Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La sonrisa de un niño

Autor:

Lisandra Gómez Guerra

Resulta casi imposible aprobar por unanimidad una idea surgida en un grupo. Tantos intereses, diferencias de pensamiento y edades provocan una división natural de criterios. Es un proceso común.

De ahí, precisamente, mi sorpresa cuando en la reunión de mi comité de base de la Unión de Jóvenes Comunistas, todos levantamos las manos y asentimos al seleccionar como Conexión Necesaria —espacio de debate de la organización que se realiza por estos días en todo el archipiélago— obsequiarle unas horas de nuestro tiempo a los niños ingresados en el Hospital Pediátrico José Martí de Sancti Spíritus.

Pudiera parecer una locura que un equipo integrado por periodistas, locutores, asesores, directores de programa e informáticos de la Emisora Provincial Radio Sancti Spíritus intentara llevar un hálito de alegría de forma directa al público más exigente y sincero del mundo.

Mas, como a todo grupo de jóvenes, también nos apasionan los retos. No se precisó, entonces, empujar a los más morosos, reunirse con antelación, elegir un guía, «presionar» al Consejo de Dirección para que apoyara la idea con insumos… Cada uno    cumplió con lo pactado: reunimos materiales escolares, libros de cuentos, afiches, discos musicales y el talento de los más desenfadados.

Hasta la sala de cirugía del hospital llevamos todo el entusiasmo que nos caracteriza cuando la espontaneidad brota de modo natural. Llegamos dispuestos a aliviar el dolor, alegrar las caritas tristes, a jugar y divertirnos. Solo buscábamos nutrirnos de la inocencia y recibir como pago una sonrisa.

¡Y lo logramos! Mediante los cuentos y canciones de la payasita Violeta y las décimas de dos continuadoras de las expresiones culturales más autóctonas de nuestros campos, se olvidaron las preocupaciones de la cuartilla en blanco, los monitoreos de programas, la responsabilidad de la casa y la familia. En solo dos horas, nos fusionamos como viejos conocidos.

Aplausos desordenados, algarabía de la buena y entusiasmo se expandieron por la institución hospitalaria. No pocos curiosos se acercaron a mirar por las ventanas y se unieron a la fiesta. Doctores, enfermeras y residentes también sonrieron porque la sinceridad y entrega fueron protagonistas.

La jornada se convirtió en un festín de inmensos quilates. Todos los asistentes les dimos la mano a la inocencia de los pequeños, que no refleja ignorancia, ingenuidad o falta de madurez, y sí la sorpresa, la ilusión, la imaginación, su limpia y maravillosa manera de ver las cosas.

El tiempo se hizo corto en aquella mañana de jolgorio. Nos despedimos por la precisión necesaria en los horarios que exige la entrega de los medicamentos y el regreso a las obligaciones del trabajo. Los más chicos querían continuar y nosotros también. Cronos nos jugó una mala pasada.

Las miradas complacidas, al instante del adiós, fueron el agradecimiento sincero de esos locos bajitos.

Quién sabe si nuevamente regresemos a sentir la cercanía de la infancia como lo hicimos en aquel encuentro. Tal vez no volvamos a coincidir en una idea. Nadie puede saber si Yanisbel, la más pequeña de la actividad, recuerde cuánto bailó y balbuceó junto a aquellos muchachos desconocidos. Así sucede siempre por el carácter inescrutable que en muchos sentidos puede tener el futuro. Mas nunca olvidaremos cuán maravilloso es nutrirse del candor y recibir como pago la sonrisa de un niño.

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