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Crímenes violentos en EE. UU. de mal en peor

Un año de pandemia supuestamente disminuida, el 2021, y como liberación de una ira contenida, vio incrementar otro mal que corroe a una sociedad que parece tener como elemento raigal el culto a las armas y su uso

Autor:

Juana Carrasco Martín

Hasta donde tengo conocimiento, solo tres países en este planeta tienen reconocido constitucionalmente el derecho de sus ciudadanos a portar armas de fuego: Guatemala, México y Estados Unidos. Pero uno de ellos, por mucho, se lleva las palmas en el ejercicio pleno de esa concesión.

Con 120 armas por cada cien habitantes, nadie le quita a EE. UU. el dudoso honor de ser el número uno en el acápite de esa propiedad civil, sustentado en poseer casi la mitad (46 por ciento) de todas las armas del mundo en manos de los no militares: 393 millones de los 857 millones, según los cálculos de SAS (Small Arms Survey/Encuesta de Armas Pequeñas), proyecto de investigación del Instituto de Posgrado de Estudios Internacionales y de Desarrollo  con sede en Ginebra, Suiza.

Una encuesta de Gallup de 2020 aportó otros elementos preocupantes: en las casas del 44 por ciento de los adultos estadounidenses hay al menos un arma y un tercio de todos los adultos de ese país son poseedores personales de alguno de esos letales artefactos.

Armas fantasmas

Pero las estadísticas mienten, porque no se tienen cifras de las armas ilegales o no registradas —por lo general en manos de la delincuencia—, y mucho menos de una nueva fuente de suministro, las llamadas armas fantasma, fabricadas en los hogares mediante la avanzada tecnología de imprimir en 3D, lo que resulta ya demasiado fácil cuando hasta se descargan las instrucciones por internet, por tanto, incrementa exponencialmente la peligrosidad de los artilugios cuyas piezas son casi todas plásticas, que no pueden ser rastreadas y hasta evaden los escaneos de seguridad y los detectores de metales.

Su historial comenzó cuando el estudiante de Derecho texano Cody Wilson fabricó un prototipo de pistola impresa en 3D que llamó Liberator, lo distribuyó en forma gratuita en línea y aunque el archivo solo estuvo disponible durante dos días, se descargó más de cien mil veces y no solo en Estados Unidos.

Esto le valió que algunos lo consideraran el hombre más peligroso del mundo.

Hubo batallas legales con este activista del derecho de los estadounidenses a tener armas que se autodescribe como un cripto-anarquista y un anarquista de libre mercado, y hasta un juez logró ponerle obstáculos; sin embargo, con su organización Defense Distributed logró sortearlos y tras el acuerdo logrado con la administración de Donald Trump pudo publicar sus planos.

El Giffords Law Center, institución que trata de prevenir la violencia armada, señaló que es imposible estimar el número real de personas poseedoras de estas armas fantasma, que en marzo de 2020 dieron un gran salto con el proyecto de un rifle semiautomático, el Fgc-9 (Fuck gun control 9 mm), cuya construcción cuesta unos 350 dólares, cuando el modelo similar, el AR-15, cuesta el doble en las armerías.

Ahora, la misión imposible de regular la venta de armas en general y también las 3D la tiene Joe Biden. Nadie le augura éxito.

Dos pandemias

En ese escenario se produce la pandemia de la COVID-19 y el aumento de los crímenes violentos. Algunos estudiosos de este fenómeno que estremece desde hace mucho a la sociedad estadounidense, señalan que uno de los aspectos más preocupantes estriba en que el aumento afecta desproporcionadamente a las comunidades pobres y minoritarias.

The Hill, el periódico y sitio web especializado en la política estadounidense, publicó en esta semana un trabajo sobre los crímenes violentos en el país y ejemplificó con varias de las más grandes ciudades y también donde las estadísticas muestran el empeoramiento de la situación.

Nueva York, Los Ángeles, Chicago, Houston, Louisville y Filadelfia están entre las que sirvieron de modelo para tan indeseado registro en lo que va de este 2022, dejando entrever que el año en curso será incluso peor que su precedente.

The Hill mostró que en apenas la semana del 7 al 13 de febrero hubo 474 crímenes frente a 350 en igual período de 2021; y en Los Ángeles reportaban 2 752 crímenes violentos en lo que va de 2022, un aumento del cuatro por ciento frente a los 2 633 en 2020.

