Estoy convencido de que hubiera podido tener tres o cuatro libros publicados en las editoriales cubanas, pero hubiera tenido que realizar una gestión personal intensa y sentía que ese tiempo y esas “balas” que iba a gastar para un libro mío, podía utilizarlas para publicar algo de Carilda.

«No quiere decir que sus libros no se hubiesen publicado si yo no estuviese… Sí se hubieran publicado, pero igual era necesario revisar el libro, pasarlo en computadora, y eso lo hacía yo (al principio en máquina de escribir). Ella no podía hacerlo ya porque tenía una artritis avanzada en las manos y yo tenía que correr con todos aquellos trámites. Tengo publicados dos libros y otros cinco de poesía terminados e inéditos, más un trabajo en prosa, que guarda relación con mi vida cerca de Carilda».

—¿Crees que ella haya sido publicada con la justicia a la que se refirió Gabriela Mistral?

—Recuerdo las palabras de Gabriela Mistral cuando dijo que, de ser difundida con justicia, su poesía alcanzaría pronto magisterio en América. Creo que la poesía de Carilda no ha sido difundida con justicia aún; no se han realizado los estudios que se requieren sobre las temáticas a las cuales puede mirar su poesía. No se puede analizar la poesía de Carilda simple y llanamente como de carácter erótico; eso es un facilismo.

«La suya es la obra de una mujer cuya voz está directamente vinculada con la teoría de género y el movimiento feminista, imprescindible para que las mujeres alcanzaran su voz en la literatura y comenzaran a escribir una obra o discurso en el que se lograra invertir las posiciones teóricas del sujeto poético, pues hasta entonces las mujeres en la literatura habían sido un objeto de ese deseo del hombre».

—¿Se han cumplido las expectativas del proyecto Al Sur de mi Garganta?

—El proyecto ha sido una labor intensa que inicié hace más de diez años. Incluye una serie de estrategias que van desde la restauración total de la residencia de Tirry 81 hasta la realización de acciones culturales.

«Hemos logrado mucho, pues en una primera etapa se ha restaurado gran parte de la casa, con dos habitaciones terminadas. Pero hay muchas cosas que queremos hacer… faltan los archivos para guardar la papelería y las fotografías de Carilda y, lógicamente, crear un esquema económico que permita subvencionar todas esas actividades,.

«El proyecto que es su casa se convirtió en representativo de su vida, sus objetos personales, sus libros, papelería… lo que ella deja para la sociedad. Pero el estudio de su obra está aquí, y las propias paredes y espacios relatan a su manera su historia y trayectoria como mujer.

«Una virtud del proyecto es que la gente tuvo la posibilidad de mirar un poquito más hacia la vida personal de Carilda aun estando aquí, verla dentro de su casa, dialogar e interactuar en las redes. Todo esto le daba mucha alegría a ella, que además de ser la gran poetisa fue una extraordinaria promotora cultural.

«Era eso lo que Carilda ambicionaba: más que haber escrito su extensa obra, ella necesitaba recibir a las personas en su casa, atenderlas y disfrutar de ese espacio y ambiente de cultura, poesía, arte, humanidad… Creo que, en su momento, estando Carilda todavía con nosotros, eso tuvo una gran importancia para ella y la sociedad».

—Tiene usted la gran responsabilidad de preservar su patrimonio…

—Ahora no puedo quejarme, porque tengo todos sus textos en el librero. Y están guardados para el mundo, porque esos libros no están a la venta: quedan como patrimonio perpetuo, como memoria histórica de Carilda, porque ahí están todas las ediciones.

 

Con luz propia

 

Raidel Hernández Fernández nació en 1971 en la finca El Desquite, a un kilómetro del pueblo de Manguito, en el municipio de Calimete. En 1988 se estableció en la ciudad de Matanzas. Como licenciado en Sicología ejerció en el policlínico Carlos Verdugo, del área de atención de salud del consejo popular Pueblo Nuevo, en la ciudad de Matanzas.

Fue galardonado con el Premio Iberoamericano de Poesía 2001, concedido por la Academia Castellana y Leonesa de la Lengua, por su libro Elogio del Tiempo, publicado ese mismo año en España, circunstancia que concretó la fundación Jorge Guillén, con sede en la ciudad de Valladolid, Castilla.

En el año 2008 regresó a las editoriales con el libro Isla de Robinson, publicado en la Editorial Azul y por la Academia Castellana y Leonesa de la Lengua, en la misma ciudad de Valladolid. En 2012 ingresó en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) y en 2013 forma parte del Registro del Creador en Cuba.

 

 

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