Aunque parezca increíble, todavía hemos de preguntarnos qué es mejor para mantener limpia la imagen pública de una entidad o una persona: la escoba o la alfombra. Y en consecuencia habría que determinar si barremos para fuera o escondemos los desperdicios. Nada nuevo digo. Esas son las recurrencias metafóricas con las que intentamos expresar los términos de un dilema que ya encanece y que en el fondo se reduce al predominio de esencias o de apariencias.
Durante años algunos de nosotros se han adscrito a la esquina menos comprometedora a simple vista. Cuántas veces hemos oído la reconvención de «usted ha lacerado la imagen de los trabajadores de nuestra empresa con su crítica». Y uno, que ha aprendido a discernir lo que es verdad y lo que se maquilla como verdad, responde: En efecto, puede molestar sentirse envuelto en una denuncia pública, pero lo que ha de agraviarnos e inquietarnos será ver a un cubano afectado por una acción injusta y que alguien sea capaz de justificarla u ocultarla.
Se nota, por tanto, que tras el empeño por salvaguardar apariencias engañosas influye la doble moral, esa mirada de la conducta que aparentando tirar los ojos hacia lo recto, se tuerce por debajo del hombro en una finta futbolística que intenta patear un balón falso mientras el verdadero se escurre por las líneas laterales. La doble moral puede definirse como la carencia de moral; dos morales solo pueden caber en la amoralidad, porque no parece admisible ser leal a dos causas antagónicas como la simulación y la sinceridad.
La doble moral, sin embargo, aunque pueda ser en alguna persona un don gratuito, ha tenido un condicionamiento en nuestras relaciones sociales. A veces ha predominado la incapacidad para clasificar la crítica como un instrumento de la dialéctica. Y sobre todo ha faltado la flexibilidad para aceptarla. ¿Qué hacer, pues, ante quien, sentado a una mesa de preeminencia, se remueve cuando oye lo que no le gusta o no le conviene, y luego manda a callar, o cuando en vez de orientar u ordenar, manda sin el matiz que admita un reparo, una salvedad? Lo sabemos: no es la primera vez que se habla o se escribe contra esa especie de alergia crítica, cuya llaga más notable es la doble moral.
Últimamente, y en particular en la reciente Conferencia del Partido, hemos aludido con insistencia a la crítica y, sobre todo a la ética. Y quienes han aludido a la ética saben que esta trasciende la palabra misma y, sobre todo, supera la firma de un compromiso. Un compromiso que ha de suscribirse, sobre cualquier rúbrica, haciendo coincidir leyes y conducta, esencia y apariencias.
Admitamos —me atrevo a recomendar— que la política, la ética y la crítica han de andar como en una alianza defensiva. Las tres se entrelazan en los fines. Y serán más efectivas cuando la política, la ética y la crítica respondan a las urgencias del momento. Si alguna vez fuimos permeados, de una u otra manera, por la doblez, si algunos creímos útil decir sí pensando en no, hoy, en cambio, Cuba y su empeño socialista requieren de sujetos para los cuales la verdad no se cubra con un mosquitero o se eche debajo de la alfombra.
Si hiciéramos un examen a conciencia desnuda, posiblemente repararíamos en que algún gramo del polvo de ayer se ha convertido en barro de hoy. No tengo la intención de exagerar, ni generalizar. Pero la historia no necesita de amplias retrospectivas, de tiempo acumulado, para mostrarnos lo que en un momento resultó un mal paso, o para demostrarnos que lo que antes creímos provechoso, quizá ahora sea erróneo. De esa demanda de la actualidad, de ver qué es y qué no es, qué resulta conveniente o negativo, provendrá la efectividad en nuestra actualización.
Por ello, utilizando el símil del principio de esta nota, hay que renovar y lavar las escobas y tal vez sea útil renunciar a las alfombras. Porque lo que no conviene repetir del pasado, sigue viviendo en la reproducción de nuestra vida como un espejismo que ve agua donde solo hay arena. Y según creo interpretar, para borrar esas imágenes distorsionadas y distorsionadoras precisamos de la ética y de la crítica. Ambas esclarecen la política, no la limitan. Tal vez la dañen cuando faltaren. Porque entonces no sabríamos distinguir lo esencial de lo aparente.