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El fin del mundo según los ricos

Aferrados a sus millones y a esa frase tan común en ellos de que «es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo», los ricos se compran un trozo de planeta en ¡nuestro! planeta

 

Autor:

Enrique Milanés León

Más rubia que nunca tras el accesorio, la acaudalada actriz y cantante estadounidense Gwyneth Paltrow posó no hace mucho para Instagram, camino a París, con un nasobuco negro de cinco capas de filtración y un «acabado ultrasuave e ideal para el contacto con la piel» de la compañía sueca Airinum, afortunada fabricante de esta pieza de entre 69 y 99 dólares agotada en su sitio digital hasta el mes de abril.

Otra empresa, la británica Cambridge Mask Co., está haciendo zafra con un nasobuco dotado de «capas de filtrado de partículas y carbono de grado militar» que se vende a 30 dólares como pan caliente, mientras los italianos de Fendi Roma han hecho furor con el suyo, que cuesta la friolera de 190 euros. Para no hacer menos (dinero), las célebres firmas Louis Vuitton y Off White sumaron a su catálogo, a 100 euros, protectores de la COVID-19 primorosamente diseñados.

¿Será que al coronavirus le seducen las marcas, le rinden las pasarelas, le impresionan los precios…? No parece, pero quién quita de la cabeza de los ricos la idea de que pueden comprarlo todo… incluyendo caros escudos biológicos y la mismísima inmortalidad.  

Era un millonario «plástico»

Aunque muchas personas ven en el triste episodio que vive la humanidad un recordatorio de la extrema fragilidad de la única especie que destruye su casa: la humana —que, por cierto, en plena crisis sanitaria ha parado casi todo, menos las guerras activas—, la soberbia de los poderosos sigue asomando la cara.

Algunos tienen tanto dinero y tan pocas ganas de involucrarse con el problema que hasta rehúsan compartir avión —porque, como en el Titanic, incluso debajo del piso de primera clase suelen viajar simples mortales turistas— con sus iguales de grandes cuentas bancarias. A resultas, mordieron al instante el anzuelo publicitario de la floridana compañía de alquiler de aviones Southern Jet: «Evite el coronavirus con un vuelo privado… ¡Solicite una cotización hoy!».

¿Qué ustedes creen que pasó? El mensaje fue todo un éxito: aumentaron los pedidos pese a los 20 000 dólares que puede costar, por ejemplo, un vuelo entre Florida y Nueva York.

Naturalmente, en un avión, por muy exclusivo que sea, no se puede pasar temporadas, así que otros seres «plásticos» se aíslan en lujosos yates. Ahora mismo, más de un millonario que pensaba descansar en la bellísima Italia ha optado por fondear su nave en el Mediterráneo, ese mar romántico o barroco que de vez en cuando saca al sol cuerpos de migrantes sin nombre que huían de la angustia creada por la polarización de la riqueza y la guerra resultante.

Pocos millonarios del mundo se preguntan cómo se curan los pobres, pero en lo que a ellos respecta, hay noticias del servicio de «médicos boutique»; esto es, atención exclusiva para las VIP —Very Important Person— en instalaciones de prestaciones avanzadas. ¿Qué faltaría en el paquete de la paranoia, si muchos han comprado edificios, castillos medievales y hasta islas enteras? ¡Protegerse para un fuerte impacto!

Avestruz con la cabeza metida en el búnker

Con tal de sobrevivir al «apocalipsis» que anuncia la desigualdad de que sacaron provecho, varios millonarios quieren meter —¡¿más?!— la cabeza en la arena. Cierta heredera neoyorquina, de velado nombre, encargó un búnker casero de aislamiento médico y sistema de ventilación, a la medida de su excelsa nariz.   

Seguramente le gustaría, pero su caso está lejos de ser el único: basta acceder al sitio web de la empresa Survival Condo para leer: «¡Bienvenidos al condominio Supervivencia! ¡Hemos convertido un almacén de misiles nucleares en viviendas de lujo!». De ahí para allá, si no pagas, no hay más pueblo.

Por la bagatela de cuatro millones de euros, Survival Condo ofrece viviendas dúplex de 340 metros cuadrados. La mitad de ese espacio sale en 2,65 millones y los módulos más pequeños, los de 85 metros cuadrados, cuestan 1,3 millones. Vaya, el sitio donde un terrícola común iría a protegerse de la gripe, en cualesquiera de sus rostros.

No os confundáis con la nota, pobres de la Tierra; se trata del tipo de vivienda «del fin del mundo», aquel destinado a salvar solamente el elástico pellejo del uno por ciento de la población planetaria y una suerte de Arca de Noé cargada solo de parejas de ricos y ricas en la que no califican especies «menores» como las de personas de clase media, obreros y campesinos. Ustedes y yo tendremos que nadar.

Construido por el empresario Larry Hall en 2011, Survival Condo ofrece, a 70 metros bajo tierra, una urbanización capaz de alojar a 75 personas durante más de cinco años. Dispone de parque para mascotas, aulas, cine, biblioteca, sauna y piscina con cielo y paisajes ficticios, adosados a la pared.

Es el filón de negocios sacado a otra etapa de incertidumbre: la Guerra Fría, período en el que Estados Unidos construyó bajo tierra múltiples depósitos para armas nucleares que, ahora, avispados emprendedores convierten en cápsulas de sobrevida para vender a millonarios con miedo.

Desde el comienzo de la pandemia de coronavirus, Vivos Group, otra empresa de refugios subterráneos a prueba de desastres, ha multiplicado convenientemente sus consultas y ventas.

La falsa biblia de otro apocalipsis

Ni más ni menos: los que más han hecho por acabarlo, temen a cada rato la llegada del fin del mundo. La práctica de prepararse para tal impacto se llama «survivalismo» y a sus miembros se les dice survivalistas o —en el caso de los estadounidenses, que no son pocos— preppers. ¡Ganas de comer, mie… do!

Según Reid Hoffmann, cofundador de la red Linkedin, más de la mitad de las élites se está montando a ese carro. Los ricos tienen su «Biblia» al respecto: un manifiesto de 400 páginas llamado El individuo soberano: cómo sobrevivir y prosperar durante el colapso del Estado de Bienestar, publicado en 1997 por el asesor e inversor privado James Dale Davidson y el fallecido editor de The New York Times William Rees-Mogg.

El texto, que prepara a la élite planetaria para sobrevivir al colapso de esta civilización y fundar otra, define a la lejanísima Nueva Zelanda como mejor «refugio en caso de cataclismo a causa de guerra, fenómeno natural, virus… A tal punto ha sido creído que —publicó el The New Zealand Herald—, solamente en 2016, más de 3500 kilómetros cuadrados de ese país fueron adquiridos por extranjeros.

Hablando de virus mortales, durante la primera semana tras la infausta elección de Donald Trump, más de 13 400 estadounidenses se presentaron ante las autoridades de Nueva Zelanda para iniciar la solicitud de residencia.

Aferrados a sus millones y a esa frase tan común en ellos de que «es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo», los ricos se compran un trozo de planeta en ¡nuestro! planeta.

Está por ver si eso los blinda frente a la implacable lanza de ataque del SARS-CoV2, el virus que no solo nos plantó el reto de la COVID-19, sino que también expuso la peor falla inmunológica de la civilización humana: la enajenación egoísta de los poderosos. Poco se puede hacer cuando el nasobuco tapa los ojos.

Un búnker. Los millonarios toman distancia de los pobres... hasta bajo tierra. Foto: terravivos.com

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