En Chicago  —la ciudad  de los vientos o de los Grandes Lagos, la tercera en población, cuyo índice de criminalidad es mucho mayor que el promedio nacional y que se hiciera famosa por la actividad de la mafia y de Al Capone—, la policía ha reportado 74 asesinatos hasta el 15 de febrero, siete por ciento más que en 2021; 40 por ciento más desde 2020 y ciento por ciento desde 2019.

Mientras en Houston, que siempre nos recuerda los duelos de pistoleros en la época de los cowboys, se registraron 62 homicidios en 2022, también hasta el 15 de febrero, 32 por ciento más respecto a la misma fecha del año pasado.

Así van las cosas y ciudades más pequeñas y hasta en medios rurales de la nación norteamericana no se quedan atrás.

Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) informaron que la tasa de homicidios en Estados Unidos aumentó en un 30 por ciento entre 2019 y 2020, considerado el mayor aumento de un solo año en más de un siglo, contando desde 1905.

A su vez, The Trace analizó el número de muertes por armas de fuego durante 2021, excluyendo los suicidios, y estos fueron 20 726, que incluye asesinatos, accidentes y homicidios «justificables», el total anual más alto registrado por el Archivo de Violencia con Armas de Fuego desde la fundación de la organización en 2014.

Por supuesto, esta desmedida ola de violencia  armada, ha llevado a los criminólogos a indagar en sus posibles causas y dicen que los políticos buscan soluciones, pero se duda de que lo logren cuando la violencia está enraizada en la cultura estadounidense.

Diversas son las explicaciones. James Alan Fox, criminólogo de la Universidad Northeastern, dijo a la AP que la violencia en 2020 fue una «situación única» provocada por la pandemia, los conflictos raciales y políticos y las personas que tienen demasiado tiempo libre.

Thomas Abt, miembro principal del Consejo de Justicia Penal, que aboga por reformas, afirmó que «es una especie de tormenta perfecta» que «surgió inmediatamente después del asesinato de George Floyd», el afroestadounidense ahogado durante más de ocho minutos por la rodilla en su garganta del agente policial Derek Chauvin, el 25 de mayo de 2020 en Minneapolis, lo que desató un tsunami de manifestaciones y protestas múltiples con diversidad muy especial de participantes.

Una zafra ganancial

Las estadísticas de la Oficina de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos de los Estados Unidos (ATF) muestran que en 2018, los fabricantes produjeron nueve millones de armas de fuego, el doble de diez años antes.

Con ese surtido en las armerías —hay más de 50 000 vendedores autorizados—, se puede responder a cualquier incremento de las solicitudes de antecedentes federales para poder comprar un arma. En marzo de 2021 el FBI reportó casi 4,7 millones de verificaciones de antecedentes, considerado el mayor número de solicitudes desde que inició esa estadística hace más de dos décadas.

The Trace estima que en 2021 se vendieron 18,8 millones de armas (11,3 millones de pistolas y 7,5 millones de armas largas).

En 2021 se vendieron cerca de 19 millones de armas a los ciudadanos estadounidenses. Foto: AP.

Al mismo tiempo, durante la administración Trump, las posiciones políticas del Presidente propiciaron el auge de grupos, organizaciones de la extrema derecha, racistas, xenófobas y auspiciadoras del porte público de armas, incluso fusiles de asalto, y cuya expresión más escandalosa fue el asalto al edificio del Congreso, insurrección que en un país latinoamericano se hubiera calificado de intento de golpe de Estado, para evitar el aval de los legisladores al resultado de las elecciones que le dieron el triunfo al demócrata Joe Biden.

Estados Unidos, su sociedad, está cada vez más dividida y polarizada y la tenencia de armas en los hogares pudiera ser hasta una peligrosa bomba de tiempo que apunte más allá de la violencia familiar, la delincuencia, los homicidios, los accidentes y el suicidio, e incluso la violencia policial, que solo en 2021 mató a 1 134 personas (el 96 por ciento con sus armas de reglamento).

La Segunda Enmienda de la Constitución estadounidense sigue inamovible  y no interesa que hay un derecho superior que debiera prevalecer, el derecho a la vida.

 

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