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¿El mundo le está dando Covax?

Ingrata como puede ser, en el remolino de esta crisis sanitaria la humanidad parece haberse olvidado de su «cuna»

Autor:

Enrique Milanés León

En un análisis sobre la situación de la COVID-19 en África, publicado este mes, la biotecnóloga y divulgadora científica Azucena Martín empleó una frase que, por rotunda, parece honrar el nombre del sitio donde fue publicada —hipertextual.com—: «…cuando pensamos en esta pandemia, tendemos a olvidarnos de esa parte del mundo».

La autora dice más: «Nos preocupan nuestras vacunas, nuestros hospitales, nuestra hostelería, nuestros comercios, nuestros colegios…. En resumen, nos preocupa nuestro propio ombligo. Sin embargo, no está de más recordar que nos empeñamos en buscar vida fuera de la Tierra, cuando en el interior de nuestro planeta hay mucha vida a la que no prestamos atención».

Porque, en efecto, ingrata como puede ser, en el remolino de esta crisis sanitaria la humanidad parece haberse olvidado de su «cuna».

Del dicho al hecho…

A inicios de marzo, un amplio reporte de la página web de la Organización Mundial de la Salud (OMS) refería que, como parte del despliegue internacional de las vacunas Covax, las primeras campañas de vacunación contra la COVID-19 en África dieron inicio en Ghana y Costa de Marfil. Ambas naciones comenzaron a aplicar dosis proporcionadas por el llamado Compromiso Anticipado de Mercado (CAM), que es la herramienta del mecanismo Covax para facilitar vacunas financiadas por donantes a países de ingresos bajos.

Covax pretende erigirse en el mayor y más rápido despliegue de vacunas de la historia. Solo para el cierre de este año prevé entregar al menos 2 000 millones de dosis contra la COVID-19. Entre ellas, al menos, 1 300 millones para las 92 economías que cumplen los requisitos —estar «en problemas»— para recibir ese apoyo.

La Doctora Matshidiso Moeti, directora regional de la OMS para África, afirmó que «el inicio de la mayor campaña de inmunización de la historia de África a través del mecanismo Covax supone un paso adelante en la lucha del continente contra la COVID-19», pero matizó su optimismo demandando que el programa sea un cambio «…para que los países africanos dejen de estar al margen y vuelvan a participar en la carrera de la vacunación, lo que corrige la flagrante desigualdad que, desafortunadamente, ha caracterizado el despliegue mundial de vacunas hasta la fecha».

Las dificultades para concretarlo tienen, como la desigualdad en suelo africano, orígenes ancestrales. Consciente de ellas, la analista Blanca Palacián de Inza «sacó sus cuentas» en un texto publicado por el Instituto Español de Estudios Estratégicos: «Suponiendo que cada vacuna requiera la administración de dos dosis, África, con una población de más de 1 300 millones de personas, necesitará al menos 1 600 millones de dosis para cumplir su objetivo de vacunación del 60 por ciento. Los problemas de transporte, almacenamiento y distribución representarán un gran desafío para la entrega de vacunas en gran parte del continente, lo que contribuirá a que los programas nacionales de vacunación comiencen y avancen lentamente, dejando a la mayoría de África sin vacunar para finales de 2021».

Aunque este mismo miércoles Francia anunció que donará a África unas 100 000 dosis de la vacuna de AstraZeneca dentro del mecanismo Covax, y a pesar de que ese programa ha distribuido, desde fines de febrero, más de 30 millones de inyecciones en más de 50 países, sobre todo de Asia y África, revertir al atraso será difícil, pues hace apenas dos meses solo nueve de los 54 países del continente africano —Marruecos, Egipto, Mauricio, Argelia, Seychelles, Guinea, Zimbabue, Sudáfrica y Senegal— habían comenzado sus campañas de inmunización contra la COVID-19.

Según Palacián, la «supuesta indulgencia» del virus con el continente en la primera ola podría ser un espejismo. «Se esperan —afirma— cambios a peor», dada la capacidad de mutación del virus, que le hace más poderoso que antes contra lo jóvenes. A ello se unen «males endémicos como la corrupción, la pobreza, los conflictos armados, la escasez o inexistencia de sistemas de salud adecuados», sostiene.

