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Era más grande la voluntad

Oscar Gil, lanzador campeón con los Cachorros de Holguín en la Serie Nacional 41, relata momentos de aquella histórica temporada

Autor:

Nelson Rodríguez Roque

El sexto lanzador zurdo más ganador (147 victorias) de todos los tiempos en la pelota cubana y el número 24 de manera general, el holguinero Oscar Gil Rey, reconoce que de entre sus 1516 ponches propinados uno lo marcó hasta hoy y la posteridad.

Cuando quedaban pocas velas por encender en Holguín y su afición era toda nervios con Frederich Cepeda empuñando, en conteo de dos y dos abanicó el espirituano y los Cachorros de «Tico» Hernández se proclamaban campeones, dos décadas atrás.

A los 37 años de edad, Gil durante 16 campeonatos representó a su provincia adoptiva, cuyo elenco esporádicamente sobresalía en la pelota nuestra (una sola clasificación a postemporadas reforzaba ese criterio). Escaso bateo y defensa frágil muchas veces condenaban a los nororientales a escaños rezagados.

Al natural del municipio guantanamero de Maisí se le contabilizaron 77 éxitos en los ‘90, en los cuales al béisbol de Cuba pocos eventos de este deporte en el mundo lo superaban en calidad. Sin embargo, le negaban su convocatoria a entrenamientos de planteles nacionales, quizás bajo los mismos puntos de vista de quienes en sus primeras actuaciones lo valoraban de «muy chiquito» o sin cualidades.     

Tras terminar la Serie Nacional 40 (2001), se decidió por el retiro. Sentía desmotivación y creía que sus mejores tiempos habían pasado: «Y si era así, empezarían problemas por no querer entrenar tanto y contrariar a los entrenadores. Pensé que dejaba buena imagen ante la afición y el pueblo de Holguín. Entonces fui a trabajar con atletas juveniles en la Academia Provincial de béisbol. Allí me iba bien y me gustaba prepararlos. Dejé de entrenar, pero continué jugando los fines de semana en competiciones entre barrios».

La escuadra holguinera transitaba a paso seguro desde su debut a inicios de enero de 2002 en la Serie 41, únicamente detrás de la «Aplanadora» santiaguera, en el grupo D. Mas no exento de contratiempos fue su andar, porque al primer abridor, Juan Enrique Pérez, lo operaron de apendicitis urgente a fines de febrero. Gil alistaba a sus alumnos en el terreno Calixto Dos, cuando lo llamó Larry Picanes, entonces comisionado provincial.

«Imaginé que hablaríamos de algo vinculado a mi trabajo, pero me propuso regresar, dada la baja temporal de Juan Enrique, y acepté. Veía a mis compañeros con tremendo sistema de juego, en alza en el rendimiento y a un Héctor “Tico” Hernández dirigiéndolos de forma excelente, utilizando variantes exitosas. A “Tico”, incluso, antes de reincorporarme, le comenté que si seguían de ese modo podían aspirar al título».

Luego de hablar con Picanes, solicitó una semana para entrenar y sumarse al conjunto: «Fue un período necesario porque hacía varios meses que nada más jugaba por placer, sin hacer ningún trabajo físico. Abrí mi primer juego contra Camagüey, en Moa, municipio donde empecé a desempeñarme en la pelota holguinera, ya que participé en dos temporadas con Guantánamo».

Se apuntó victorias importantes en la fase clasificatoria, como la del choque del retorno frente a los camagüeyanos, y otras contra Isla de la Juventud o Villa Clara, tres representativos que estuvieron en los playoffs de esa campaña.

«Conservaba la picardía y acumulaba experiencia –rememora–. Me ayudó mucho el ambiente de inspiración de aquellos Cachorros, algo que me aportaba grandes deseos de entregarme. En aquel béisbol, hasta los equipos sotaneros disponían de peloteros extraclase y cuerpos de dirección de nivel».

En la postemporada, ganó el juego que les dio el pase a la semifinal en el estadio Cándido González (el 30 de mayo). Habían cedido en el pleito anterior y, por sus apariciones positivas enfrentando a Camagüey, sus compañeros y la dirección le plantearon que le lanzara de nuevo, versus un Vicyohandri Odelín en su apogeo.

«Fui designado para trabajar y regresamos a Holguín con otro boleto. Por toda la Carretera Central hasta la ciudad holguinera, empezando desde el mismo Cándido González, hubo aplausos y personas saludando o felicitándonos, y el recibimiento acá fue grandioso. En cada partido, salíamos a darlo todo y con Villa Clara sucedió lo mismo. Estaba de descanso en el sexto juego de la semifinal, pero la presión se me elevó bastante al ver tanta tensión en el “Calixto García”. Tuvieron que acostarme en una mesa de masajes, para disminuirla. Pudieron controlármela y también triunfamos esa noche, durante la cual la gente comentaba que me habían llevado en ambulancia o me había dado un infarto», rememora.

«La final con Sancti Spíritus resultó inolvidable. En el segundo duelo lancé e íbamos delante, 4-0; me llenaron las bases y Cepeda me pega jonrón por el jardín derecho, por lo que me sustituyeron. Pero en ese juego emparejamos el playoff en Holguín. En la visita al estadio José Antonio Huelga reaparecí y saqué algunos outs e inclusive ponché a Cepeda. Al tercer strike de dicho turno sentí un fuerte dolor intercostal, propio de una ruptura de ligamentos. Hubo una interrupción del playoff y eso me dio oportunidad de recuperarme en parte, cuando parecía que no jugaría más».

Y llegó el 28 de junio de 2002 y un partido nocturno apto para guiones de filmes o series: «Algo por dentro, de la providencia de Dios, me indicaba que tendría responsabilidades que asumir. A mi suegra esa mañana, mientras ella colaba café, le dije que trabajaría ante los espirituanos y ganaríamos. A “Tico” y a las autoridades del Partido y el Gobierno en el territorio, un poco más tarde, les expresé que el primer relevo debía ser Gil. Tiré algunas pelotas y el dolor persistía, pero era más grande la voluntad. Desde el quinto inning calenté y, luego de la brillante faena de Orelvis Ávila, me subí a la lomita».

Un joven y prometedor Cepeda, situado a la derecha, le había conectado tres jonrones. «Me percaté que Faustino Corrales, al dominarlo en semifinales, le picheaba curva. Yo no tenía la de él, pero ese lanzamiento representaba una fortaleza de mi repertorio. Me acerqué al receptor Ernesto Martínez y le expliqué que lanzaría recta solo en zona mala, en última instancia», asevera.

Con la estrategia «curveadora», trazada desde la observación previa, salió ese salvamento enorme de su vida, del equipo y de muchos aficionados, «a los cuales nunca defraudé desde que rechacé trasladarme a otras provincias, que me querían en sus novenas. Lo que hice fue de corazón, en agradecimiento al cariño y acogida encontrado acá».

 

 

       

Oscar Gil. FOTO: Carlos Rafael Díaz

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