Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Que no nos ganen la risa

Estamos depreciando y subvalorando el lenguaje más eficaz de la comunicación contemporánea: el humor, en un país signado por el buen reír

 

Autor:

Jorge Alberto Piñero (JAPE)

¿Alguien de los presentes sabe quién es Héctor Zumbado?... pregunté y nadie levantó la mano. Entonces insistí… ¿Y Enrique Núñez Rodríguez… Alberto Luberta, Manuel González Bello, Carballido Rey, Marcos Behemara…? Todos me miraban con recelo, pero nadie respondía… Tiré un cambio: ¿Y Héctor Quintero? Una mano tímida se levantó y con voz tenue casi susurró: Un teatrista.

Esta secuencia ocurrió hace unos pocos días ante un colectivo de estudiantes de diversos años en una facultad de letras, de estudios superiores… para ser más exactos, en nuestra facultad de Comunicación, y no exagero.

El interrogatorio vino después de que nadie sabía quién era Floro, quién era JAPE, y mucho menos que existía una columna de humor literario, desde hacía muchos años, en la contraportada dominical del periódico Juventud Rebelde, junto a los «muñequitos», como suelen llamar a las caricaturas y todo el humor gráfico que se publica en dedeté.

Que no reconozcan a Floro y a mí, es intrascendente. Ni siquiera aparezco en la lista de escritores cubanos de humor que consideran algunos estudiosos, y por eso no se ha dejado de hacer colas para todo en nuestro diario acontecer.

Tampoco ha pasado nada desde aquella vez en que una actriz, que recién ganaba el premio Caricato de artes escénicas, que lleva el nombre de una grandísima figura de nuestra cultura nacional, me preguntaba quién era Eloísa Álvarez Guedes.

Nada pasa, y nada pasará, pero sí podría pesarnos mucho si seguimos olvidando nuestra historia o acomodándola a conveniencia económica, política o coyuntural.

No se trata solo de querer omitir a quienes torcieron camino y se perdieron del Morro, como diría Silvio.

Este año rendimos homenaje, por su centenario, a uno de esos grandes del periodismo y la literatura humorística. Cubano rellollo, que dio todo por enaltecer la cultura y nuestra sociedad desde su pequeño terruño, Quemado de Güines, llevándola a toda Cuba: Enrique Núñez Rodríguez… y su nombre está entre los desconocidos para las nuevas generaciones.

Y dije literatura humorística, y dije mal. Porque es solo una la literatura, como es solo uno el actor, la actriz, o el artista gráfico: bueno, regular o malo, cualquiera que sea el género… Pero hasta en eso el humor lleva la de perder, ya que muchos (por costumbre o conveniencia) lo consideran un género de poca valía, un arte menor. De eso ya se ha discutido bastante.

Ahora quiero centrarme en la importancia que concedo a la presencia del humor en nuestra prensa, desde la literatura al más alto nivel, y el periodismo. ¿Alguien pudiera señalar que no había calidad literaria en los artículos de Núñez Rodríguez, Héctor Zumbado, Manuel González Bello, Luis Sexto; o años atrás con Marcos Behemaras, Juan Ángel Cardi, Tejeiro, F. Mond...? por solo citar algunos nombres.

¿No eran sus artículos, llenos de humor, sobrada muestra de una insuperable crónica, escrita por el más avezado periodista? ¿Acaso no gozan sus respectivas obras de las más exigentes técnicas literarias, dignas del más emblemático escritor? 

Traigo a colación estas anécdotas porque quizá ahí está la respuesta a nuestros males, más allá del consabido bloqueo imperialista. Es posible que algunos editores y directivos de la prensa consideren que el humor no tiene valor, ni como literatura ni como género, para formar parte de nuestras páginas periodísticas atestadas de reuniones, planes, visitas, recorridos, giras, crisis económicas internacionales, lo más emergente de la cultura, así como las victorias y derrotas de nuestros deportistas.

Atención, para los más suspicaces, no he dicho que todo esto no deba aparecer en la prensa cubana. Por supuesto que debe aparecer ya que forman parte de nuestras vidas diarias. Plasmadas con mayor o menor prioridad o perfil, pero están ahí en nuestro día a día.

Simplemente quiero recordar que muchos de los nombres que han quedado en el olvido, o borrado con toda intención, y que con su obra endosan el rico universo de nuestra inmensa cultura nacional, comenzaron, y algunos incluso murieron, cuando aún publicaban sus textos en las páginas de nuestros periódicos, de nuestros desaparecidos suplementos humorísticos, de nuestras revistas que formaban parte indisoluble de la prensa cubana.

Tengo pruebas y me sobran nombres: desde el dúo nacido en la Sierra Maestra y conformado por el escritor Marcos Behemaras y el caricaturista Virgilio Martínez, hasta nuestro amigo y colega Israel Castellanos Jiménez (Iscajim), recientemente fallecido, que, por muchos años, desde las páginas de Palante, hacía una encomiable labor periodística, llena de humor y profesionalidad.

Son muchos nombres que pudiera citar y que conformaron y conforman un prestigioso grupo de escritores que hicieron del humor su lenguaje más directo y efectivo, en las páginas impresas de nuestra prensa nacional.

Sin embargo, quiero recordar, que ningún concurso convocado por la prensa cubana, desde el connotado premio 26 de Julio, o el no menos importante Juan Gualberto Gómez, por la obra del año, y otros regionales o ramales… ninguno considera el acápite de humor literario o humor en la prensa, o como quieran llamarle, como una posibilidad real en competencia.

Desde años atrás, en los diferentes eventos convocados por la Oficina del Humor, en particular el que celebramos en conjunto con la UPEC, de Prensa Humor e identidad, vengo haciendo una propuesta en la que sugiero que se incluya un premio periodístico nombrado Héctor Zumbado, que recoja la variante humorística dentro de los géneros en competencia ya sea como parte de estos certámenes o como un premio más que estimule el regreso de ese humor a nuestros medios de difusión masiva.

Este puede ser un buen comienzo, el resto sería seguir ignorando la posibilidad de darle más espacio e importancia al humor, ya sea gráfico o literario, en nuestras páginas y espacios de comunicación.

Debemos reírnos de todo cuanto deba ser reído, pensado, señalado, criticado y discutido, sin miedo al qué dirán, como provoca un gran bolero; o simplemente quedarnos tal cual sucede en nuestra televisión donde solo tenemos, en toda la semana, un espacio humorístico perdido en las tinieblas de la noche, otro gran bolero.

Estamos depreciando y subvalorando el lenguaje más eficaz de la comunicación contemporánea: el humor, en un país signado por el buen reír. Alerta, mi mayor preocupación está en que a causa de tanta «precaución», o desconfianza, inevitablemente nos ganen la risa.

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