Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

A primera vista

Autor:

JAPE

Floro llegó al final de la cola y pidió el último. No tenía bien claro que habían sacado, pero de todas formas algo debía llevar a casa esa tarde porque ya era muy evidente que no estaba aportando nada, que no fuera su incontrolable apetito, a la cuarentena familiar. Él sabía que su esposa e hijos serían incapaces de comentar nada al respecto, sin embargo, su conciencia no estaba tranquila. Luego de veinte días de encierro tuvo que salir de casa a una gestión laboral y aprovecharía para contribuir con la alhacena del hogar.

«Picadillo, pollo, perrito, papel sanitario, aceite y desincrustante… eso fue lo que sacaron», escuchó decir a una señora, que casi gritó, por suerte, nasobuco mediante, a otra señora que apenas mantenía distancia de 15 centímetros para escucharla bien.

Menos mal que hay bastantes cosas, aunque… ¡por lo menos hay mil personas aquí! —pensó Floro mientras paneaba con la vista la extensa cola. Con la suerte que yo tengo quizás lo único que alcance sea papel sanitario y desincrustante —comentó para sí y finalmente se auto consoló: Bueno, al menos voy a contribuir con la higiene.

Nuevamente, desde su alejado sitio, pasó revista a la interminable cola y esta vez se percató de que alguien, al parecer una muchacha, que estaba entre los diez primeros, los que ya habían entrado en la barrera donde permanecía el grupo que pasaría de un momento a otro, lo miraba fijamente.

Floro, pensó que lo miraba como quien mira al horizonte, sin proponerse un punto fijo. Advirtió que realmente lo miraba a él cuando le hizo señas con una mano. Miró a un lado, al otro y al perecer, sí, era con él. Trató de reconocer a la persona, pero no lograba ubicarla entre sus conocidos. Cierto que la distancia, el gorro, las gafas, el nasobuco y la bata ancha que cubría su cuerpo no le daba muchos datos característicos de quien lo interpelaba. Aun así, la reconocería si estuviese entre sus amistades. Yo tengo buena memoria y soy un fisonomista avezado —pensó Floro.

Lo más seguro es que me ha confundido con alguien, pero ella insiste —se debatía sin dejar de mirarla. ¿Y si simplemente le caí bien a primera vista y solo quiere ser amable conmigo y dejarme colar? —se preguntó e inmediatamente se reprochó. ¡No señor, incapaz yo de cometer semejante descaro! Si yo siempre he criticado esa acción desvergonzada y de irrespeto con quienes al igual que tú están haciendo la cola. Lo siento, pero no… Lo siento doble porque podría ser una muchacha agradable que está mostrando su atención, su admiración por mí… eso no pasa todos los días. En mi caso hace como treinta o cuarenta años no me pasa. En fin, no puedo traicionar mis preceptos morales.

Floro se sintió miserable cuando el llamado de la desconocida se hizo desmesurado ante la inminente entrada de su grupo a la tienda y él no se inmutó ni siquiera a decir adiós con su mano. Luego se quedó con cientos de incertidumbres en su cabeza: si al menos supiera cómo se llama, su teléfono, su dirección para agradecerle y disculparme. Ella podría ver qué tipo de hombre soy, y quizás eso le haga pensar que no estaba errada al escogerme entre tantos en esta inmensa cola.

Floro prefirió despejar su mente pensando en otras cosas y no torturarse por algo que no tenía solución. En su interior quedaba el dulce recuerdo de aquella desconocida que le mostró pasión y aprecio, bondad y ternura. Eso no le pasaba desde… No, eso no le había pasado nunca.

Media hora después, Floro había avanzado unos diez metros en la cola y casi muere al ver que aquella desconocida, con varios paquetes en las manos venía hacia él. No sabía que iba a decir cuando tuviera lugar el encuentro cercano (a más de un metro y medio, por supuesto), sin embargo, mientras menor era el espacio que mediaba entre ambos más familiar se le hacía el rostro femenino. ¡Era su esposa! Floro solo atinó a sonreír mientras ella, «dulcemente» le departía:

—¡¿Chico, tú eres imbécil, tú no viste que me metí media hora haciéndote señas para que no hicieras la cola y me ayudaras a cargar con todo esto?!

—¿Y ese gorro, esas gafas, y esa bata? —preguntó Floro lleno de asombro y hasta un poco desilusionado.

—Me lo dieron en la empresa. ¡Dale, coge todo esto y llévalo para la casa que yo tengo que regresar al trabajo!

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