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Las lecciones de Cali

Los 212 talentos —más o menos— noveles que fueron a Colombia lo hicieron con la intención fundamental de mejorar sus resultados, de perder un poco los nervios del principiante, de probarse ante sus iguales y ofrecer un buen espectáculo

Autor:

Enio Echezábal Acosta

Los I Juegos Panamericanos Júnior ya son historia, una que en el caso de Cuba, con el quinto lugar en el medallero, los 29 títulos y las 70 medallas del total, podemos decir que tuvo un final feliz.

En primer lugar, hay que decir que Cali-Valle fue un reto bastante inesperado. En un año olímpico y pandémico, el esfuerzo por concentrar, preparar y dotar a cientos de atletas jóvenes del nivel competitivo mínimamente necesario de cara a un evento de esa magnitud, es digno de reconocimiento.

Justo es también reconocer el espíritu con el que se viajó a la urbe vallecaucana. Esta vez no se notó sobre los hombros de los muchachos el peso de obtener un lugar específico, sino que se les vio salir al ruedo con mucha alegría y las ganas de hacerlo lo mejor posible, fuese cual fuese el desenlace de la «batalla».

Los 212 talentos —más o menos— noveles que fueron a Colombia lo hicieron con la intención fundamental de mejorar sus resultados, de perder un poco los nervios del principiante, de probarse ante sus iguales y ofrecer un buen espectáculo. Sí, cierto es que no en todos los casos se logró el objetivo, pero queda la sensación general de que más que competencia por las medallas, la idea fue ir a disfrutar de esta fiesta deportiva.

Deportes poderosos como la lucha, el atletismo y el boxeo fueron nuevamente los estandartes principales para la Mayor de las Antillas, demostrando
que ya empiezan a verse figuras de futuro en tres deportes que históricamente han aportado mucho en todo tipo de citas.

A la par de estas disciplinas, hubo otras como el judo, los clavados, el tenis de mesa, la halterofilia, el canotaje, el pentatlón moderno, el voleibol de playa, el karate, la esgrima, el remo y el béisbol, en donde también hubo podios, aunque definitivamente no fueron las únicas que dieron alegrías a nuestro archipiélago.

Más allá de las medallas que no fueron en la natación, el balonmano o el ciclismo de ruta, en todos los casos dejaron impresiones muy gratas, de esas que hacen pensar en un futuro prometedor a pesar del presente sin premios. Mucho deberán mejorar todavía para meterse en la élite continental, pero las señales son buenas.

Si hay aristas en las que toca redoblar esfuerzos es en la de los deportes colectivos. Esta vez faltaron —por las razones que sean— el voleibol y el baloncesto 3x3, dos departamentos, por así decirlo, que habrá que apoyar más en pos de aprovechar todo el potencial que seguramente existe en el país.     

Cali fue solo una casilla más en el camino hacia Santiago de Chile 2023, París 2024, e incluso hasta Los Ángeles 2028. Sin embargo, ojalá episodios como este se sigan repitiendo y ayuden a que las estrellas en ciernes crezcan y se transformen en grandes campeones del futuro (cercano).

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