El fútbol americano es un deporte que se asocia a peligrosos traumatismos cerebrales Autor: www.revistagq.com Publicado: 09/08/2025 | 07:03 pm
Cuatro mil kilómetros después, Shane Tamura se bajó del auto que había conducido desde Las Vegas hasta Nueva York, en Estados Unidos. Tomó su rifle de asalto e ingresó en un rascacielos de Manhattan, sede de la NFL, siglas en inglés de la Liga Nacional de Fútbol Americano. Al entrar, comenzó a disparar.
El atacante logró subir hasta el piso 33, donde se quitó la vida con un disparo al corazón. A su paso, en una suerte de touchdown macabro, dejó cuatro muertos, familias desgarradas para toda la vida, y una nota: pedía que investigasen su cerebro, pues culpaba a la NFL de padecer de encefalopatía traumática crónica (ETC), una enfermedad neurodegenerativa progresiva que se asocia con conmociones cerebrales y otros golpes repetitivos en la cabeza sufridos a lo largo del tiempo.
Este padecimiento solo puede ser diagnosticado de forma definitiva tras la muerte, mediante un examen neuropatológico del tejido cerebral.
En su nota, Tamura alegó que la ETC que padecía le provocó problemas mentales, reflejados en un largo historial médico, y acusó a la NFL de ocultar los peligros de este deporte, según informó la policía neoyorquina.
El agresor había jugado al fútbol americano en su adolescencia, pero no llegó a la NFL, de acuerdo con fuentes estadounidenses.
En la última década, numerosos estudios médicos han establecido una fuerte asociación entre la práctica del fútbol americano y la ETC.
Un cerebro normal
Era abril de 2017 cuando a un laboratorio en las afueras de la ciudad de Boston llegó el cerebro. Fue casi recibido como todos los demás, sin ceremonia alguna, pero con cierto nivel de secreto. Algo «especial» se ocultaba en este. No es que fuera más importante, pero sí era más notorio.
En lugar de ser llevado por la entrada de servicio, el cerebro transitó en secreto por un sistema de túneles subterráneos, y solo tres personas sabían cómo identificarlo.
Los sórdidos detalles del ascenso y la caída del hombre al que perteneció, las especulaciones sobre qué salió mal, el debate sobre la justicia: todo eso quedó para que otros lo evaluaran. En ese laboratorio era solo un cerebro, ni deformado ni de aspecto extraordinario, una espiral gelatinosa de unas tres libras y media, recién extraído del cráneo de un hombre de 27 años que, en apariencia, era perfectamente saludable. El forense tuvo especial cuidado y llegó horas después en condiciones casi perfectas.
El laboratorio está a unos 30 minutos de la prisión donde el hombre dueño de ese cerebro se había ahorcado dos noches antes. Su nombre les sonaba a los científicos, al igual que a la gente de Nueva Inglaterra y a muchos en todo Estados Unidos: Aaron Hernández.
En la mesa, el cerebro de Hernández, exintegrante de los Patriotas de Nueva Inglaterra, parecía sano. Las meninges, capas de membranas translúcidas que recubren y protegen este órgano, aún lo envolvían. Pero tras su brillo saludable se escondía una realidad terrible.
Según relató The New York Times, al cortarlo en vainas de aproximadamente media pulgada a la vez, comenzando por la parte frontal, los trozos presentaban importantes huecos en los tejidos: ventrículos llenos de líquido que se expandían a medida que el tejido cerebral se contraía. Un corte transversal de un cerebro sano de 27 años debe lucir robusto y carnoso. Este estaba ahuecado por cavernas con forma de bumerán.
El septum pellucidum, una pequeña membrana entre las dos mitades del cerebro, estaba atrofiado hasta el punto de lucir marchito, frágil y perforado, acotó el diario. Cuando el neuropatólogo posteriormente buscó a otros pacientes en una condición similar, el ejemplo más joven comparable fue un boxeador de 46 años.
Hernández, al momento de suicidarse, cumplía cadena perpetua por asesinato. Había matado a tiros a Odyn Lloyd, un jugador semiprofesional de fútbol americano, novio de su hermana.
