Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Cambiar la casaca

Autor:

Luis Sexto

En una página de El Habanero, el Padre Félix Varela fustigaba a los que, para defender intereses egoístas, cambiaban de casaca política. Cambiar de casaca, esto es, adaptarse, seguir la corriente, fingir... Cuidar lo mío. Guardar las apariencias.

Tal vez ya no resultaría útil debatir sobre si es recomendable cambiar de camiseta solo por afanes acomodaticios u oportunistas. Es tan evidente la mediocridad de quienes adoptan la facultad de los camaleones. Pero no parece tan clara la inconveniencia de estar viendo empeños de mudanza en quienes opinan, quizá de modo distinto a lo usual, aunque honradamente, sobre la realidad dentro de la cual sobrevivimos. Esas miradas suspicaces, «siempre a la viva», tienen el poder de amilanar al que habla, porque en verdad no parece haber peor desafío que el de ser señalado como «un extraño», «un hereje», o un «cambiacasacas» en la comunidad a la que perteneces con todo lo que eres y vales.

Podemos, así, cometer una injusticia si desde posiciones que creemos únicas y absolutas, juzgamos las que intentan participar del debate aportando un matiz nuevo, un argumento original, porque estiman improductivo seguir montado en el carrusel de cansados enfoques. Aunque no queramos, de alguna manera habrá que afrontar esta verdad: que la dialéctica es una especie de litigio que no depende solo de la voluntad de los seres humanos. Por tanto, quien pretenda gobernar la dialéctica con el simple alzar el brazo con que se manipula un interruptor de la luz, asume el riesgo de quedarse en un apagón de índole intelectual. O moral.

Hemos de admitir —y excúsenme si esto les huele a redundante y resabido— que la vida avanza en un zigzag dialéctico. Y ponerle señales de pare, quizá sea violar un código que nos exija entregar la licencia por todo el tiempo de nuestra vida… No quiero envolverme demasiado en mis círculos expresivos. Pero uno de nuestros peores enemigos ha sido cierto culto a lo ya hecho. Culto que nos obliga a creer que todo lo hecho estuvo bien hecho, y por lo tanto todo lo que se haga ahora tendrá que ser igual. Desde luego, no todos pensamos así. Pero se pulsa en algunos compatriotas una tendencia de encararse al pasado y dar las espaldas al futuro.

¿Y cómo piensa este comentarista? Pues bien, si me preguntan, digo que si hoy nos proponemos actualizar el modelo económico cubano, lo más inteligente no es mirar solo lo que ya hicimos, sino mirar también hacia lo que tenemos que hacer. Una opinión, de ser justa, tiene que reconocer que mucho de cuanto hicimos ya no es efectivo. Y que el culto a lo pretérito debe ser readecuado de modo que no nos convirtamos en adoradores de un fetiche.

El que esto escribe respeta lo válido de la tradición; cree en la existencia de principios generales. Pero los asumo no desde una «teología dogmática», a prueba de reajustes, sino como principios sustentados por un credo humanista que nos recuerda que las necesidades de nuestro país no han sido siempre las mismas y aunque sean las mismas no se resuelven con soluciones ya ineficaces.

Varios de mis lectores me pedirán hechos, hechos. No todos nos acostumbramos a leer opiniones sin que un hecho las escolte. A veces, el comentarista enjuicia actitudes y tendencias. Mas, si quieren algún ejemplo, tomen una dosis servida en otro momento: Un análisis somero confirma que en ciertos lugares todavía se rastrean las viejas zanjitas de cauce estrecho y pantanoso. Así, pasa, fundamentalmente con la agricultura. En particular con la comercialización. Cuánto se insiste en las mismas fórmulas: el acopio, los mercados concentradores… ¿No vimos ya una vez esos esquemas cumplir el ciclo de su existencia al no responder con acierto a las demandas del momento?

Y en lo que respecta a la entrega de tierras regida por el Decreto Ley 259, lo visto por este periodista repara en un ansia de tratar al agricultor beneficiado como una figura que solo podrá hacer lo que otros aprueben y en los términos en que lo aprueben. Oh, parece que aún no se comprende, que fajarse a limpiar una caballería habitada por el marabú, es un acto de entrega que necesita un ámbito de libertad estimulante. Porque si actitudes burocráticas insisten en arar sobre los viejos surcos de un control rígido, acezante, desconocen que para cultivar la tierra hay que cambiarse la casaca… de la oficina y de la reunión. Y esta vez, cambiar de casaca es sinónimo de buena voluntad y signo de que se comprende que el futuro, si se queda en el pasado, ya deja de serlo.

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