Otros agobios continentales

Además del escaso interés en la región, lo que ha llevado a gran parte de Occidente a menospreciar la tragedia sanitaria en África es la fragilidad de pesquisas y diagnósticos. En el texto ya citado, Azucena Martín señala la baja cantidad de tests aplicados. La autora menciona la anécdota de Iñaqui Alegría, pediatra y coordinador médico del Hospital General Rural de Gambo, en Etiopía. En ese país se hacen menos pruebas, pero el rango de positividad es mucho más alto que en otros puntos del mundo. «En algunas zonas de Etiopía —explica—, esta cifra llega al 38 por ciento; es decir, que el 38 por ciento de los tests son positivos». De otro lado, continúa, «…en España la proporción está en torno al cinco por ciento».

Aníbal Bueno, científico y experto en culturas africanas, ha apuntado que, en la mayoría de los casos, los datos son incompletos. En algún momento del año pasado, en Tanzania dejaron de hacerse PCR porque su presidente dijo que el virus se curaba rezando y que no eran necesarias pruebas, mascarillas ni vacunas. Tristemente, el propio estadista fue una de las bajas.

A diferencia de otros países y regiones, África pelea no solo contra el Sars-Cov-2, sino contra otros jinetes del Apocalipsis: allí aún son cosas del presente el sarampión, la neumonía, la tuberculosis, la malaria, el VIH, las plagas y sequías y «virus» de factura humana como la desnutrición, la deshidratación, la desigualdad, la guerra y el desplazamiento forzoso.

Corría la mitad de febrero pasado cuando se supo el surgimiento de dos nuevos brotes de ébola, a solo 4 000 kilómetros de distancia entre sí, en territorios de Guinea y de la República Democrática del Congo. Ahora todo el planeta es puro nervio, pero en esa zona de África Occidental conservan las cicatrices del enorme brote de ébola que, desde 2014 hasta 2016, enfermó a 28 000 personas, de las cuales murieron más de 11 000. El desafío, entonces, es múltiple.

Solo al momento de esos rebrotes —ahora las cifras son mayores— África tenía 3,8 millones de enfermos de COVID-19 y más de 100 000 fallecidos.

Margaret Harris, portavoz de la OMS en Ginebra, comentó que estos brotes de ébola «son un recordatorio revelador de que la COVID-19 no es la única amenaza para la salud en el continente africano. Si bien gran parte de nuestra atención se centra en la pandemia, la OMS sigue respondiendo a otras emergencias sanitarias». ¿Qué dirá África?

¿Remedio casero o pastilla de la memoria?

Es cierto que, como gran madre de la humanidad, el continente tiene sus recetas: el azote constante de pandemias les ha hecho más disciplinados en los protocolos, como el lavado de manos. El ya mencionado doctor Iñaqui Alegría cuenta un «asombro» interesante de su colega etíope Samrawit: «A nosotros —dice ella— nos sorprende que el coronavirus esté causando miles de muertos en España e Italia. A vosotros os sorprende que no los esté causando en África. Nosotros habíamos idealizado la fortaleza de Europa. Vosotros habíais infravalorado la capacidad de respuesta de África».

Sin embargo, hay enormes deudas sociales y materiales que derrumban cualquier muralla vernácula de defensa sanitaria. Hace casi un año, el sitio Médicos del mundo mencionaba algunas: «los frágiles sistemas de salud, infraestructuras insuficientes y poco equipadas y la falta de recursos humanos especializados hacen temer que la capacidad de reacción sea poca. Según la Comisión Económica de las Naciones Unidas para África, más de 300 000 africanos podrían morir por COVID-19».

La OMS lo dice de modo más contundente: el número total de camas en las unidades de cuidados intensivos disponibles para luchar contra la COVID-19 en 43 países de África es inferior a 5 000; es decir, cinco camas por cada millón de personas. En pleno siglo XXI, solo el 24 por ciento de la población del África subsahariana tiene acceso a agua potable, lo que obliga a largas caminatas para el acopio diario y tensa la higiene exigida por la emergencia. 

Plantados como árboles en la tierra madre, los africanos, que han sufrido hasta ahora 4,3 millones de enfermos y llorado a más de 118 000 de sus hermanos, nos hacen pensar en una frase de la biotecnóloga Azucena Martín: «Necesitan vacunas, necesitan ayuda sanitaria y, sobre todo, necesitan que recordemos que existen».

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