Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Con las sandalias de un filósofo antiguo

Autor:

Tubal Páez Hernández

Nada mejor para hablar de Guillermo Cabrera Álvarez que sus propias palabras: «Mirar la vida de los hombres requiere siempre de una dosis enriquecida de imaginación, porque ni la palabra que evoca un recuerdo, ni el documento amarillo que testimonia un tiempo, bastan por sí mismos para recrear y traernos en toda su maravilla y dramatismo un trozo de lo real».

Se las oí un día inolvidable, el 23 de septiembre de 2003, en Birán, al presentar el libro Todo el tiempo de los cedros, escrito por su amiga y alumna brillante Katiuska Blanco.

Guillermo fue un asteroide vital que impactó a la UPEC con su fuerza transformadora y aglutinante cuando más lo necesitaba la organización, en momentos en que el Comandante en Jefe seguía a punta de lápiz los acuerdos del 7mo. Congreso y sus plenos posteriores, poniendo su atención una y otra vez en el Instituto Internacional de Periodismo, que dirigía el compañero que hemos recordado en ocasión de cumplirse 15 años de su muerte este primero de julio.

Es muy conocido que en uno de esos encuentros se produjo un divertido diálogo entre El Genio, como Fidel calificó al Director de la institución docente de los periodistas cubanos, acerca de la marcha de la remodelación y ampliación de ese centro y enumeró las razones por las que lo consideraba como tal.

Sin embargo, en las palabras de presentación del libro, citadas anteriormente, Guillermo agregó a renglón seguido: «De cosas invisibles se hace lo visible. Mas para aportarle la mirada se necesita la sensibilidad de quien mira», bien podía analizarse, a la luz de esta afirmación, el contenido de otro intercambio entre aquellos dos hombres de hondas sensibilidades, en el que el máximo líder de la Revolución Cubana se interesaba por el corazón enfermo de El Genio, la operación quirúrgica en perspectiva y el hospital donde se haría.

Tras la operación, con sus sandalias de filósofo de la antigüedad, en la última etapa de su vida recorrió con renovado brío el mapa de los sentimientos de sus lectores, en especial de los jóvenes, dándoles un profundo sentido a hechos, lugares y personajes de la epopeya histórica de la Revolución, allí donde la cultura y las ideas acumuladas en el proceso emancipador saltaban a los corrientazos de la columna que escribía.

En sus libros, las crónicas y su quehacer al frente del Instituto Internacional de Periodismo, dio sentido a la palabra símbolo formada en su origen para designar «aquello que se lanza para unir». ¿Qué si no el nombre de El Costillar de Rocinante que escogió para el hostal del Instituto, donde se juntaban Cervantes y el Che; o ese Martí en período especial, hecho por Tomy, que desde una pared del Instituto nos mira junto a su bicicleta en el ambiente de un periodista de aquellos tiempos?

Escenarios históricos del país, por muy recónditos que fueran, eran lugares de peregrinación de sus lectores organizados, a los que él no podía faltar a pesar de su padecimiento. Fue fiel al culto a las palabras y a los dibujos que estas eran capaces de trazar en el corazón colectivo, allí donde siempre laten los mejores recuerdos de los pueblos.

Creo, por eso, que el corazón de El Genio no se detuvo en Guaracabulla.

(Tomado de cubaperiodistas.cu)

 

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