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Sanando las heridas del olvido

Tan traumático como el desgarre demográfico que representó la trata esclavista, resultó el saqueo en las últimas décadas del siglo XIX de los bienes patrimoniales y de la memoria histórica de los pueblos africanos

Autor:

Amado René Del Pino Estenoz

Pocas regiones del planeta han sufrido un despojo sistemático de su patrimonio cultural como África Subsahariana, sometida a una de las experiencias colonizadoras más cruentas de la historia moderna —tal como lo dispusieron las potencias presentes en la Conferencia de Berlín (1884-1885)—. El Continente Negro tardó al menos una centuria en generar procesos de reivindicación a escala regional.

Tan traumático como el desgarre demográfico que representó la trata esclavista, resultó el saqueo en las últimas décadas del siglo XIX de los bienes patrimoniales y de la memoria histórica de los pueblos africanos.

Impulsadas a reconfigurar los ámbitos de cooperación con sus respectivas exmetrópolis y reclamar la herencia histórico-cultural de sus antepasados, las naciones africanas se consagran en la actualidad a promover una estrategia de restitución —histórica, material e intelectual— en la que la búsqueda de la identidad de las sociedades poscoloniales ocupa el centro de la materia.

Según el registro de los expertos, los objetos artísticos expatriados del territorio africano se contabilizan en decenas de miles, dispersos en colecciones etnográficas, museos universitarios e instituciones privadas. Más allá de la avidez de los colonizadores, las comunidades subsaharianas padecieron el trasiego de misioneros, funcionarios coloniales, militares y comerciantes que desviaron lo más representativo de su patrimonio artístico con vistas a engrosar los museos etnográficos de las urbes británicas, belgas, francesas y alemanas, por citar algunas.

La repatriación a territorio africano de los afamados bronces de Benín resulta un motivo de regocijo para artesanos y artistas locales.

Con un afán universalista no exento de eurocentrismo, los gestores de las colecciones que hoy deslumbran a los visitantes de las principales vitrinas museográficas de Europa y Nortea-
mérica —el British Museum (Londres), el Museo Real del África Central (Tervuren, Bélgica), el Museo Quai Branly (París), el Linden-Museum (Stuttgart), el Humboldt Forum (Berlín), el Museo Nacional de las Culturas del Mundo (Ámsterdam) y el Smithsonian Institute (Washington D.C.)— fueron responsables de la pérdida del 90 por ciento de la riqueza cultural de actuales naciones, como Senegal, Benín, Nigeria, Camerún, Madagascar y la República Democrática del Congo.

Debido al alcance universal de este fenómeno, la Unesco había creado en 1970 un instrumento internacional para promover la restitución de objetos artísticos y documentos históricos a sus propietarios originales, la Convención sobre los medios para prohibir y prevenir la importación, exportación y transferencia ilícitas de propiedad de bienes culturales.

Ese mecanismo legal, lejos de cuestionar los principios de inalienabilidad, imprescriptibilidad e  inembargabilidad de las colecciones de dominio público, fomentaba la reparación histórica de los pueblos que padecieron durante la época del colonialismo saqueos, expediciones armadas y despojo de sus recursos vitales.

La Convención de la Unesco tampoco desconocía el valor socio-cultural de las llamadas colecciones universales que hoy representan una síntesis museográfica de la evolución de la civilización humana a lo largo de milenios.    

Si bien importantes figuras públicas clamaron por la restitución del acervo espiritual de las culturas creoles luego de haberse desatado el movimiento anticolonialista a partir de la década de 1960 —entre ellas, el senegalés Amadou-Mahtar M’Bow, director general de la Unesco entre 1974 y 1987; y el historiador burkinés Joseph Ki-Zerbo— no existió una voluntad de los Gobiernos europeos de restañar las heridas del saqueo… hasta que en el último lustro se gestaron acciones encaminadas a la reposición incondicional de los objetos artísticos pertenecientes a los pueblos subsaharianos. 

Desde que Emmanuel Macron convirtiera la vía colaborativa de restitución como centro de su discurso pronunciado en la Universidad de Uagadugú, Burkina Faso, el 28 de noviembre de 2017; esa cuestión ha estado cada vez más presente en el debate cultural contemporáneo
en el que han intervenido curadores, economistas, juristas, antropólogos, coleccionistas y artistas visuales.

Si bien existe diversidad de criterios en cuanto a los procedimientos a emplearse y el alcance de la reposición de los bienes enajenados del suelo subsahariano, no hay dudas de que la mayoría de los expertos abogan por la vuelta al equilibrio geográfico del patrimonio cultural africano, deslocalizado de sus lugares de origen por las condiciones inequitativas impuestas por el colonialismo. 

Por iniciativa del Presidente francés se convocó en 2018 a un grupo de autoridades —encabezado por el académico senegalés Felwine Sarr y la historiadora del arte Bénédicte Savoy— para que evaluara los mecanismos de colaboración en los ámbitos cultural, científico y museográfico, imprescindibles para el retorno del patrimonio artístico de los africanos.

Más allá de su importancia metodológica, Restituyendo el patrimonio africano: hacia una nueva ética relacional —también conocido como informe Sarr-Savoy— fue la piedra angular para que las joyas de arte subsahariano que integraban las colecciones públicas del Estado en Francia u otras naciones, pudieran ser puestas a disposición de sus propietarios originales.

Sin atentar contra la condición inalienable del patrimonio público de las naciones modernas, el informe Sarr-Savoy propició una profunda transformación de la legislación europea con vistas a la repatriación de obras imperecederas del genio artístico africano.

Entre los bienes culturales recuperados a partir de esta práctica descolonizadora se encuentran las regalías de los palacios reales de Abomey —declarados en 1985 por la Unesco como Patrimonio Cultural de la Humanidad—; el trono y los altares portátiles de Behanzin, último monarca del reino de Dahomey; el sable de El Hadj Umar Tall, fundador del imperio tuculor del África Occidental que abarcaba los actuales territorios de Malí y Mauritania; y el dosel de la reina malgache Ranavalona III.

 

Los museos forman parte de la descolonización de la sociedad moderna.FOTOS: National Geographic.

Esta estrategia de descolonización de los espacios museográficos clamada por el informe Sarr-Savoy está exigiendo un esfuerzo logístico y jurídico sin precedentes. Como parte de esta loable expresión de la justicia restaurativa, se ha concebido el aporte museográfico a las naciones subsaharianas resarcidas, con el fin de crear espacios expositivos para acoger las expresiones artísticas de la sensibilidad y el intelecto africanos, tales como el Museo de las Civilizaciones Negras (Dakar, Senegal) y el futuro Museo Edo de Arte del África Occidental (Benin City, Nigeria).

No sorprende que entre las estrategias de desarrollo expuestas por la Agenda 2063 —esbozada por la 21ra. asamblea ordinaria de la Unión Africana en 2013 a propósito del medio siglo de su creación— se encuentre el fortalecimiento de la identidad cultural y de los ideales panafricanos.

Para ese propósito resulta esencial tanto el renacer de la conciencia histórica del ser africano como la puesta en valor de las manifestaciones culturales de las sociedades ancestrales.

El retorno del patrimonio usurpado a los africanos, por tanto, no responde a un acto puntual de justicia: su genuino valor es reivindicar el legado de las comunidades originarias del continente que dio al Hombre su primigenio espacio vital hace millones de años.

 

 

 

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