Me declaro culpable, culpable por confiar aun sabiendo sus limitaciones este año, culpable por soñar y cruzar los dedos (ese fue el más fuerte artilugio que asaltó mi cabeza, con el perdón de los santos yoruba), culpable por sembrar mi patriotismo más hondo que la lógica y la sensatez.
Dayron Robles no sorprendió en la final olímpica de los 110 metros con vallas, para nada. El sorprendido fui yo al verlo ceder después de una arrancada bestial y con pinta de oro, solo yo, que esperaba lo imposible en una temporada con nombre y apellidos.
La derrota estaba cantada, estruendosa y reventando incluso los oídos de los sordos más sordos.
Confieso que siempre pensé favorito al estadounidense Aries Merrit porque traía las mejores marcas del año (tres 12,93 segundos en menos de un mes y 12,94 en la semifinal de hoy). Favorito porque muy pocos se aventuran ante la claridad de los números y la estabilidad.
Y no defraudó (me refiero a Merrit, lo de nuestro muchacho no admite verbos ni adjetivos conocidos).
Dayron ni siquiera terminó la carrera, se tocó un muslo, como gritando: «¡molesta!», cuando en realidad los molestos, y molestados, estaban de este lado del Atlántico, sacudiendo a Cuba toda desde cada televisor y cada esquina del barrio.
El norteño paró los relojes —y el corazón de millones— en 12,92 segundos (tiempo tope de la actual campaña), demostrando porqué había sido as bajo techo en Estambul 2012.
Su paisano Jason Richardson se colgó la plata (13,04) y el jamaicano Hansle Parchment negoció el bronce (13,12).
El crono de Merrit es, además, el segundo más respetable en la historia de las justas bajo los cinco aros, por detrás del récord de Liu Xiang (12,91 en Atenas 2004) y una centésima delante del 12,93 del Lord del Guaso en Beijing 2008.
Hace varios meses que Robles no es el mismo. No se parece al muchachón que pulverizó la plusmarca planetaria con un 12,87 que eriza hasta a los osos polares. No veo al campeón olímpico que se coronó en la tierra de la Gran Muralla, al atleta invencible, el seguro.
Incluso dudé hoy, cuando se resintió «coincidentemente», al tiempo que le pasaban por el lado y sin pedir permiso varios «irrespetuosos».
Su ritmo ya no es el mismo, sus deseos tampoco —ese se le ve en la mirada—, y me pregunto: ¿la lesión será realmente muscular, o tendrá raíces otras, causas para nada físicas?
Eso solo lo sabe él… no estoy ahora de ánimo para especulaciones.
Lo cierto es que este y otros resbalones de nuestro deporte tocan más de una puerta y desalojan sin previo aviso, mortifican como las colas en la panadería y los pisotones en el P4.
Incluso otra estrella, la triplista Yargelis Savigne, anda divorciada de sus mejores marcas y nadie puede aclarar los motivos, al menos no públicamente.
Podría seguir mencionando nombres, apellidos, siglas, pero no es el objetivo del presente trabajo.
Robles aún es muy joven (25 años) y le deben quedar un par de olimpiadas. Entonces, lejos de hacer catarsis, vale analizar entre todos y aportar desde nuestro humilde rincón para —quién sabe— anudar alguna arteria y contener el derrame.
Ya no hay remedio: nos quitaron la corona, nos la arrebataron y solo quedan lágrimas y la esperanza que siempre trae el desquite. ¿Llegó el fin del Lord? No lo creo, pues potencialidades tiene de sobra. Lo que le falta, lo que precisa, es un empujón.