Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Dos islas, un corazón

Autor:

Lisandra Gómez Guerra

Al zarpar en el buque trasatlántico Marqués de Comillas dejó atrás historias, amigos, la tierra que lo vio nacer. Desde la proa soñó con una nueva casa, un cambio económico, un puñado de anhelos, personas por descubrir… Cargado con unos escasos bultos y rodeado de toda su familia Sánchez Pérez, después de 19 días en el mar Arnaldo Manuel, topó con Cuba en diciembre de 1950, procedente de La Palma, «la isla bonita», como aclaraba cada vez que la mencionaba.

Era uno de los más jóvenes de la prole que aceptó enrolarse en una aventura decisiva para sus vidas. Muchas buenas anécdotas desde Cuba llegaban mediante cartas a las casitas empotradas en las márgenes de la costa palmera. Arriesgarse por una mejor calidad de vida en una isla de oportunidades fue el impulso para llenar algunas maletas y zarpar.

En tierra firme, el viaje deslumbró sus ojos de 21 abriles, hasta asentar los pies en Cabaiguán, pueblo de la entonces región de Las Villas, ubicado casi en el mismísimo centro del país. Otros muchos emigrados canarios ya habían encontrado acomodo en la zona, como sus abuelos, propietarios de una pequeña finca en El Zaíno, a las afueras de ese territorio donde el tabaco crece fácil.

«Los Crespo me habían dicho que cuando llegara podía trabajar en uno de sus negocios, pero lo cierto fue que tenían el cupo de extranjeros ocupado y debía esperar por la ciudadanía cubana para laborar con ellos. Entonces me hablaron para que durante algunos meses lo hiciera en la Imprenta Barreto».

Sin tiempo para demoras aceptó la propuesta. La invitación de unos meses se volvió muchos años, demasiados —aseguraría— cuando de vida laboral se habla: «Fue muy fácil adaptarme, porque trabajé allá en el Diario de avisos entre 1941 y 1950. He estado entre el plomo y el papel prácticamente toda una vida».

Frente al linotipo vio pasar casi 70 años. Raras veces durante su vida activa como trabajador no se lo vio llegar de primero al pequeño local. Por ello, pudo hacer funcionar la máquina de 1939 que se conserva en la actual Imprenta 21 de Diciembre, de Cabaiguán.

En medio de la vorágine social de 1959, Arnaldo Manuel se hizo ciudadano cubano. «Se nos explicó que con el proceso de intervención era una medida obligatoria, si se quería laborar con el Estado. Fue justo cuando se me reconoció como técnico de artes gráficas».

En 1968 sus criterios se tomaron al pie de la letra para echar a andar las máquinas, despojadas de propaganda sobre juegos de gallo o servicios particulares. «Luego comenzamos a publicar en moldes de todo tipo las necesidades de los órganos del Poder Popular, de donde soy fundador».

Pero, con la entrega a su oficio coexistió siempre una melancolía especialísima por la tierra que lo vio nacer, a la que regresó en dos ocasiones. «Eso nunca se olvida. Al llegar a Cabaiguán me reuní con otros que también habían emigrado. Ahora vamos al museo municipal para encontramos quienes mantenemos vivas algunas tradiciones canarias. Por ejemplo, son días de mucha alegría cuando en casa se hacen empellas y se ligan con bolitas de gofio, como hacemos en La Palma».

 Con esa misma pasión por sus raíces, Arnaldo Manuel esquivó cuánto pudo la decisión de jubilarse. Las reiteradas preguntas de por qué mantenerse entre las viejas máquinas que burlan el tiempo a fin de ser útiles escucharon siempre una misma respuesta: «Hasta que tenga fuerzas».

 Y fue así. En sus manos, la guillotina jamás tuvo margen a errores. Con una precisión exquisita no dejaba fallas y mucho menos desperdicios de papel; secreto que enseñó sin medias tintas a varias generaciones que lo acompañaron en la imprenta.

 Hasta hace muy poco, uno de los más jóvenes emigrantes canarios residentes en Cabaiguán derrochó felicidad con alas compartidas. Una amalgama difícil de explicar desde una sola ribera. Por ello prefirió siempre el empaste de las dos culturas, donde se entrecruzan miles de historias apasionantes, como las que también conservan quienes emigraron a América en siglos pasados, y a quienes debemos tanto cuando se escudriña en nuestra herencia cultural.

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