Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La Cruz de oro

Julio César, onceno bicampeón cubano del boxeo

Autor:

Norland Rosendo

TOKIO.― Cuando Julio César está dentro del ring, los rivales tienen, generalmente, dos opciones: aprender a bailar con él para no hacer el ridículo ante los ojos del mundo o resignarse a perder cansados de tanto correr detrás de un rostro que parece al alcance de su guante y es solo una sombra.

Aún en la división superior (91 Kg), Julio César mantiene ese estilo letal que desespera a veces. Tiene tanta ligereza en los pies como en sus puños. Y va dejando al adversario enloquecido, muerto de tanto correr en tan poco espacio buscando lo que les parece y no es, pero que en realidad es y a ellos no les parece.

Así, el emperador cubano del baile con manos enguantadas se coronó por segunda vez en juegos olímpicos y reiteró que todavía le queda un combate por ganar: el sueño de portar la bandera cubana en la ceremonia inaugural de la próxima cita estival, si es que mi ídolo Mijaín López no va, por supuesto. 

En Tokio, la Sombra fue uno de los pugilistas más mediáticos. Dos peleas, por razones muy diferentes, halaron los reflectores. Primero hubo un antiguo compañero suyo que quiso golpear bajo en los sentimientos patrióticos de Julio César y este le propinó un nocaut de vergüenza y amor por Cuba que todavía el actual representante de España sigue tirado en la lona con un zumbido en los oídos que no se le va a quitar nunca: Patria y Vida, no; Patria o Muerte, Venceremos.

Después, en la final, tuvo que batirse con el hasta entonces rey de los 91 kilogramos, un peso en el que el cubano era un intruso, pues fue subido a finales del ciclo olímpico.

El joven ruso Muslim Gadzhimagomediv, de 24 años de edad, siete menos que la Sombra, trajo tras de sí muchos medios y el aval de haber ganado el último campeonato mundial, el mismo en el que Julio César abdicó, tras cuatro cetros seguidos.

Pero el emperador del baile no cambió ni un pasillo en su coreografía tradicional: provocaciones con la guardia abajo, movimientos de torso, golpeo limpio, exacto, y otra vez a su danza, mientras el oponente seguía tratando de asestar un swing demoledor, único recurso que le quedaba a la sombra de Julio César, quien lo hizo sudar por chorros, y no por intercambios de golpes, sino por la carrera olímpica en el encerado.

Era una pelea tensa, de muchas expectativas, y agradezco a todos los que confiaron en mí. Esta medalla es para ellos, para Cuba que ahora mismo está luchando contra la COVID-19, un combate del cual también saldremos victoriosos; para mi familia, mi mamá, y especialmente para los maestros Raúl Fernández Liranza y Alcides Sagarra.

Liranza le había dejado un mensaje que fue la clave de su estrategia en el triunfo ante el ruso: la fuerza se contrarresta con inteligencia. 

Julio va a disfrutar ahora de su título, tras convertirse en el onceno boxeador cubano bicampeón olímpico, pero dentro de poco volverá a los entrenamientos, pues a la vuelta de tres años va por igualar el tricampeonato de Téofilo Stevenson y Félix Savón.

¿Y la bandera? Esa va con Julio César La Cruz siempre, donde no hay golpe bajo que llegue. En el medio del pecho, corazón adentro.

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