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Dariel, su película y la seducción del regreso

Dariel Díaz Herrería fue uno de los mejores estudiantes de su año en la Facultad de Arte de los Medios de Comunicación Audiovisual y decidió regresar a su Trinidad natal a concluir su documental etnomusical La otra trova

Autor:

Joel del Río

Dariel Díaz Herrería fue uno de los mejores estudiantes de su año en la Facultad de Arte de los Medios de Comunicación Audiovisual (FAMCA). Y para todos resultó un tanto desconcertante que, luego de egresado, decidió regresar a su Trinidad natal, a concluir su documental etnomusical La otra trova, una obra que honra, en primer lugar, la historia del arte en la tercera villa fundada, pero también engalana la cultura de la provincia espirituana y el cine de Cuba toda. Valga aclarar, para hacer el cuento más comprensible, que la variante documental etnomusical es aquella que describe el comportamiento musical de culturas particulares, sin ceder a la subjetividad y espectacularidad del cine, ni faltar a las investigaciones etnográficas de las cuales son resultado.

Tuve el placer de viajar a Trinidad, hace un par de semanas, y acompañar el estreno del documental, en el cine-teatro La Caridad, y luego participar de un conversatorio con auditorio cómplice, y muy conmovido, por asistir al complicado nacimiento de un documental que no solo intenta caracterizar las esencias de la trova trinitaria, sino también resumir un contexto cultural, problematizarlo, sin dejar de dilucidar ausencias y errores, porque se trata de un documental básicamente de entrevistas, y en el cual se escucha mucha música, pero no solo aparecen voces de expertos hablando para expertos, porque Dariel, en tanto realizador y guionista y un poco productor, nunca pretende aleccionar ni dictar cátedra, sino revelarnos un ápice de lo que mejor conoce y ama: su pueblo y las trovadas que escuchó desde niño.

A pesar de la pandemia y los aislamientos, a pesar de los apagones y las carestías, a pesar de los desánimos y las pérdidas personales, el joven egresado aplicó toda su voluntad, deseo de superación personal, inteligencia y el amor por lo propio a la realización de La otra trova, y siempre estuvo dispuesto a escuchar (sagrada virtud de los perspicaces), a suprimir aquí y añadir allá, aunque significara abandonar un camino cómodo y elegir una vereda mejor, tal vez estrecha y complicada, pero ya se sabe que el placer nunca, o casi nunca, se asocia con lo fácil. Porque tal vez el lector imagine que el camino del documental, en Trinidad, estuvo alfombrado de pétalos de rosa. Nada más lejos de la verdad, porque cuando el arte problematiza y se pregunta, como es el caso, por qué está desapareciendo la dorada tradición trovadoresca en la antigua villa, aparecen críticas, olvidos, dejadeces, acomodamientos. Y siempre hay quien intenta acallar las críticas para tratar de ignorar, o sepultar, el problema aludido.

Pero las dificultades e incomprensiones se quedarán en el capítulo de la anécdota, porque La otra trova, el documental, es hoy una realidad, y muy pocos se atreven a negar el importante trabajo de rescate patrimonial ni el compromiso esencial con el arte y la cultura de Trinidad en particular y de Cuba en general. Y esa voluntad se sedimenta cuando las entrevistas, por lo menos a una docena de los principales implicados en el ayer y el hoy de la muy singular trova trinitaria, se acompañan con fragmentos  coloreados digitalmente de ese clásico del cine cubano que es Lucía, de Humberto Solás, cuyo primer cuento se ambienta mayormente entre aquellos caserones coloniales, y callejones sembrados de «chinas pelonas».

Las imágenes de Lucía, sobre todo de Raquel Revuelta en el primer cuento, pero también de Eslinda Núñez y Adela Legrá, enfatizan convenientemente el espíritu romántico y patriótico, o de enaltecimiento de la mujer cubana, que el documental comparte con el filme clásico, y con las hermosas canciones, la mayor parte desconocidas por el público más amplio. De esta manera, La otra trova cumple con la esencia reveladora que debe poseer cualquier documental importante, y rinde hermoso homenaje al romanticismo decimonónico cubano, en Trinidad y en otros lugares de la Isla. Y alumbra el alma, y estimula el empeño constatar que nuestro tiempo está habitado no solo por jóvenes que aspiran a emigrar, reguetón y bachata, frivolidad mediática y problemas de complicadísima solución, también están esos, los imprescindibles, los que se debaten por continuar enriqueciendo el pasado musical-cinematográfico y cultural del lugar donde nacieron y crecieron.

Es cierto que el documental de Dariel Díaz Herrería pudo compactar su narración, agilizar ciertos florilegios, evitar reiteraciones, ampliar el testimonio de unos y restarle algo de tiempo a otros, menos ilustrativos, pero es que el realizador y guionista, junto con su equipo, quisieron aportar, también, un compendio razonado y sumario sobre un fenómeno tan desconocido y en franca extinción como la trova trinitaria. Y no es que tuvieran pretensiones de que este sea la última palabra sobre el tema, porque en cada momento se hace presente la idea de que se trata solo de un acercamiento posible, de una puerta abierta a que existan otras enunciaciones y a que se pulsen otras cuerdas.

Queda en manos de las autoridades culturales, y de los Gobiernos provinciales y municipales, acompañar el recorrido de este importante documental, prestar oídos a lo que aquí se expone, tratar de solucionar las crisis culturales que sobrevienen cuando se niega lo propio para complacer, supuestamente, al turista. Como quedó expresado el día del estreno, en Trinidad, ya el documental existe, y sus verdades fueron dichas, escuchadas y aplaudidas, como conviene escuchar y aplaudir a una obra audiovisual realizada desde el mayor afecto y sentido de pertenencia a la patria chica, en una época en que muchos cuestionan la posibilidad de amar nuestro vino y volver a las raíces, y solo quieren celebrar la nominación al Oscar de Ana de Armas, como si el reconocimiento en aquellas pasarelas fuera el único modo de enaltecer lo cubano. 

 

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