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La joven Leyanis Pérez fue la más destacada por la Mayor de las Antillas en Oregón. Autor: Getty Images Publicado: 25/07/2022 | 09:18 pm
Mentiría si dijera que la actuación cubana en el Mundial de atletismo que concluyó el domingo en la ciudad estadounidense de Eugene me sorprendió. Bien lo explica el refrán: cuando el río suena es porque piedras trae. Y la concreción de uno de los mayores temores de los amantes del campo y pista en la Isla, que Cuba se fuera por primera vez en la historia sin medallas de una cita de esta índole, por desgracia, se veía venir hace semanas.
Muchas veces en el deporte el cómputo general de las actuaciones de un equipo, aunque se trate en este caso de una disciplina individual, es la que permite evaluar el desempeño colectivo. Pero antes de que la comitiva antillana partiera a Eugene, la mayoría de especialistas coincidió en que una presea de alguno de los representantes cubanos, convertiría de cuajo a Oregón 2022 en una página positiva del atletismo en la Mayor de las Antillas.
Todo esto, por supuesto, es debido a la escasez de posibilidades reales que se avistaban al descubrir el listado de 16 representantes, reducido luego a 15 por la deserción de la jabalinista Yiselena Ballar. A lo breve del elenco, se sumaba que solo la discóbola Yaimé Pérez, el triplista Lázaro Martínez y el saltador de longitud Maykel Massó parecían con la capacidad para subir al podio.
E incluso, de los tres mencionados, tanto Massó como Yaimé tendrían una durísima porfía por el elevado nivel de sus modalidades y por no estar cerca ellos de sus mejores marcas esta temporada. En el caso de Lázaro, llegaba a Oregón avalado por su corona universal bajo techo, con unos 17,64 metros (m) que, en caso de emularlo, lo metería de llenos en la élite del triple al aire libre.
Al final, apareció el otro aspecto que debe mencionarse siempre cuando se habla de atletismo cubano: la no consecución de los mejores resultados en el evento más importante de la temporada. Sea por desajustes en la preparación física, sea por situaciones sicológicas, lo cierto es que los atletas de la Isla rara vez logran superar sus marcas y tiempos más sobresalientes en mundiales, juegos olímpicos u otras competencias de primer nivel.
En Eugene, la nota más agradable la puso la jovencita Leyanis Pérez, quien destrozó el mejor salto de toda su carrera, que era de 14,58 m, y frente a frente con las mejores del orbe, incluida la leyenda venezolana Yulimar Rojas, lo estiró 12 centímetros más, con un 14,70 que perfectamente le pudo valer una presea y la ubicó en un meritorio cuarto puesto.
Leyanis, aunque no pudiera subir al podio, dejó una sensación de felicidad en los aficionados cubanos y, sobre todo, de esperanza. A sus incuestionables cualidades físicas y técnicas, le añadió el temple para sobresalir en momentos de tensión, algo casi inédito últimamente en el atletismo de la Isla.
Yaimé, Lázaro y Massó, en tanto, tampoco hicieron valer sus candidaturas. Los dos primeros, de hecho, quedaron lejos de lo esperado: la rusa, con un tiro inferior a los 64 metros, cuando en la clasificatoria había superado los 65; el triplista, con tres intentos fallidos en la final, algo casi imperdonable. El saltador de longitud, aunque no consiguió un salto tan destacado, sí peleó hasta el final por una medalla y eso se agradece.
Del resto de la delegación, se pueden sacar muy pocas cosas positivas, salvo la buena competencia del saltador de altura Luis Enrique Zayas. La realidad es dura: actualmente la bolsa de atletas en los cuales puede depositar Cuba sus esperanzas de cara a un posible resurgir a corto o mediano plazos es bastante corta.
¿Significa esto que carezca la Isla de talento en campo y pista? En absoluto. Si sumamos todos los atletas esparcidos por el mundo que han sido formados en escuelas cubanas, seguramente el panorama sería otro. Trabajar para que estos elijan desarrollar sus carreras aquí y no fuera, debería ser prioridad inmediata.
