Un conocido periodista advertía, en una conferencia reciente, que la imagen es decisiva a la hora comunicar un mensaje ante cualquier público. Si el nudo de la corbata es erróneo, si lleva la misma ropa siempre, el comunicador pierde credibilidad, porque supuestamente en eso se fijan sus espectadores. Si el axioma se cumpliera cabalmente, entonces una parte de los conferencistas, profesores, locutores, presentadores de la TV cubana y de otros medios, así como otras figuras que tienen una proyección social en espacios públicos tendrían, si acaso, un mínimo de esa valiosa influencia sobre quienes presencian y escuchan sus alocuciones.
Pero no es solo un nudo equivocado, o un rizo rebelde, rostros perlados de sudor o un mal día del sastre escogido. ¿Qué decir del color del vestuario? A veces se abusa de tonos extravagantes, de llamativos colores de camisa o blusa, sin tener en cuenta el contenido de lo que se dice.
Alguien que conozco sufre especialmente con un conductor al que apodó «el rey de las corbatas», porque las usa en combinaciones, según dice, «aterradoramente innovadoras».
Me pregunto: ¿qué criterio estético puede haber detrás de la decisión de usar una camisa negra con corbata blanca, o, en el mismo orden de atuendo, combinaciones amarillo-negro, rojo-negro, amarillo-amarillo claro?
Cuando sucede esto, entonces sí podemos decir que el vestuario se roba la atención (toda o casi toda) del público. ¿Cómo quitar la vista de un presentador vestido con jeans, camisa verde y corbata marrón? Y mientras uno se cuestiona porqué sucede, o si no habrá ahí un asesor de vestuario, ahí va corriendo el mensaje que se quiere transmitir como arroyo silencioso y no nos enteramos, o nos enteramos mal.
La estética es fundamental no solo para un comunicador mediático, sino también en cada lugar de la vida común de las personas. A un restaurante, un teatro, un cine, no es aconsejable ir en shorts y camiseta. Cada espacio requiere de un vestuario específico, único para el momento, más sobrio o más elegante, sencillo en general.
La persona puede tener un estilo propio en la forma de vestir, en su apariencia; pero debería además conservar algo de sentido común, reconocer el momento oportuno y pensar en que ha de resaltar más por la calidad de su mensaje, que por lo colorido de su atuendo.
Quienes comunican en espacios públicos son referentes para todos, y nuestro país, alejado de las tendencias del infotainment y los sistemas mediáticos que unen noticias, mercado y banalidad, tiene excelentes ejemplos en tal sentido. Pero cuando vemos a determinados malos «magos» del color y sus combinaciones, uno sospecha que desconocen, y ni les interesa saber, el verdadero valor de la sobriedad.
Hay dos figuras que desde niño me llamaron la atención porque mis padres, de cierta forma, los veneraban: Eduardo Dimas y José Rubiera. Ellos, sin ser completamente apuestos, lejos de una forma física ideal y de las tendencias de la moda, hallaron el camino: sobrios, conocedores, claros en el discurso, abarcadores y convincentes. Sin colores extravagantes, sin pantalones ajustados, sin peinados a lo «repa».