Cuando su cerebro fue sometido al microscopio, se hizo evidente la magnitud del daño. La proteína tau estaba por todas partes, expuesta en grandes manchas marrones en la corteza frontal, la parte del cerebro que controla la toma de decisiones, los impulsos y la inhibición.
En las enfermedades neurodegenerativas, la proteína tau se agrega de forma anormal y forma ovillos neurofibrilares, alterando la estructura y la función neuronal y provocando la muerte neuronal, lo que desencadena el inicio y la progresión de trastornos.
Historia sin fin
El fútbol americano es un deporte de alto impacto donde los jugadores sufren golpes frecuentes en la cabeza que pueden provocar conmociones cerebrales detectables clínicamente, o golpes menores sin síntomas inmediatos.
Esto hace que quienes practican este deporte —especialmente de forma profesional, pero también a nivel juvenil— enfrentan un riesgo significativamente mayor de daño cerebral degenerativo en comparación con la población general, según varios estudios.
Quien sonó las primeras alarmas al respecto fue el doctor nigeriano radicado en Estados Unidos, Bennet Omalu. En 2002, al llegar a su puesto de trabajo en el condado de Allegheny, estado de Pensilvania, lo que parecía ser otro día más de rutina desencadenó una serie de acontecimientos que todavía hoy resuenan.
La tarea de Omalu para su jornada era simple: analizar el cerebro de Mike Webster, un exjugador de la NFL que había fallecido recientemente. La cobertura de esos días en torno al hecho había sido inquietante. Muerto a los 50, Mike Webster, nueve veces Todos estrellas, miembro del Salón de la Fama, legendario centro de los Steelers de Pittsburgh durante 15 temporadas, era el centro de atención de la prensa.
Su vida después del fútbol americano había sido trágica, y en las noticias no paraban de hablar de ello. ¿Qué le había sucedido? ¿Cómo pasa alguien de tener cuatro anillos de Super Bowl a orinar en su propio horno y echarse «goma loca» en sus dientes? Mike Webster se compró una pistola Taser y la usó para tratar su dolor de espalda. Se electrocutaba hasta quedar inconsciente solo para dormir. Perdió todo su dinero, o quizá lo regaló. Lo olvidó. También olvidó comer. Pronto, se quedó sin hogar, viviendo en una camioneta, con una de sus ventanas remplazada con una bolsa de basura y cinta adhesiva.
Intrigado por este hecho, Omalu estudió a fondo, durante meses, el cerebro de Webster, hasta que descubrió las anomalías microscópicas y denominó su hallazgo como encefalopatía traumática crónica. La NFL trató por todos los medios de desacreditarlo. Pero estudios posteriores del propio doctor y otros, no hicieron más que confirmar el descubrimiento, que se puso en la mira pública mediante un extenso reportaje de investigación de la publicación GQ, dado a conocer en 2009.
Todavía no es suficiente
Tras el hallazgo de la ETC en jugadores de fútbol americano, la NFL ha tenido que implementar varias medidas para mitigar el riesgo de esta enfermedad neurodegenerativa. Una de las acciones más destacadas fue la modificación de las reglas del juego para reducir los tipos de placajes más peligrosos que provocan impactos severos en la cabeza.
Asimismo, estableció protocolos de manejo de conmociones cerebrales para jugadores durante partidos y entrenamientos, incluyendo evaluaciones médicas obligatorias y restricciones para regresar al juego. También se han promovido cambios en la educación a jugadores y entrenadores sobre técnicas de juego más seguras y el riesgo de lesiones cerebrales repetitivas.
Aun con estas medidas, expertos consideran que las acciones son insuficientes, especialmente para proteger a jugadores jóvenes en niveles universitarios y escolares, que siguen expuestos a riesgos altos. El peligro de desarrollar ETC se relaciona más con la cantidad de años jugando y el nivel de contacto que con el número de conmociones clínicas reportadas. Y las consecuencias pueden ser devastadoras. Quizá se necesiten otras medidas adicionales para este y otros deportes de contacto físico severo, y así podrían evitarse en el futuro que jóvenes como Shane Tamura se disparen al corazón.